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26 de octubre de 2018

El rincón del bosque


Ornella se fue mucho antes. Quince, veinte años, me animo a decir. El viejo Tomás se guardó estoico en su cabaña y se dejaba ver solo una vez a la semana cuando bajaba al pueblo a buscar provisiones. Nunca nos quiso, por más que fuéramos sus nietos. Pasábamos las tardes jugando cerca del auto abandonado y cuando el abuelo salía, nos escondíamos entre el hierro herrumbrado y el cuero chamuscado cubierto de tierra. Lo espiábamos a través del parabrisas ausente, escondidos de su vista detrás del capot levantado. Salía a media tarde y volvía al atardecer. Siempre solo, siempre a paso lento.
Fue tras su muerte que con mi hermano emprendimos la caminata por el sendero boscoso que le veíamos tomar cuando éramos niños. Treinta minutos después nos topamos con una colina. El sol brillaba sobre las cuatro cruces. Cada una tenía un nombre. En una, una inscripción rezaba: "Perdón por no poder sacarlos de las llamas, perdón por dejarlos morir en el maldito coche. Sus papis, Ornella y Tomás".
Temblamos ante esas tumbas y no demoramos en marcharnos. Pensar en aquel rincón del bosque me da escalofríos hasta el día de hoy, aunque es peor imaginarnos de pequeños, jugando dentro del verdadero cementerio. Jamás le pregunté a mi hermano qué siente al respecto, jamás lo haré. En quién más pienso es en el viejo Tomás, cargando la culpa solo durante sus últimos años de vida y en esos dos niños imbéciles, riendo entre los hierros retorcidos que alguna vez apagaron, para siempre, los sueños de otros.

txt: Ernesto Parrilla + ph: Colo Cossy

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Estaban muertos y no lo sabían. Tomás era su padre y estaba cargado por la culpa.
Y yo no vi venir ese giro argumental, indicio de que está bien escrito el relato.
Saludos.