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6 de marzo de 2017

Alfredito

La verdad es que nadie sabe en el barrio con certeza cómo empezó el rumor. Alfredo siempre se mandó la parte de mujeriego, incluso después de casarse. Solía aparecer con revistas para hombres y comentar que a varias de las mujeres que aparecían sin ropa en las páginas internas se las había "cepillado" en algún momento.
No todos le seguían la corriente. Alfredo era el típico hombre que se las sabía todas. Era el mejor amante, el mejor besador, el más romántico, y una lista interminable de virtudes que él mismo enumeraba y que prácticamente lo hacían el mayor semental del país. Sin embargo, siempre hay quiénes se tragan el cuento y sirven de alimento para su ego. Y en el barrio había muchos.
Solía piropear a las mujeres que le pasaban por al lado. Era grosero y atrevido y más de una vez se topó con una mano sobre el rostro. Pero no escarmentaba. Se pronunciaba en voz alta incluso cuanto la mujer que pasaba a su lado iba acompañada por un hombre. También aquello le trajo más de un problema y unos cuantos golpes. Pero Alfredo los disfrutaba. Cada vez que arriesgaba su integridad por decirle algo a una mujer, era un punto más a su favor ante los imbéciles del barrio que se rendían a sus pies, como si fuese una especie de héroe del culto al macho argentino.
Fue así desde que tengo memoria. No obstante, hubo alguien más imbécil que todos los imbéciles juntos que lo rodean cada tardecita en el bar de la esquina: yo. Porque de todas las minas del barrio, la única pelotuda que cayó en sus garras y se dejó engañar, fui yo. Pensé que lo iba a cambiar una vez casado, pero no lo logré ni por asomo.
Hace veinte años que lo sufro, sabiendo que me mete cuernos de todos los tamaños y que lo alardea a los cuatro vientos. ¿Y qué voy a hacer yo, con cinco chicos que criar, amén de los tres que partieron ya por sus propios rumbos? ¿Me dice qué puedo ayer yo, más que agachar la cabeza y hacer como si nada? Bueno, algo si pude hacer. Y a diferencia del pelotudo de mi marido, jamás lo voy a contar a los cuatro vientos. Pero a usted si, a usted se lo voy a decir. El rumor lo largué yo, como quién no quiere la cosa. Tengo la cara nomás, era hora que hiciera algo.
Lo quiero ver ahora al Alfredo. Hace dos días que no pisa la casa. En el bar no tienen idea dónde está. Debe andar escondiéndose en lo de algún pariente, en alguna otra punta de la ciudad. No va a resultarle fácil limpiar su nombre. El "potro", el "torito", "el semental". Más vale una imagen que mil sandeces dichas por ahí. ¡Dios mío, que no se entere el Padre Julián que le usé la fotocopiadora para imprimir los volantitos con la foto del "pitito" del Alfredo, porque me quedo sin la changa en la parroquia!
Pero si tiene que ocurrir, que ocurra. Hacía rato que no hacía los mandados con una sonrisa en la cara. Por fin la vergüenza es del otro. Y si no aparece... ¡seguiré criando a los hijos sola, como hasta ahora! ¡Cómo si fueran de él, carajo!

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Y al final era ella la muy activa sexualmente.
Y le arruinó la fama, con una evidencia material.
Un verdadero giro argumental.