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1 de septiembre de 2020

Cronómetro

Cuando de niño se lanzaba corriendo barranca abajo en dirección al río, solo soñaba con una cosa: ser la persona más rápida del planeta. El viento contra el rostro, el vértigo de las ramas y desniveles en el suelo quedando atrás a gran velocidad, junto a la fragilidad de sentirse vivo y al borde de la muerte al mismo tiempo, se convertían en su razón de ser.
En la escuela sufrió el aburrimiento de las clases de educación física, donde las rutinas se hacían repetitivas y correr era tan solo una de las actividades. Pero en el barrio encontró la manera de poder hacer aún más divertido lo que tanto le gustaba. Carreras por dinero.
Durante años compitió en la clandestinidad de las calles de su ciudad. Le gustaba mucho cuando llegaba un desconocido y al verlo tan joven, lo retaba por mucha plata. Más le gustaba cuando tras la paliza, veía el rostro furioso del derrotado. El cronómetro no mentía, sus piernas eran más rápidas que las de cualquier otro.
Tenía quince años cuando apareció Lamberti. Era un tipo que vestía bien y que cualquiera podría pensar que se trataba de gerente de un banco o una empresa. Pero Lamberti era un buscatalentos. Trabajaba para la comisión olímpica del país y recorría cada provincia siguiendo rumores o noticias sobre atletas fenómenos que no sabían ni siquiera que lo eran. Incluso, en algunos ámbitos, se rumoreaba que las competencias en clandestinidad las impulsaba el propio Lamberti, con el deseo de hacer salir de dónde fuera a los futuros representantes nacionales en las competencias más importantes del mundo.

- Así que usted, Pedernera, es el que llaman “Piernas de fuego”.

- ¿Quién me llama así?

Lamberti le explicó cuál era su trabajo y lo que se propondría con él. La ecuación era simple. Con un entrenamiento de alto nivel, el sueño de convertirse en el hombre más veloz del planeta, podría convertirse en realidad. Trabajo, constancia, sacrificio. Eran palabras que el joven no podía asimilar. ¿Era un trabajo correr? ¿Constancia para hacer lo que deseaba más en la vida? ¿Sacrificio era sinónimo de placer? Algo no cuajaba entre el discurso y su realidad. Así que le preguntó algo básico.

- ¿Voy a ganar dinero con esto?

El buscatalentos se frotaba las manos con alegría. Había encontrado una verdadera aguja en un pajar, no necesitaba demasiadas pruebas. Le bastaron cinco o seis carreras bajo las farolas de la calle para, cronómetro en mano, registrar tiempos fuera de lo común. ¿Si iba a ganar dinero con esto? ¡Ambos iban a ganar dinero con esto!

El adolescente volvió a su casa entusiasmado, preparado para hacer el bolso y partir al día siguiente con Lamberti para comenzar las pruebas en un centro de alto rendimiento deportivo, a unos kilómetros de distancia. Pero sus padres pusieron el grito en el cielo. ¡De ninguna manera! ¡No vas a ir a ninguna parte! Fue un escándalo, con gritos y platos rotos. El chico se marchó igual y los padres, lloraron abrazados en silencio durante gran parte de la noche.

Las primeras pruebas fueron de velocidad. La pista que tenía por delante no se asemejaba a ninguna barranca ni calle que hubiese visto antes. Aquello era maravilloso. A la orden de Lamberti las piernas lo lanzaron al recorrido como una bala se lanza hacia su víctima. Increíble. Todos los presentes quedaron con la boca abierta, incluso los otros atletas que estaban concentrados en sus rutinas de entrenamiento. El pibe Pedernera había hecho el recorrido más rápido que nadie, batiendo el récord de la pista. 

En cada salida, el tiempo se iba bajando. Era inaudito. Imposible no imaginarlo en lo alto del podio, el himno nacional sonando en el aire y la medalla de oro en el pecho. El muchacho podía darse cuenta de lo impactados que estaban todos.

Luego fueron a otro sector del predio, que se parecía más a una clínica que a un centro deportivo. Allí, le informaron, le harían todos los estudios médicos.

Esa tarde se la tomaron libre, y Lamberti, casi como a un hijo, lo llevó por la ciudad, mostrándole lugares turísticos e históricos. Por la noche, volvieron al completo deportivo, dónde le habían preparado una habitación. Descansó como nunca, con la tranquilidad de un campeón.

Se levantó temprano y como se lo imaginó, la pista estaba vacía. Corrió durante dos horas, en total soledad. Nunca se había sentido tan bien. Lamberti entró por una puerta lateral, con una carpeta en la mano. Venía mirando unos papeles y caminaba muy rápido. El pibe se acercó para saludarlo. Lamberti, en cambio, le arrojó la carpeta por la cabeza. - ¡Un cronómetro! ¡Tenés un maldito cronómetro en lugar de un corazón! ¿Qué carajo sos, pibe? ¿Quién mierda te hizo eso? ¡Es imposible que compitas, no sos humano, sos un…humanoide!


El taxi lo dejó en la puerta de su casa. En la puerta, sus padres lo esperaban con caras de tristeza. No necesitó decirles nada. Lo rodearon con abrazos y los tres lloraron en silencio. En algún momento debían decirle la verdad. Lástima que la vida fue más veloz que ellos para dar la noticia.


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