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8 de enero de 2020

Diálogos nocturnos

Con Adela nos quedaron cosas pendientes, principalmente conversaciones sin terminar, suspendidas por el cansancio de las noches, o el sonido nefasto del teléfono, que daba pie a otros problemas, a otras realidades, a mundos ajenos que descubríamos de pronto, con voces que nos transportaban a sus confesiones.
Nos tocaba el turno de noche en las líneas gratuitas del Estado para prevención de suicidios y adicciones. Trabajamos a la par dos años enteros. Pudimos compartir cientos de charlas, pero nos quedaron truncas miles más. A muchas podríamos achacarle la culpa los llamados, pero a otras no. Porque en otras, tomamos la decisión de callar angustias, de esquivar heridas, tratando de evitar el daño, la colisión, el desentierro de tantos males. Porque somos eso, tumbas alimentadas por arterias, con extremidades que nos llevan de un lado a otro y un cerebro que se encarga de administrar de mal modo nuestros pesares.
Es increíble cómo la gente trata de matarse los martes a la noche. Era el día de la semana que menos podíamos hablar entre llamada y llamada. Podría pensarse que el suicidio es un pensamiento de fin de semana, pero no es así. Los fines de semana había más inconvenientes para los adictos, que en el último manoteo, antes de ahogarse por completo en el mar de drogas, buscaban en este lado de la línea un salvavidas. Y ahí estábamos, pendientes de cada palabra, de cada quiebre en la voz, de todas las señales posibles, para pausar la agonía, darles un alivio, ayudarlos, al menos, en ese instante, de no sucumbir.
Y entre cada persona que atendíamos, teníamos un tiempo. A veces mínimo, otras más extenso. No obstante, esos diálogos nocturnos - los que teníamos con esos seres anónimos - nos dejaban con el corazón en la mano, la mirada extraviada. Las úlceras no eran por nada. Litros de café en una sola noche, con el fin de aferrarnos a algo. Nadie cuenta con la preparación suficiente para enfrentar la muerte - y sin verle la cara - por más títulos que uno cuelgue en la pared de la oficina.
Pero con Adela habíamos aprendido que las lágrimas entorpecen y la angustia no rescata a nadie. Quizá por eso es que hablábamos tanto. Nos fuimos revelando las vidas, anécdotas, realidades, parejas, engaños, decepciones. Nos abrimos más de lo que hubiésemos debido. Muchas veces me descubrí mirándole los labios, mientras estos se movían, distante mi atención de las palabras, pero absorta en sus gestos. Ella empezó a gustarme. Y creo que ella, comenzó a sentir lo mismo por mí. Las noches se fueron volviendo incómodas, nuestros cuerpos nos avergonzaban, tratábamos de no mirarnos, y lo que antes eran palabras, se fueron volviendo silencios.
Adela pidió el cambio y la trasladaron a un turno diurno. Durante un tiempo mantuvimos contacto mediante mensajes en el teléfono. Pero los fuimos espaciando y finalmente, dejamos de tenerlo. No pude disimularlo. Me cambió el humor, me volví irritante. Incluso me peleé con mi pareja. Me volví una persona ermitaña. Solo salía del departamento para ir al trabajo. Y del trabajo a dormir y encerrarme, con las persianas bajas y sin el menor deseo de ver a nadie.
Hasta una noche, que al levantar el teléfono y decir el discurso de presentación de siempre, del otro lado la voz me llamó por mi nombre. Esa voz de cientos de noches, sollozando. Y yo la llamé por el suyo. Cuánto extrañaba decirlo en voz alta: ¡Adela! Cómo deseaba ver sus labios, sus ojos, su rostro... me distraje en mis ilusiones, en mis caprichos, en ponerme a pensar en todas las conversaciones pendientes que teníamos que concluir.
- Laura, lo siento mucho Laura. Pero no puedo más, no puedo más. Mi vida es un infierno. Me voy. Lo siento tanto.
La línea quedó en un esteril pitido, una nota aguda y extensa, que me atravesó de lado a lado. Cuando reaccioné, lo sabía, ya era tarde. Traté de comunicarme desde mi teléfono, pero no hubo respuesta. Envié a la policía y a los paramédicos a su domicilio, mientras las lágrimas, esas que no servían para nada, caían sin piedad por mis mejillas. Mi nuevo compañero de la noche se acercó a consolarme, pero lo aparté. Él nunca entendería, porque con él todo era silencio. En cambio, con Adela...

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Cual habrán sido esas conversaciones pendientes?