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5 de agosto de 2018

Estamos malditos, todos y cada uno

Mario Carrillo es un escritor de Villa Constitución, pero antes es periodista y de los buenos. Aprendí mucho a su lado, hace casi veinte años. Hoy compartimos una gran amistad y la pasión por la literatura. Tuve el placer de escribir prólogos en sus dos libros anteriores, de cuentos.
Y tuve el honor de leer de antemano su primera novela y redactar el prólogo. Para algunos quizá sea una formalidad. Para mí el prólogo es cosa seria. Me gustó mucho "La sangrienta maldición de los Burundarena" y el texto que leerán a continuación y que titulé "Estamos malditos, todos y cada uno", prácticamente se escribió solo.
Gracias Mario, una vez más.


Estamos malditos, todos y cada uno.

Dice Stephen King que los monstruos y fantasmas son reales y viven dentro de uno y que a veces, ellos ganan. Si algo me fascina de esa afirmación es que tiene mucho de cierto. ¿Quién no vive escapando de fantasmas en la más absoluta soledad de la consciencia? ¿Quién no se esconde de monstruos que solo acechan en la imaginación? Otros, directamente, lo son: monstruos con rostro de hombre, corrompiendo la existencia de sus víctimas; fantasmas en vida, vagando por las calles sin que nadie se percate de ellos.
La humanidad crea sus miedos a imagen y semejanza. Y el destino, ese derrotero incierto que moldea nuestras vidas a capricho, se encarga que enfrentarnos a ellos. Lo hace desde que tenemos noción de las cosas, con las primeras sombras proyectadas en la oscuridad, con sus formas tétricas que nos obligan a sumergirnos bajo la almohada casi al borde del grito. Estamos malditos, todos y cada uno. Condenados a crecer, al desengaño, el sacrificio, al amor, la traición, el dolor, la injusticia e, inevitablemente, la muerte, la propia, pero antes, la ajena.
¿Es acaso una mirada soslayada, demasiado oscura, que omite las buenas cosas, las alegrías, todo lo que vale la pena? Si, lo es. Por supuesto. No puedo escribir este prólogo de otra manera, porque las páginas que he devorado – como un monstruo con sed literaria – me obligan a pensar en una palabra: venganza. Pero no se engañen, las hojas que componen este libro no se reducen a un solo vocablo, al contrario.
Venganza es el punto de partida de cada párrafo. Es lo que mueve al monstruo y espanta a los fantasmas, es la imagen que aparece en sueños una y otra vez hasta alcanzar a su víctima, es lo que Mario Alberto Carrillo nos va a meter de prepo, casi a golpes de puños (puños literarios) hasta hacernos sentir dentro de la tragedia de los Burundarena, tomando partida, odiando, amando, en un relato que se ramifica a lo largo de las décadas, de la geografía pampeana y nuestra propia historia.
La sangrienta maldición de los Burundarena es un viaje emocionante, vertiginoso, en el que no solo atravesaremos un legado de sangre, sino que nos empaparemos en él, sentiremos las miserias en carne propia, como testigos imposibilitados de torcer un destino que paso a paso se va tornando cruel y tormentoso, persiguiendo a los protagonistas y a cada uno de sus descendientes a campo traviesa, con la furia de un malón endemoniado.
Mario, que en sus libros de cuentos nos había demostrado la capacidad para ir de la risa al llanto, de la anécdota al relato crudo, será nuestro guía, nuestro aliado en este camino, elevando aquí su apuesta en una novela con los condimentos necesarios para convertirla en una lectura recomendada que difícilmente nos deje indiferentes. Por lo bien que están creados los personajes, por lo cerca que los sentiremos, por la manera en que nos llegarán al corazón sus sentimientos y acciones, cuyas consecuencias, algunas espeluznantes, nos develarán el estoico y violento espíritu de los Burundarena.
Y además del escritor, se ve al periodista. Al que muchos tuvimos como maestro en ese oficio. Se nota la investigación al detalle de cada época y lugar, en la que uno casi no necesita imaginarse nada, porque allí está todo. Nos ubica de manera visual en el contexto de las décadas que atraviesa la trama, desde los primeros años del siglo XIX al pasado siglo XX, dándole al marco histórico un lugar en la novela más importante que el de simple escenario sobre el que transcurren las acciones.
Es de esos libros que uno espera se extienda un poco más. Que nos regale más de la trepidante lectura que nos mantuvo durante horas pasando páginas, una tras otra. Pero todo tiene un final y vaya que lo saben los Burundarena. Amor, pasión, odio, venganza, sacrificio, dolor, penas y muerte. ¿Terror? Para nada. ¿Pero hay monstruos y fantasmas? Si, en cada rincón. Están allí, con rostros humanos, muchos de ellos con rasgos vascos, confundiéndose en la espesura de la llanura pampeana, esa que el tiempo transformó en paisajes poblados atravesados por carreteras, acechando al destino, tratando de vencerlo, aun sabiendo que es imposible, que la maldición irá tras ellos. Pero siempre hay una esperanza, una posibilidad de redención. Por algo nos escondemos debajo de las sábanas y metemos la cabeza bajo la almohada: para que los fantasmas y monstruos no nos encuentren. Siempre la hay. ¿Será Mario, en esta novela, piadoso con nosotros? ¿Nos tenderá esa mano para sentirnos seguros? ¿O nos dará un empujón hacia la oscuridad?
Lean. Disfruten. Engañen sus propios destinos mientras se internan en esta maldición ajena. Pero sepan que los monstruos y fantasmas, existen. Porque quien avisa, no traiciona.

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