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8 de enero de 2015

Noches de día

La lluvia cae como una triste historia que se repite una y otra vez. Afuera las calles escupen agua y los pocos valientes que disfrazados salen a la carga como si no se pudiera esperar, se ven difusos entre la balacera de gotas que se interpone entre ellos y nosotros.
En las noticias dicen que mañana saldrá el sol. Mienten descaradamente. Los días que vienen serán siempre grises. Lo sabe el mundo entero, pero de todas maneras intentan decirnos que no es así. La lluvia esta vez no parará.
El agua le dará paso al viento. Luego al barro. Finalmente llegará la sangre. No es un presagio, está escrito. Lo dicen las estrellas durante la noche, las pocas que brillan entre nubarrones de pésimo augurio. Lo dicen los libros antiguos, atrincherados en sótanos húmedos e inalcanzables. También lo gritan los huesos de los desahuciados, cuya voces carecen de sentido.
Lo intolerantes están de parabienes. La gran fiesta ha comenzado. Pocos valores quedan en pie. Pero ninguno sobrevivirá para cuando llegue la noche. La lluvia irá destilando los últimos vestigios de bondad, llevándose las risas y las alegrías a los desagües de un putrefacto canal.
Encerrados, observamos cómo la oscuridad va cubriendo todo, a pesar de ser aún de día. Vemos las rejas cubriendo entradas y ventanas, las alarmas comunitarias asaltando las calles, los vecinos asegurando sus puertas con dos vueltas de llave, las miradas continuas detrás de las cortinas que se descorren ante el menor sonido proveniente de afuera. Nos escondemos sigilosamente, porque falta poco para la noche.
La lluvia se hace intensa, sofoca, asfixia, se hace carne. Empapados de miedo, sentimos el frío de la desconfianza. Nos observamos de reojo dudando del otro. Leemos los diarios, escuchamos la radio, vemos la televisión, pero a nadie le creemos. La verdad ya no existe, ha dejado de tener valor.
Nos queda la lluvia y el saber que no se detendrá. Analogía perfecta de la humanidad, el nacimiento y la muerte, el trueno y el relámpago, el correr a refugiarnos, el sentirnos a salvo y de tanto en tanto, cuando es solo una llovizna, animarnos a disfrutarla, darle la cara, abrazarnos a ella, aunque solo hasta que se vuelve tormenta y se olvida de la piedad. Y se repite, una y otra vez, como nuestra bélica historia humana.
Cuando amaine, veremos los charcos. Y si aún tenemos fuerzas, saltaremos encima. Como cuando éramos niños y éramos inocentes. Allá lejos y hace tanto.


2 comentarios:

Nada más importa dijo...

Inocente...a veces así me siento.
Y aunque quisiera no sentirme mal por eso, lo hago, casi todo el tiempo:

Me gusto mucho el texto!

Un beso!

el oso dijo...

La lluvia y si es sostenida más, desnuda un poco lo que somos más allá de lo que parecemos ser. Muy bueno, Neto.
Abrazo