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25 de abril de 2021

Pan y queso

Cuando era chico todos querían hacer pan y queso conmigo, porque ganara o perdiera, elegía a mis amigos más cercanos y el rival de turno, a los que mejor jugaban a la pelota.
Perdíamos siempre por goleada y más de uno se enojaba porque al elegirlo no le daba la oportunidad de estar en un equipo mejor. Pero eran broncas pasajeras. La amistad no se definía por derrotas en el patio de la escuela o el baldío de la esquina.
Íbamos para todos lados juntos y cuando las vicisitudes de la vida nos fueron llevando por diferentes caminos, la relación no se perdió. Como si el ritual de elegirlos una y otra vez en el pan y queso hubiese ido forjando una unión imperecedera, fuerte, inquebrantable. Sabíamos entonces que íbamos a perder en la cancha, pero que a pesar de eso, estábamos juntos.
Con el tiempo, en la medida que crecimos, aprendimos que las distancias y ocupaciones suponían obstáculos, pero como en el pasado, estábamos el uno para el otro.
¿Sucedía lo mismo con los que jugaban en los equipos contrarios? No, claro que no. Esos equipos se armaban para ganar, para competir, para saborear lo efímero del triunfo. Nosotros apostábamos, sin saberlo, a lo perpetuo del abrazo, de la risa cómplice, de esa mano necesaria en los momentos difíciles.
¿Te acordás cómo nos cagaban a goles? suele decir alguno cuando estamos todos, anticipando la carcajada general ¡Es que a este boludo le gustaba que nos rompieran el culo! acota entre las risas algún otro.
Incluso nos reímos en la vereda de la casa fúnebre, cuando nos toca despedir al primero que parte del grupo, joven, de manera injusta. Nos reímos porque es parte de la esencia, porque tácitamente nos prometimos estar siempre, ser el hombro dónde apoyarse. Y porque llorar no soluciona nada. Ni entonces, cuando ellos iban diez y nosotros cero, y la impotencia nos volvía torpes las piernas, pero jamás nos permitíamos sentir vergüenza. Cómo avergonzarnos de la amistad.
Y mientras el cortejo fúnebre avanza, nos relojeamos por los espejos retrovisores. Nos reconocemos tristes, perplejos. Pero somos un equipo. Y sabemos, como cuando éramos pibes, que la vida nos va a terminar ganando por goleada. Sin embargo, nos elegimos, en un pan y queso para siempre. Y allí estaremos, tratando de sonreír cuando en realidad queremos morirnos, dándonos un abrazo cuando quisiéramos escondernos en un rincón a llorar, porque las derrotas por supuesto que duelen y lastiman, pero así, en equipo, el rival tiene que hacer un mayor esfuerzo. Y no podemos caernos, ninguno. Sabiendo el resultado, puteándonos por alguna distracción, apretamos los dientes y seguimos adelante. ¡Estúpido, para qué me elegís! me grita alguno. Y apretándome la mano, años después, mientras suprime una lágrima, se responde y me agradece: Para esto, hermano. Para esto.

1 comentario:

José A. García dijo...

Siempre me dejaban para lo último en el pan y queso, era el queso que no sabía jugar a ningún deporte, y sigue siendo así. Siguen sin elegirme. Por algo no tengo amigos de esos que te llenan las redes sociales con 45678958747 fotos de sus hijos, sus vacaciones, su autos nuevos, sus sueldos inflados.
Claro, tampoco tengo redes. Eso es un triunfo de mi parte, así logro que las balas nunca piquen cerca.

Saludos,

J.