Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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24 de marzo de 2008

El hombre del muelle

Cuando el día se esconde detrás de las islas, el río se tiñe de nostalgia y los reflejos opacos del anochecer hacen inútiles intentos por llamarnos la atención. Nuestros ojos, tristes por su partida, no abandonan el horizonte, troquelado de verde y marrón, y siguen atentos al gran astro rey, que muere hoy como ayer huyendo vaya uno a saber de que antigua condena.
El manto que tiende la noche va ganando cada rincón y de un momento a otro, la oscuridad ha cubierto orillas y botes, árboles y camalotes. Los pescadores emprenden la retirada, con pausa y sin prisa, de cara al agua, soñando con la mirada. Se acallan los gritos de los niños y los últimos coches le dan la espalda al río, marchando en armonía sin saber cuando será que regresarán.
El último bote ha sido tapado por una lona y su dueño, marchado.
Todos se han ido, menos el hombre del muelle. La naturaleza es su única compañera en la ahora noche. Las estrellas lo observan, inmóvil. De vez en cuando el agua golpea la orilla; el vaivén del río que viene y va con su propio ritmo.
Cuerpo erguido, cabeza en alto y manos en los bolsillos, soportando la brisa fresca y ajeno al canto de los grillos. La imagen de quien, ensimismado en pensamientos lejanos, se vuelve un pensamiento más, casi un fantasma para los demás.
Y volverá cada noche, ni bien caiga el sol. Habrá quienes lo vean, y quienes no. Asegurarán algunos que siempre está y otros que es pura imaginación. Pero el hombre del muelle no se moverá, estará allí. Al menos hasta que alguien lo libere del dolor y le permita vivir sin necesidad de pedir perdón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

noy hay pnélope sin dolor, no hay perdón sin esperas, no hay muelles sin estos hombres en la eterna búsqueda...
impactante ernest!

el oso dijo...

En algún puerto seremos los hombres del muelle cada uno de nosotros...