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18 de mayo de 2009

Los niños de la Misericordia

No todos los juegos son peligrosos, pero el que nosotros jugábamos si lo era. Éramos niños y no lo sabíamos. Aunque no podemos echarle toda la culpa a la edad.
Teníamos doce años, algunos pocos once. Nos unía no solo la infancia, sino también el colegio. Éramos alumnos del Hermanos de la Misericordia, un recinto de estudio privado dirigido por monjas. Se imponía el respeto, el silencio, la religión. Se nos inculcaba la Biblia, el perdón, la piedad, aunque no siempre importaba el orden de los mismos.
Sin embargo nos quitaban la libertad, la personalidad, el temor a equivocarnos. Existía mucha rigurosidad y eso, principalmente, nos llevó a hacer lo que hicimos. A jugar el juego que nos condenaría.
Uno de nuestros profesores era particularmente malvado. En el sentido de exponernos en ridículo ante la menor falta o error. No hacía distinciones. Todos, en mayor o menor medida, habíamos caído en sus garras. Le teníamos odio, pero ante todo, terror.
No recuerdo quién lo propuso, si recuerdo cómo era la tarde: gris, el viento soplaba fuerte y el sonido se confundía con las voces, haciéndolo todo más subrealista, más lejano de nuestra edad. Pues de lo que hablábamos no condecía con lo que éramos: niños.
Aceptamos sin vacilar, sabiendo que todo lo que nos habían enseñado quedaba atrás. Pactamos con las miradas, sabiendo que el silencio sería nuestro lazo y el tiempo, nuestro peor amigo.
Fue tras el tercer recreo, al comienzo de su clase. Cerramos la puerta y todo sucedió. Nadie se repartiría las culpas. Cuando tocaron el timbre de salida, formamos como siempre y salimos en silencio al patio, en pulcra hilera, con paso sereno, cargando las mochilas en las espaldas como la cruz que realmente representaban.
Asistimos al discurso de cada tarde de la hermana Esther. Vimos como la bandera descendía en una desigual lucha con el viento. Agradecimos en silencio el permiso para partir a nuestros hogares. Y nos fuimos, cada cual siguiendo su camino, sabiendo que ya nada sería igual y sin olvidar que volveríamos al día siguiente.
Lo que vino después era de esperar. Los directivos nos anunciaron que el profesor que tanto odiábamos había desaparecido, que no nos preocupáramos ante los rumores que corrían, que seguramente estaría bien, que aparecería... y sabíamos que no sería así, pero nadie habló. Dejamos que la policía buscara, que pasaran los días primero, luego las semanas, los meses... un día anunciaron que la búsqueda había llegado a su fin y al no haberse encontrado rastro alguno, se lo había declarado oficialmente como desaparecido. Supimos que unos años después, lo declararon como correspondía, oficialmente muerto.
Nunca dejamos de mirarnos a los ojos, sin embargo ahora distinguíamos las ojeras debajo de ellos. Muchos no conciliamos el sueño durante largo tiempo. Los más duros nos hicieron creer que si, pero sabíamos la verdad. Todos la sabíamos. Los veinticinco que éramos.
Hemos crecido, hecho nuestras vidas pero jamás pudimos olvidar. Jugábamos a juegos peligrosos, vaya que si. Si quisiera buscar un motivo, una razón exacta, podría alegar en mi defensa que debido al paso del tiempo he olvidado las causas, pero eso no es defensa alguna, más bien tonta justificación.
Cómo olvidar el macabro plan, las certeras apreciaciones sobre nuestros mayores. Cómo dejar atrás tantas meditaciones a oscuras, cuando la noche tejía punto a punto mis pesadillas. Esa tarde salimos del colegio con rostros inocentes y corazones manchados.
Cargábamos nuestras mochilas orgullosos, llevando cada uno, una parte del difunto. Habíamos rebanado el cuerpo en pedazos, dejando escurrir la sangre entre los tablones de madera del piso del antiguo salón. Cada uno puso en su mochila una parte de su pacto de sangre. Una parte de la maldición.
Salimos como si nada, porque quién puede imaginarse algo así. Nosotros sabíamos que nadie. Y sabíamos algo más. Qué ningún padre nos revisaría las mochilas y que lo que guardásemos en ellas, estaría seguro. Nos deshicimos de los restos, sin dejar cabos sueltos. El plan perfecto. Lo macabro consumado por niños de once y doce años. Jugábamos juegos peligrosos.
Y el tiempo se ha encargado de no hacernos olvidar. Cada día, cada noche, en cada mirada, en cada sombra, purgamos por el pasado. Seguimos cargando esas mochilas. Salvo que ahora sentimos la humedad filtrándose, dejando una mancha roja, muy roja, delatora, incisiva, dolorosa.
La mancha que estuvo desde el primer momento en nuestros corazones.
Y si alguien intentara imaginarse algo así, cómo podría. ¿Quién sería capaz de desconfiar de niños tan pequeños? ¿Quién?


Yo lo haría.

11 comentarios:

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Enorme este cuento, Netomancia. Qué buena narración para una historia tan macabra. El tono del narrador es perfecto para la contrición que quiere mostrar.

PD 1: Una bendición para su esposa y sus hijos, porque que mente tan oscura la suya.

PD 2: Felicitaciones por la publicación. Tienes cuentos de gran calidad. Y si es la primogénita, hay que festejarlo.

Un abrazo y un placer leer cuentos como éste.

Gonzalo Vázquez Gabor dijo...

Atrapante! Si hasta parecían los infantos de mi tierra, que de esos abundan.
Un placer visitarle, me retiro satisfecho, más ahora que ya se lo que hicieron el verano pasado ...

SIL dijo...

Fue un plan genial...
Pero ese tipo de mochilas, se cargan para siempre, y cada vez pesan más, y huelen peor...
ESPECTACULAR, Sr Misterio, volvió con todo, con todo !!!!

BESOS DESCUARTIZADOS.

Taller Literario Kapasulino dijo...

waw... un cuento malvado... Excelente Neto, me dejaste boquiabierta... es verdad quien pude desconfiar de niños...
Una historia espeluznante, muy bien contada...
Excelente

Netomancia dijo...

Alejandro, muchas gracias por tus palabras, es una alegría que te haya gustado tanto. Jaja, la PD 1 está muy buena. Mi señora todavía me quiere, aunque si me reta no es por esta clase de cuento, sino por estar todo el día diciendo pavadas. Por la PD 2, simplemente gracias. Tengo unos cuentos publicados en antologías locales, fuera de la ciudad y en materia de ficción, si es lo primero. No ficción, tengo publicado un trabajo de investigación lingüística en una revista española de circulación en universidades.
Gonzalo, si abundan de estos en sus tierras, huya o al menos, trátelos bien!
Gracias Doña Sil. En realidad volví (¿de dónde?) como siempre: Oscurito, oscurito.
Carla, si, realmente malvado y macabro. ¿Ud no cree que hay niños con maldad? Yo si. Y cierre esa boca.

Severi dijo...

Jajajaja..ME FASCINÓ !! ES MÁS ESTÁ PERFECTO PARA HACER UN CORTO!! es ideal para llevarlo a un guión y filmarlo!!! digno de Allan Poe!! ME ATRAPÓ A FULL..me encanta este tipo de relatos negros y bizarros..denunciás también tu influencia Burton. UNa joyita !! felicitaciones! le diste vida a un deseo reprimido de adolescencia de más de uno. La frase magistral: "Cómo dejar atrás tantas meditaciones a oscuras, cuando la noche tejía punto a punto mis pesadillas" Un abrazo!

el oso dijo...

Ya no se puede confiar en nadie. Luego de leer los cuentos del Neto uno mira de reojo por las dudas a un bebé en el cochecito, no sea que saque de golpe una motosierra...
Está espectacular realmente.
Abrazos, Neto.

Netomancia dijo...

Martín, y dale, animate y encará un corto, con tus ideas gráficas seguro no te costará demasiado llevarlo a cabo. Me decís y hacemos el guión. Eso si, el casting lo hacés vos. Jajaja. (che, Burton, me suena, quién es?? jejeje)
Oso, no se fie de un bebé, menos en cochecito. La mafia infantil tiene recursos inesperados.
Un abrazo! (llevaste eso a la Salta y Moreno, no???)

Severi dijo...

* soy Marcos eh!

Palmas dijo...

Muy bueno Neto...me encantan los cuentos cortos y macabros jaja... muy buena la ilustracion de Alvarez... bien "oscura" como el cuento

Chelo Candia dijo...

excelente, pero... ¿sabés? gracias al dibujo de alvarez supe el final antes que nos lo cuentes. abrazo neto!!!