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17 de noviembre de 2009

El hombre que odiaba los tatuajes

De Evaristo Luna Montiel se conocen muy pocas cosas. Cuarentón, malhumorado, albañil y en los tiempos libres jardinero ocasional, este tipo fornido, de escasa cultura y pocas palabras vivía en la casa de rejas blancas pasando el kiosco de doña Esther.
Residía en el barrio desde hacía cinco años, pero tan solo tenía trato con los asiduos al bar de García. Recalaba en el antro pasadas las seis de la tarde y era difícil verlo marcharse antes de la medianoche. Botella de tinto en la mesa, sus vasos apuraban la bebida como si de agua se tratase.
Sin embargo dejaba pasar casi dos horas entre botella y botella, contemplando mientras tanto las partidas de truco o ajedrez que se armaban en las mesas vecinas.
Observaba, pero no participaba. De vez en cuando cruzaba algún que otro comentario, pero muy a las perdidas. Con los que más dialogaba era con los hermanos Moreira y don Sabino. A veces se lo podía ver hablando con Paco Ruiz. Eran contadas las veces que se lo vio reír. Una de ellas es la que trae a colación este relato.
Evaristo, en lo poco que se lo conocía, era un renegado por naturaleza. Odiaba a las vecinas del barrio que con excusas mediante se adueñaban de las veredas para hablar de los demás; los niños los molestaban con sus voces agudas y chillonas; los adolescentes les resultaban aberrantes, más aquellos de aspecto descuidado y palabras modernas; los hombres que veía con traje o bien vestidos decía que eran todos chantas; los políticos eran unos zánganos; los doctores unos mercenarios; los comerciantes unos ladrones; los bancos ladrones; la policía corrupta; la vida una mierda.
Pero si algo lograba hacerlo salir de sus casillas, violentarlo al punto de ponerse colorado de furia, eran las personas con tatuajes. Los aborrecía. Todos recordaban cuando cayó una noche al bar una parejita a tomar una cerveza y Evaristo notó un tatuaje en el brazo del chico. Se acercó a la mesa y lo increpó, el joven sin amilanarse le contestó y la situación terminó en un cruce de golpes con la policía llevándose a Evaristo y la ambulancia al chico.
Pero de eso había pasado un par de años. La noche a la que hago referencia fue hace unos días. Como siempre, Evaristo llevaba ya unas horas tomando. Serían cerca de las once. La luna brillaba con ganas, que casi invitaba a abandonar el vaso a medio tomar y salir a caminar sin destino ni rumbo, a perderse en la ciudad, con la sola obsesión de seguirla con la vista. Así de hermosa estaba.
Ignoro si Evaristo alzaba la vista alguna vez hacia la luna. Lo que si se es que sus ojos reposaban siempre en el fondo del vaso, como buscando allí alguna intrigante respuesta a vaya saber qué pregunta. Pero esa noche de luna, lo notamos extraño, podría decirse que mareado, pálido. No era un tipo que el vino lo afectara como para verlo perder el control de su cuerpo. Pero al pararse para ir al baño, notamos que se tambaleaba. Una fina capa de sudor cubría su rostro, inmaculadamente labrado por el sol, de mañanas y tardes expuestas en obras de construcción.
Cuando volvió del baño, alguien le señaló (creo que el más chico de los Moreira) que se había lastimado el hombro. Evaristo, que usaba camisetas blancas sin mangas, tenía debajo de la tira de tela del hombro izquierdo una mancha.
Miró con sorpresa dónde le señalaban y con asombro y hasta podría decirse, asco, vio lo que era un tatuaje en su piel. Graciosamente quiso retroceder, pero dándose cuenta que eso formaba parte de su cuerpo, se arrancó la camiseta.
Quedamos atónitos. La mancha era la conclusión de un enorme tatuaje que partía de su abdomen y se extendía por toda la franja izquierda de su pecho y terminaba, con una cola gigantesca, en el hombro. Una cola digna de un dragón atroz, cuyos ojos rojos parecían tener vida y las llamas que su boca despedían, daban la sensación de emitir calor.
¡Qué es esto! gritaba Evaristo, caminando hacia atrás, sin darse cuenta que llegaba a la pared. Se golpeó contra ésta y corrió hacia la barra. Sin pedirle permiso a García le arrebató la jarra de agua y se la volcó sobre el dibujo, con la intención de borrarlo.
Pero el agua resbaló y el tatuaje permaneció inmutable. Ni siquiera las llamas se apagaron. Evaristo nos miró a todos, como buscando un culpable. Pero nadie le había jugado una broma. Ahora eran sus ojos los encendidos. La furia ganaba la batalla. Tomó un cuchillo y se tajeó lo que antes parecía una mancha. Brotó la sangre, que parecía salir de la cola del dragón, pero que en realidad lo hacía del hombro. Paco Ruiz respiró hondo e hizo alarde de valentía poniéndose de pie e intentando sacarle el cuchillo, para que no cometiera una estupidez.
Pero solo logró que lo cortase en la mano. Volvió a su mesa presuroso y dolorido. ¡Qué nadie se me acerque! vociferaba como un león herido Evaristo Luna Montiel. Y por supuesto, ya nadie lo intentó.
Notando la sangre, giró su cuerpo buscando un trapo o acaso su camisera, la cual había arrojado segundos antes. No pudimos evitar soltar una exclamación. Volteó de inmediato y preguntó ¿qué? ¿qué?. Y le tuvimos que decir. Había otro tatuaje en su espalda. Una serpiente enorme, de ojos amarillos y furibundos, reptando hacia sus omóplatos.
Buscó un espejo, pero en la desesperación tumbó una mesa. Pisó los vidrios de la botella rota y también la de los vasos que estaban sobre la misma. Vimos la sangre que dejaban sus pasos, pues Evaristo solía ir en ojotas.
Se detuvo, agitado, con los ojos muy abiertos, asustado. Puso sus manos en la hebilla del cinto que sujetaba su pantalón y se la quitó. Casi esperando ver lo mismo que todos imaginábamos, se bajó los pantalones. A la vista quedaron sus calzoncillos slip azules, pero nadie se fijo en ese detalle.
Todos observamos sus piernas. Esos símbolos japoneses, mayas, egipcios y hasta árabes tatuados desde los tobillos hasta los muslos. Gritó muy fuerte, aterrado. Alzó el cuchillo y lo hundió en el muslo derecho. Cayó al suelo. Ninguno de nosotros se acercó. Ninguno se animaba. Siguió alzando y bajando su mano, con rabia, queriendo borrar esas huellas que dibujaban su cuerpo, que manchaban su existencia.
El chuchillo era un pincel rojo que bajaba con vehemencia y subía orgulloso, salpicando de sangre las paredes, los pisos, las mesas. Y los gritos trocaron por otra cosa aún peor. Risas. Evaristo reía, como nunca lo habíamos oído reír.
Era la locura en persona, los alaridos de quién ya se ha fugado a otras planicies de la mente. Exhausto, cayó rendido sobre el piso, inmerso en el charco de sangre que sin ayuda había creado. Escuchamos el tintineo del cuchillo al caer al suelo. No sabíamos si estaba muerto o desmayado. Nos fuimos acercando de a poco, temerosos que despertara tan loco que no nos reconociera.
En eso se abrió la puerta y entró la policía. Nos apartamos.
Nos llevaron hacia un rincón, mirándonos con desconfianza, pensando con seguridad que entre nosotros se encontraba el agresor. Luego llegó la ambulancia y los paramédicos hicieron lo imposible, pero era demasiado tarde. Lo último que vimos de Evaristo Luna Montiel, ese hombre renegado de pocos amigos, que odiaba con el alma el mundo, fue su torno desnudo, bañado en sangre y sin un solo rastro de tatuaje alguno.
Lo colocaron dentro de una bolsa negra, como las de consorcio, pero más grande y lo sacaron del bar.
Luego, los policías comenzaron con sus preguntas.

22 comentarios:

Netomancia dijo...

Amigo Felipe, ud me dio la idea de hacer algo con este tema de los tatuajes y debo reconocer que del pie que me dio poco he cumplido, pero este relato es lo primero que salió de la imaginación y tiene los ingredientes que me gustan: sangre y más sangre jaja.
Con dedicatoria para ud Felipe Ricardo, he aquí el relato y espero que les guste a todos.

MONDO FRANKO dijo...

A veces hacemos cosas que la memoria oculta en algún cajón y al abrirlo allí están, tatuadas en la piel. Queda intentar olvidarlas y convivir con ellas alejandose de los espejos o seguir el camino de Evaristo, para no encontrar jamás la terrible respuesta. Muy buen relato. Un abrazo

Con tinta violeta dijo...

Francamente bueno. No tiene porque tener explicación algo ideado como ficción, pero el nexo que lo mentiene unido con la realidad y que nos hace disfrutar es que puede ser fruto del delirio causado por ese acohol que el protagonista mira al fondo del vaso buscando respuesta y el escalofrío que sentimos debido a que los del entorno vemos crecer los tatuajes en su piel...
Fantástico, Neto. Felicidades.
Besos.
Paloma.

HUMO dijo...

Tienes el don de pintar cuadros con tus relatos, éste uno sangriento y desquiciado. Pobre infeliz el protagonista!

Te admiro mucho!

=) HUMO

Lisandro dijo...

De sangre son mis preferidos... que valor, que locura este Evaristo!!! espectacular amigo, te aplaudo miles de veces... un abrazo!

Anónimo dijo...

cuando la locura es plasmada en la perfección de un tatuaje no hay con que darle, cuando Evaristo desparrama lo que desparrama entre semejante relato no hay palabras para felicitarte Neto!!!
Un relato abismal y perfecto, seguro que Felipe se merece esta dedicatoria por darte un poquito de idea a vos q no te hace falta mucho para crear relatos mágicos y soberbios como este!
te felicito!!!

Anónimo dijo...

Aquello que vemos en los demás y que nos atrevemos a juzgar, es en ocasiones algo que forma parte de nosotros mismos y a lo que no queremos enfrentarnos.
Magnifico relato.

Felipe R. Avila dijo...

¡Sos un tipo muy generoso,Neto!
Si uno apenas te dice por ejemplo:"Durazno", vos hacés un cuento, previo a -por supuesto- estudiarte todo lo relativo a la plantación del mismo, variedades,colores, floración y períodos de cosecha.
Jeje,sos un genio,super profesional,talentoso y bueno, tenés que vivir con eso...
qué le vas hacer.
Gracias por la dedicatoria!

SIL dijo...

// y sin un solo rastro de tatuaje alguno...//

Juas.
Sus peores enemigos, se hicieron presentes, acabaron con él y desaparecieron, antes de que la policía comenzara con las preguntas...

Ficción, locura, no sé.
Genialidad absoluta DEL AUTOR, SEGURO.

Un beso, Hermanito.

mariarosa dijo...

Muy buen cuento.

Neto, siempre es un placer leerte, me encntan tus historias, te dejo mi felicitación y un saludo.
Por las dudas no me voy a hacer tatuajes...

Mariarosa

Felipe R. Avila dijo...

Usted, Neto,ha inventado algo nuevo,mi amigo.
Cierta gente tendría la capacidad de hacer visibles sus alucinaciones peores, visibles para todos.Sólo que al morir los "emisores" (ésta gente,Montiel,con esa capacidad), las alucinaciones desaparecerían. Porque ocurriría como esas linternas que se apagan luego de haber iluminado -por un rato y para que todos vean- tal vez un rincón oscuro.

Netomancia dijo...

Pablo, quizá en la piel grabemos inconscientemente todo aquello que no queremos volver a ver sin darnos cuenta que lo portaremos por siempre. Evaristo encontró la solución menos trabajosa. Saludos!

Doña Tinta, coincido, a veces la explicación está de más. Lo importante es lo que deja en el momento la lectura y a lo que nos lleva. Muchas gracias! Saludos.

Doña Humo, si, creo que en la descripción la palabra infeliz hubiese resumido el resto. Gracias por estar siempre!

Lisandro, me imaginaba que te iba a gustar, lo hice desbordante de sangre, como a vos te gusta jaja. Un abrazo!

Dieguito, yo no tengo palabras en realidad para agradecerte a vos, por lo que escribiste en Villeraturas. Gracias Diego, un abrazo gigante!

Luis, acertado comentario, como siempre. A veces no nos gusta enfrentarnos, y cuando lo hacemos, lo hacemos mal. Saludos!

Felipe, mil gracias por lo que decís. No es para tanto. Pero me hiciste dar ganas de comer un durazno, de eso no hay dudas jaja. Un abrazo amigo!

Doña Sil, entre la ficción y la locura, entre la irrealidad y lo cotidiano. En esa línea media, casi invisible, puede pasar lo inimaginable. Muchísimas gracias! Saludos! Ah y gracias por el texto/regalo en su blog, fue una alegría inmensa verlo.

María Rosa, muchas gracias, para mi es un placer que te gusten. En caso de tatuarse algo, que no sea algo que odie. Ahí viene el problema. Saludos!

Felipe, serían unas alucinaciones pasajeras, temporales, con el único propósito de cobrar justicia. Claro que usan como batería a esos receptores que quieren "apagar". Un abrazo.

HUMO dijo...

Querido Neto te deseo que tengas un hermoso cumpleaños!

Felicidades!

=) HUMO

SIL dijo...

Feliz cumple, nenito !!

:)

Netomancia dijo...

Doña Humo, Doña Sil, muchas gracias!

Felipe R. Avila dijo...

ehhhhhhhhh
Cumple años?
¿cuándo?
No me llegó el pasaje
para ir a saludarlo...
qué mal anda el correo...

Taller Literario Kapasulino dijo...

mm que obsesión la del hombre... lo llevó a la muerte

Anónimo dijo...

Neto: SOS UN GENIO!!!

IMPRESIONANTE este cuento!!! Cada cual tiene sus propios fantasmas y de seguro aparecen en las horas y los lugares menos indicados... Locura, Misterio y Sangre. Con vos hacen el cuento PERFECTO.

Annie

el oso dijo...

Este anti hombre ilustrado es capaz de su autodestrucción en su afán de negación. Casi, casi como algunas sociedades de por ahí.
Terrible relato, Neto, y precioso.

Netomancia dijo...

Felipe, a ver, mi edad es el cuadrado de dos multiplicado por diez, menos doce más cuatro.

Carla, obsesión mortal, daba para título, pero me quemaba el final jaja.

Annie, en versión anónima, muchas gracias!

Don Oso, muy buen paralelismo, no lo había mirado por ese lado. Un abrazo!

Arano patricia graciela dijo...

MOOOOOY BUENO LO SUYO SR NETO, UN BESO DESDE TRELEW PATRICIA ARANO

Netomancia dijo...

Patricia, muchas gracias! Un gusto tenerte por el blog. Estupenda la entrevista que hiciste y publicaste en el blog de Felipe.
Saludos!