Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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13 de septiembre de 2020

El Cuervo

El póster estaba ahí, desde tiempos inmemoriales, o al menos, eso me decía de manera inexacta mi memoria. Cada vez que abría los ojos en la oscuridad, los ojos de ese poster me miraban, me seguían, me dejaban paralizado. Y aunque quería cerrarlos, no podía, porque si los cerraba, ese ser oscuro de rostro pálido se me arrojaría encima y vaya a saber que me haría, seguramente dejarme sin sangre o cortarme hasta que la sangre se derramara sobre toda la cama.

Lo había puesto mi hermano más grande, fascinado con esa película. La historia de un muchacho que es asesinado y vuelve del más allá para vengarse, gracias a la brujería o no se qué de un cuervo. Quiso hacérmela ver más de una vez, pero me negué. Bastante tenía con tener que observarlo cada noche. 

De más está decir que me sumió en pesadillas horribles y más de una vez terminé con la cama mojada, para decepción de mis padres que no podían comprender la razón de aquel retroceso. Mi hermano, creo, en el fondo sabía que la culpa era del póster de esa película.

Una vez, sonriendo, me dijo que era una película maldita. Que el  actor principal, que a su vez era el hijo de otro famoso actor, que también había sido un luchador de artes marciales muy famoso, lo habían matado en plena filmación. 

Mis ojos incrédulos le dieron motivos para darme más detalles. Que alguien le había puesto balas de verdad a una de las armas de utilería y que en una escena de disparos, una de esas balas lo había alcanzado. No podía salir de mi asombro. ¿La gente podía morir haciendo una película? Eso abría en mi cabeza un sinfín de interrogantes, sobre las películas con accidentes de autos, de guerra, con aviones que explotan en el aire. También me dijo que tuvieron que filmar las escenas que faltaban con dobles y tomas en las que solo se ve la sombra del personaje.

Pero a pesar de todo eso que me contó, que despertaban mi curiosidad, seguí negándome a ver la película. Un par de años más tarde, el póster, ya comido en algunos bordes por las polillas y esos bichitos de la humedad largos, grises, de mil patitas, fue reemplazado por otro que tenía a Kim Bassinger. Mi hermano había crecido y sus intereses ahora eran otros. Y debo confesar, que la llegada de la blonda fue también para mí un alivio enorme. Si bien, no la veía con los mismos ojos que la veía él, su presencia era un bálsamo de paz.

La primera noche con el póster en la pared, abrí los ojos, sobresaltado y al mirar hacia ese lado, allí estaba ella, imperturbable, hermosa, haciendo gala de su figura, sin generar ningún sentimiento de miedo, de pánico, ni nada, sobre mi persona. Hacía años que al despertar en la oscuridad, no tenía esa sensación de seguridad que por unos segundos me abrazó por completo.

Pero fue desviar la mirada apenas un poco hacia el otro lado, que mis músculos se estremecieron, los vellos de la piel se erizaron por completo  y mi cuerpo se paralizó por completo, al punto de no poder tragar saliva, respirar ni poder hacer nada, absolutamente nada. Sentado, al borde de la cama de mi hermano, que dormía plácidamente, estaba él, el Cuervo, mirándome con la cabeza ladeada, una sonrisa pueril en su rostro y el impacto de bala a la altura del corazón, aún chorreando sangre espesa. Se puso de pie lentamente, se acercó hasta el poster para mirarlo de cerca, sacó la lengua - una lengua negra, sucia - y la pasó de arriba abajo por el cuerpo de la hermosa Kim, sin dejar de mirarme de reojo, apreciando mi desconcierto y horror.

Me oriné y me cagué encima. Tras parpadear, el Cuervo ya no estaba. Pero si la humedad mugrienta que había dejado sobre el póster. Permanecí toda la noche sentado en la cama, con el fétido olor de mis necesidades aromatizando la habitación y la certeza, irremediable, que mi mente ya no era la misma, ni lo serían, de allí en más, las noches que tuviera por delante en mi vida.


1 comentario:

Maga h dijo...

literalmente: momentos de mierda.