Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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6 de diciembre de 2009

La puerta del pasado

Había algo raro en el bar de los Herrera. Mamá me llevaba de muy pequeño, de regreso a casa tras hacer los mandados. Allí se podía jugar la quiniela, pero no la oficial, la otra, la que no estaba permitida.
Con el paso de los años, los mandados eran mi responsabilidad, por lo tanto, jugar la quiniela a diario también. Así que cada mediodía, cargando los bolsos con lo comprado en el almacén, la verdulería y la carnicería, empujaba la puerta de madera ya sin lustre y transitaba los veinte o veinticinco pasos que había hasta el mostrador con mucha prisa, para hacer el trámite lo más rápido posible.
Don Herrera siempre estaba igual, cada larga y pálida, patillas anchas y el pelo enmarañado bajo una boina gris. Me escrutaba con sus ojos negros y sin hablarme ni esperar a que yo lo hiciera, estiraba su mano para recibir el papel en el que mi mamá anotaba los números a jugar.
Don Herrera sacaba entonces la lapicera que guardaba detrás de la oreja izquierda y buscaba en el bolsillo superior de su camisa la libreta donde llevaba las apuestas. Con cuidado miraba el papelito que yo le había dado y transcribía a la libreta. Finalmente doblaba el papel y me lo entregaba. Para entonces yo había sacado del bolsillo el dinero, que siempre era el monto exacto, y se lo entregaba, en silencio, como si existiera un acuerdo tácito de antemano entre ambos.
Una vez que le daba el dinero, pegaba media vuelta y prácticamente corría hacia la puerta. Jamás miraba hacia atrás, ni a las mesas, muchas de ellas ocupadas por los murmullos que llegaban a mis oídos. Mi objetivo era la puerta. El picaporte en realidad. Tomarlo, sentirlo en la palma y de inmediato, hacerlo girar y sentir el aire fresco del exterior, para luego inmiscuirme en la calle, donde me sentía a salvo, seguro.
Esta rutina fue un hábito hasta los quince o dieciséis años. Ya en los últimos años de secundaria los contraturnos hicieron que no pudiera ayudar a mamá en las compras y por ende, tampoco hacerle las apuestas en la quiniela.
El tiempo y el esfuerzo, claro, me convirtieron en doctor. La medicina me llevó por otros horizontes y los años me trajeron dichas y tristezas. Ya con familia, las visitas a la casa paterna se redujeron a cuatro o cinco por año. Es un proceso inevitable, me decía muchos domingos a la tarde, mientras contemplaba en soledad la caída del sol y pensaba en mis padres, mis hermanos y en como el destino nos lleva por senderos tan impensados y nos aleja de todo lo que alguna vez quisimos.
Y en esas ensoñaciones, vaya a saber uno por qué, siempre se me cruzaba la fachada del bar de los Herrera. Esa puerta maltratada por el uso, las paredes descascaradas, el piso de madera, el mostrador oscuro, las mesas distantes que no miraba, los murmullos habituales y el rostro de don Herrera, con su lapicera en la oreja.
La semana pasada internaron a mamá y me vine para el pueblo. Ya está bien, no fue más que un susto. Achaques de la edad, coincidimos con el médico de cabecera del hospital. Pero me di unas vacaciones del consultorio, de mi familia y me quedé unos días, con la excusa de cuidarla un tiempito, hasta que estuviese bien.
Esta mañana me pidió que le fuera a jugar la quiniela. Mientras que escuchar el pedido me arrancó una sonrisa, no pude precisar la razón por la cual un escalofrío me recorrió la piel.
Como cuando era joven, anotó sus números en un papelito y me lo entregó con la misma solemnidad de siempre. Buscó en su monedero el dinero e hizo lo mismo. Era gracioso, porque bien podría decirle que pagaba yo, pero no lo hice, como si el solo pensarlo quebrara el momento, la magia de regresar a un momento de mi vida, de repetir ese pasado que añoraba y atesoraba tan vívido en el recuerdo.
Caminé las cuadras como si el tiempo no hubiese transcurrido. Y la misma sensación de antaño, ese miedo paulatino que se apoderaba de mi, volvía a estar allí, a medida que los pasos me acercaban metro a metro al bar de los Herrera.
Y de golpe, la hora de afrontarlo. La puerta se me antojaba tan grande como entonces. Ni la medicina, el matrimonio, la familia forjada a cientos de kilómetros del pueblo, me habían preparado para repetir la historia. Sentía los músculos agarrotados. Me costaba llevar el brazo hacia la puerta. Pero lo hice.
Agaché la cabeza y apuré los pies. El suelo seguía estando sucio, cubierto de polvo, y los pasos eran otra vez entre veinte y veinticinco.
El mostrador. Los pocillos apilados en una esquina. Botellas en las estanterías que estaban detrás. Y entre estas y mis ojos, don Herrera. Levanté la vista. Imposible. El mismo semblante, las patillas anchas, la palidez a lo largo de ese rostro bajo el pelo enmarañado. Y ese detalle tan particular, el de la lapicera, que le daba el toque de irrealidad a la escena.
Sentí como se me erizaba cada centímetro del cuerpo, mientras los murmullos de las mesas cercanas llegaban nítidamente a mis oídos. Pero así y todo, casi petrificado, estiré mi mano con el papelito de las apuestas.
Entonces, de una de las mesas, llegó un murmullo mucho más claro y fuerte que los demás que surcaban el aire, que encerraba mi nombre. Fue como volver de un sueño, sentí que los músculos se liberaban y entonces, giré en redondo y quedé de frente a las mesas, en un esfuerzo casi sobre humano, pero con el fin de ver quién había pronunciado mi nombre.
Pero en cambio, fue cuando todo se vino sobre mí. El pasado, el ahora, el miedo de ayer, el terror de ese momento. El instante, tan fugaz como eterno, paralizó mi corazón y me dejó en blanco.
No había mesas, no había gente, no había murmullos. Me di vuelta y ya no estaba don Herrera, ni el mostrador, ni la estantería repleta de botellas. Me quedé allí de pie, en medio de un salón vacío, escuchando el silencio que proviene de la nada.
La vieja puerta de entrada se abrió y un joven se asomó.
- Señor, disculpe, lo ví entrar desde el bar de enfrente. Supongo que hace mucho que no viene al pueblo, porque cerramos este salón hace unos veinte años. Ahora estamos cruzando la calle. Soy Mauro, el más chico de los Herrera, no creo que me recuerde, pero yo me acuerdo de usted, claro que era más joven - me dijo sonriendo, con la calidez de la gente de pueblo.
Lo seguí, pero antes de cerrar la puerta de madera por última vez, me agaché a recoger la lapicera tirada en el piso. La reconocí en el momento y hasta creí que al querer agarrarla se iba hacer humo en mi mano, pero no fue así. La puse en el bolsillo y crucé la calle.
Comprendí que la vida era una continuidad imposible de frenar y que cada uno colocaba sus anclas mentales allí donde más las necesitaba, para aferrarse, para poder seguir. No había nada raro, tan solo nuestros miedos. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, la magia de lo irreal salía de su escondite para jugar con nosotros y ante ello, había que permanecer con los ojos abiertos y nunca salir huyendo.

16 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Fantástico como siempre el relato Neto. El joven se enfrenta a sus propios miedos infantiles y tras tantos años los revive paso a paso.
He visto la presentación del día 20 de la 2ª antología Mundos en tinieblas. Espero que todo vaya muy bien y que acuda mucha gente.
Besos.
Paloma.

nina dijo...

¡Neto, es un texto hermoso!
Me encantó :D
Un gran abrazo.
Nina.

SIL dijo...

La vida ES una continuidad imposible de frenar y cada uno coloca sus anclas mentales allí donde más las necesita, para aferrarse, para poder seguir.
No HAY nada raro,
tan solo nuestros miedos...///


Qué se puede agregar a semejante nivel de relato...?

Great, una vez más, Netito.

el oso dijo...

Neto, e mandaste una especie de presentación de tus bellos escritos que, paradójicamente, son de terror.
Algo me dice que esa magia de lo irreal que sale de su escondite para jugar es más real de lo que se deja ver. Al menos es lo que me dicta don Herrera mientras me ceba mate aquí mismo.

Abrazo

el oso dijo...

Ah, enormes felicitaciones por el Mundo en Tinieblas II y La Nave Fue y Volvió.
Mientras ud. se vaya y vuelva siempre está todo más que bien...
Abrazo

Martín Gardella dijo...

Decirte que tus relatos son maravillosos sería ser repetitivo. Por eso, esta vez utilizaré mi comentario para felicitarte por los nuevos dos logros, Mundo en Tinieblas II y la Nave fue y volvió. Los reconocimientos siguen llegando, y bien merecidos están! Felicitaciones amigo Neto!

Posmoderna dijo...

Haaa Neto, es tan delgada la linea de los real y la ficción.
Saludos!

Netomancia dijo...

Doña Tinta, muchas gracias. Un regreso al pasado o el darse cuenta que el pasado en realidad nunca se va, convive con uno. Esperemos que si, que vaya gente a la presentación. Yo no iré, me queda lejos Capital y se me hace difícil. Saludos!

Nina, mil gracias! Me alegro que te haya gustado! Saludos.

Doña Sil, siempre rescatando los párrafos ejes del relato, muchas gracias. Saludos!

Don Oso, ojo con don Herrera, que lo más raro que tiene es que las lapiceras las roba en los lugares donde lo invitan a tomar mates. A qué le está faltando esa Bic que compró el otro día! Ja. Un abrazo! Ah y muchas gracias!

Martín, es un placer recibir tus felicitaciones, millones de gracias. Un lujo tenerte siempre en el blog. Un abrazo!

Doña Posmo, ud lo ha dicho. Es casi invisible, casi dibujada con la imaginación. Saludos!

La sonrisa de Hiperion dijo...

Siempre es un placer pasar por tu espacio. Escuchar algo diferente.


Saludos y un abrazo.

el oso dijo...

¡Qué lo retiró! Me falta en serio la bic...

Felipe R. Avila dijo...

Felicitaciones Neto!

Ese cuento mientras lo leía lo imaginaba.
No siermpre sucede que uno VE un cuento, como si fuera una tele...muy bueno tu relato.
F.
PD: escribime,che!

Anónimo dijo...

todo esto confirma q estamos a un paso de la otra dimension que nos envuelve, como uno tropiece un poco zas!
jeje, felicitaciones Netito por mundo en tinieblas 2!!!!
quiero fotos de esa entrega!!!
un abrazo enorme!

Mannelig dijo...

Este relato me ha recordado algo. La pequeña aldea donde vivían mis abuelos paternos cuando yo era pequeño, donde nos llevaban a jugar y a bañarnos en el río en verano, hoy en día está abandonada. Y últimamente, he leído noticias sobre fantasmas que visitantes ocasionales dicen haber visto, inscripciones en las paredes,... cosas así.

mi grillo interior dijo...

Me tome unos minutos (casi increible en mi rutina) y "la magia me traslado alli, vivencie tu relato sumando el pasado, el hoy y el mañana, a un tiempo que dividimos mentalmente y esta entero en vos y en mi. Gracias por expresar, pintar y plasmar sensaciones y más...abrazo mil desde mi grillo interior.Bche, 9 dediciembre de 2009

HUMO dijo...

Eeeepa... este también lo leí, tarde pero seguro!

Besos y apalusos, esta bien?!

=) HUMO

Netomancia dijo...

Don Hiperion, muchas gracias por sus palabras.

Don Oso, le dije, le dije. Se la tiene que pegar detrás de la oreja. A la birome, claro.

Felipe, el hombre al que le robaron la oficina, muchas gracias. Dice Stephen King que el oficio del que escribe es el ilusionismo y el control mental, porque hace ver a la gente aquello que quiere que vea. No siempre sale, pero cuando alguien lo reconoce, como lo hacés vos, me alegra mucho. Un abrazo!

Dieguito, tipo Fringe, con las dimensiones paralelas. Ahora, debemos decidir cuál nos gusta más. Me asomé a la otra y juego de 10 en la selección. Pero mejor me quedo en esta, el periodismo estyá muy lapidario últimamente jaja.

Don Mannelig, sabe que ese tipo de historias me atrae, por casualidad no tendrá más datos para darme, quién le dice, por ahí escribo un relato de ese lugar. Saludos!

Gabriela, que le haya robado entones minutos a tu rutina para hacerte pasar un buen momento es todo un placer. La lectura provoca eso y se agradece por lo tanto hacerlo saber. Ojalá sigas pasando. Saludos!

Doña Humo, nunca es tarde. El blog abre las 24 hs jaja. Gracias!