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5 de agosto de 2009

El silencio de las habitaciones

Juana era madre soltera. Sus días se dividían en partes iguales. Trabajaba por la mañana en un empleo, como camarera en un bar; tras el mediodía regresaba a su pequeño departamento para prepararle algo de comer a Matías, su único hijo, de solo nueve años. Tenía solamente tiempo para eso, pues a las tres de la tarde ya estaba en una casa a cinco calles de su hogar, como doméstica.
Regresaba cansada a prepararle la cena a su niño, que a todo esto se las arreglaba solo para vestirse, ir al colegio, volver, esperar a su madre, jugar a los videojuegos, ver televisión, esperar a su madre e irse a dormir.
Luego de comer, ella se acostaba un rato. A la medianoche tomaba un turno de seis horas en un puesto del peaje, en una autopista en las afueras de la ciudad.
A pesar de tantos trabajos, con suerte pagaba los gastos del departamento, incluido el alquiler y las despensas, además de mantener a su hijo bien vestido y alimentado. Era consciente que sacrificaba no solo su vida y salud, sino también la posibilidad de ver crecer a su pequeño, que cada día estaba más grande, como así también ayudarlo en sus tareas cotidianas.
La rutina era parte de su vida, hacía todo en forma automática, y esa automatización era en realidad lo que más asustaba a Matías, porque parecía un fantasma y no una persona. Cuando su madre se iba del hogar, se quedaba asimilando el silencio de las habitaciones; luego, inspeccionaba el sonido procedente desde la ventana que daba a la calle. Soñaba con que su madre se arrepentiría de dejarlo solo y regresaría, para compartir sus juegos y ayudarlo con las tareas de la escuela .
Pero luego de sopesar primero el silencio propio y luego el ruido ajeno, entendía que sería un día como todos, sin milagros ni alegrías.
Esa mañana en particular, salió al colegio más triste que otras veces. Debía actuar en una obra y su madre ni siquiera había leído la invitación que le dejó la noche anterior sobre la mesa de la cocina.
El papel, hecho un bollo, descansaba ahora en el fondo del bolsillo de su pantalón. Caminaba casi rumiando de bronca y no podía ocultar los ojos sollozos. Pensó en ir hasta el trabajo de su madre, pero desechó la idea. En cambio, fue hasta el colegio y soportó la ausencia, como quién se resigna a recibir una vacuna o una paliza, cuando se porta mal. Deseó con todas las fuerzas de su alma, que fuera la última vez que su madre faltara a una obra suya.
De regreso a casa sintió que algo de tranquilidad había vuelto a su cuerpo. No obstante, se prometió decirle lo que sentía a su madre.
Llegó al departamento, se detuvo frente a la puerta y sacó la llave. Se percató sin embargo que la puerta estaba abierta. ¿Mamá? Se preguntó casi sin creerlo. Entró velozmente. Ella no estaba en la cocina, tampoco en la habitación. Miró con detenimiento la cama y vio que estaba sin hacer. Las sábanas revueltas, la almohada torcida y una frazada a los pies de la misma, esperando a que alguien la recogiera.
En el centro del colchón, había una mancha roja, que parecía vieja, como lavada por el tiempo y a punto de esfumarse, pero visible aún.
Matías se asustó y llamó a su mamá por el nombre: ¡Juana! ¡Juana! ¿Estás en casa? Recorrió el pasillo hasta la cocina, observó las ollas colocadas en sus estantes, los platos en el fregadero, la mesa aún sin levantar, con la taza de su desayuno y las migajas que había hecho al comer.
Abrió la heladera, casi por un impulso tonto y no encontró más que un par de botellas y comida vieja. Algo, además, olía mal. Supuse que era un plato con carne al horno, que vaya a saber cuánto hacía que estaba allí dentro.
Corrió a su cuarto, mamá podía estar armándole la cama. La ilusión lo embargó, lo llenó de alegría. Mamá se había tomado la mañana para él. Abrió la puerta sintiéndose un misil, pero la habitación lo recibió vacía. Su cama estaba como la había dejado cuando se levantó. El despertador con forma de payaso seguía marchando. Los segundos pasaban delante de su mirada. Matías volvió a llamar a su madre, gritando su nombre. El silencio le contestó sin inmutarse.
Volvió al cuarto de su madre. Volvió a la cocina. Había estado en el living cuando llegó y allí no había nadie, pero no vaciló y fue esperanzado hasta allí. La nada misma. Una brisa le rozó el cuerpo; sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo. La puerta vidriada que daba al balcón estaba abierta. La brisa y el frío penetraban ferozmente.
Salió al balcón y observó el mundo que se extendía ante sus ojos. Una ciudad ajena al sufrimiento que lo atormentaba, el anhelo casi vívido de querer a su madre en casa, la sospecha que ella ya no quería estar con él. Sentimientos que se encontraban en su mente y le hacían un nudo en el corazón. Pero para la ciudad que lo rodeaba, no era más que una nimiedad en un universo de problemas. Su realidad no le importaba. Era un niño, una pequeñez, una insignificancia, apenas un número en las estadísticas.
Matías se aferró de la baranda del balcón y con fuerzas gritó: ¡Mamá! El sonido se prolongó por los aires, pero sin llegar a ningún oído. En la ciudad, los gritos son mudos y los demás, sordos. Lloró, rendido sobre suelo del balcón.
La puerta estaba abierta, si. La puerta siempre estaba abierta desde hacía varios meses. La dejaba así para creer que ella había vuelto. Recreaba esa rutina, la que tanto había odiado para soñar que aún estaba. Y se ilusionaba con su presencia para no odiarla tanto por su ausencia.
Había días en que el plan funcionaba, que salía por la puerta y al volver, todo parecía normal, y entonces, en silencio, se preparaba la comida creyendo que era su madre la que lo hacía. Y se conformaba engañándose que nuevamente había ido a trabajar, por no tenerla cerca para mostrarle algo que había descubierto en la televisión o pedirle ayuda en los deberes que no entendía.
La rutina del engaño, ahora era suya. Desde el día que ella agotada, resentida y hasta quizá, odiándolo a él por la vida que llevaba, se clavó un puñal en su propia cama, dejándolo solo, además de testigo.
La policía se llevó el cuerpo y nadie volvió por él. Sin embargo el volvía todos los días por su madre, temiendo que si no lo hacía, ella jamás lo perdonaría, sea donde sea que estuviese.
Porque al final, se había convertido en ese fantasma que tanto temía. Y no habitaba la casa, sino aún peor, residía en su mente.

21 comentarios:

el oso dijo...

Ufff, esos son los fantasmas que valen la pena, ¿no? Los que residen en la mente, porque no es sencillo erradicarlos de allí. Aprender a luchar sin desfallecer o a convivir sin enloquecer de más es la tarea.
Muy pero muy bueno, Neto, no deja de crear ese clima de agobio en que uno entra a masoquearse con gusto!!
Abrazo

SIL dijo...

Es espantoso de principio a fin.
Para mí , hiere más profundo que la muerte y los fantasmas , este relato...
La imagen del nene desesperado es espantosa,y la doble lectura de la ausencia de la mamá trabajando todo el día... es sangrante...

Duele leerlo, che.

Besos Hermanito.

HUMO dijo...

Sin palabras, se me atravesaron en la garganta, déjeme de hacer esos nudos, aprietan demasiado, afloje quiere?! Su talento se desborda y salpica mi envidia!

=) HUMO

Sos todo un placer!

Anónimo dijo...

esto es terror! si señores! no hay peor fantasma que el que recorre nuestras neuronas, nuestra más oscura psique!
abrazos temblorosos...

leoriginaldisaster dijo...

fuf... no se que decir. Tus historias son espeztaculares neto.
La malloria de los fantasmas residen en las mentes desgraciadamente.

un abrazo!

Taller Literario Kapasulino dijo...

Que gran relato Neto... triste y conmovedor...

Netomancia dijo...

Don Oso, otra que cazafantasmas para estos espíritus! Son fantasmas que además, la gente de una u otra manera, no quiere hacer desaparecer. Un abrazo!

Doña Sil, si, tiene la crudeza en el punto justo y hasta diría, se pasó un poquito. Quería salir un relato de terror y que mayor miedo que la pérdida cercana, la que nunca deseamos. Saludos!

Doña Humo, venía aflojando, apuntando a algo más de misterio, ahora corregí el camino jaja. Muchas gracias!

Dieguito, vos lo dijiste: terror. Por suerte el mensaje llega y el escalofrío de esa realidad, también. Un abrazo!

Leo, gracias! Si, allí es donde mejor lugar encuentran para atormentar o dormir plácidamente. Saludos!

Carla, muchas gracias! Asusta más que entristecer. Saludos!!!

Severi dijo...

Estimadisimo! me toy cayendo de sueño, mañana tranki te leo desde la office...

abrazo.

Netomancia dijo...

Lo espero entonces don Marcos. No se pierda el relato anterior tampoco!!!!

Maga h dijo...

Don Neto, creo que no le voy a perdonar mi llanto, y esa puñalada a ella y a mi.

Aun en el talento que ud tiene, que sin duda hace que genere todos estos sentimientos, acuerdo con Sil, espantosamente duro y atrapante desde el principio al fin.

Cariños a medias

Magah

Martín Gardella dijo...

Neto, que historia terrible! Por un momento pensé en los desaparecidos, pero luego me mostraste la escena del suicidio. Pobre Matías! Un abrazo

Felipe R. Avila dijo...

Maravilloso escritor:
cuando usted puso:"Era consciente que sacrificaba no solo su vida y salud, sino también la posibilidad de ver crecer a su pequeño, que cada día estaba más grande, como así también ayudarlo en sus tareas cotidianas", ahí yo empecé a creer que el niñito había crecido y era grande y por eso al volver un día a la casa no veia ni encontraba a su mamá. Pero enseguida(manejo de la mente del lector que usted tiene como buen escritor)me hizo ver que seguia siendo niño, usted lo pone claro.Ahí fue donde la angustia comenzó a crecer.
Y la mejor parte para mi por la hondura dramática (deshecho el golpe casi "bajo" de la descripción de la madre apuñalada en la cama), la parte de más hondura para mi es cuando el nene sale a la ciudad y grita y uno imagina esa ciudad(todas,cualquier ciudad) con sus luces lejanas, indiferente.
Esa imagen que vos(ya,ya dejo de tratarlo de usted) esa imagen que vos creás en al mente del lector es SUBLIME.Me hace imaginar, me parece que estoy viendo al niño, aferrado al hierro de la baranda, mirando la ciudad con algo de viento que le pega en la cara, que le seca las lágrimas...

Anónimo dijo...

cuantas veces uno se pregunta sobre lo real que son las historias sobre lo paranormal, cuando los fantasmas en realidad los creamos y viven en nuestra mente... eso si es terror!

Que excelente cuento, asi, al filo de la silla leyendote, literal!.

un beso!

Lisandro dijo...

El corazon a cada renglon se me hiba acelerando, un nudo me quedo en la garganta y un peso en el pecho... es muy triste.. y me gusto mucho!!!! un abrazo Neto

Severi dijo...

abordás con esa filosa mirada un tema cotidiano que se repite en tantos rincones, de manera magistral..me gustó, tiene esa impronta oscura y ácida que me atrae de tu estilo. La frase que me llevo: "El silencio le contestó sin inmutarse"

Felicitaciones y gracias por dejarnos ver a través del ojo de la cerradura de tu brillante mente creativa. Un abrazo Neto.

Netomancia dijo...

Doña Magah, lo concebí como un cuento de terror, espantoso y horroroso. La ausencia de lo sobrenatural lo hace más doloroso aún. Saludos!!

Martín, gracias por el comentario. Si, es horrible lo que la mente de ese niño está obligada a vivir día a día.

Felipe, la escena del balcón es impactante visualmente. Auditívamente me la imaginé así: un nilo gritando pero sin escucharse el sonido, la boca aullando pero en silencio a pesar de notarse en su rostro el esfuerzo; es que el sonido de la ciudad lo tapaba como si nada, arrollador e intratable.
Saludos y mil gracias por el comentario!!!!!!

Sonia, comparto, claro que es terror. Y me agrada que a pesar de todo, hayas estado tan atrapada por el relato. Saludos!

Lisando, me alegro que te haya gustado. Tu corazón iba a la par de la aceptación de la realidad por parte del nene del relato. Un abrazo!

Marcos, muchas gracias. Es un placer poder compartir estas ideas e historias con gente como vos y los que siempre están atentos al blog para su lectura, porque me transmiten lo que sienten y esa recepción me anima a seguir escribiendo. Saludos!

Romina dijo...

Tremendo!

sacrificada, cobarde
dolorosa y escalofriante historia!

Pero me late que de ficción tiene poco
hay casos como estos
pobre Mati ...
quede con ganas de abrazarlo

Buen finde don Neto♥

pd:ya lo había visitado una vez
y me lo cruzo en varios blogs jaja
un gusto leer sus historias =)

Netomancia dijo...

Passion, muchas gracias! Seguro que si, quizá no tan al extremo, pero casos deben existir en este mundo tan despiadado. Un gusto que haya pasado nuevamente por aquí! Saludos!

Oscar dijo...

Hay muchos casos similares como el que vos contas, yo hace unos 15 años conoci a una chica que tenia un hijo de 10 años y practicamente hacian la vida que vos desribis en el cuento.
Ahora ese chico se recibio de medico con muy buen promedio en la facultad.
Tambien conoci madres que estaban todo el dia con los hijos de aqui para alla, con todo servido y sin embargo los hijos o la mayoria de ellos son unos "baldragas", y atorrantes...
¿Quien tiene la respuesta?
Un abrazo
Oscar

Annie dijo...

UFF!!!

NETO, coincido con Sil, Espantoso!!! Me conmovió la impotencia del niño, ante una madre que lo odia, o una ciudad a la que no le importa su vida...

BRILLANTE!!!

=)

Netomancia dijo...

Oscar, Annie, mil gracias a ambos por los comentarios!!!!