Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

5 de agosto de 2014

Que los hay, los hay...

En las páginas amarillas de la guía telefónica figuraba como "Manosanta Online", aunque nadie buscaba sus servicios allí. El boom había sido internet. Por Facebook y Twitter había sumado cientos de miles de adeptos, que a diario acudían por un consejo, una lectura del futuro o un "trabajito".
Le llovían los mails y las actualizaciones del blog no alcanzaban para saciar tantas solicitudes. Sin embargo, Ludovico Aguirre dormía plácidamente la siesta en la terraza de su casa de dos pisos, en las afueras de la Capital. A su lado, descansaba sobre una mesita de madera oscura, los restos de una picada y un vaso ya sin contenido, pero en el que se podía adivinar que había estado hasta arriba de whisky. La delatora era una botella vacía de Chivas, adormecida en el suelo, a los pies de la reposera en la que descansaba el hombre detrás del negocio.
De la escalera en espiral emergió la figura de Estela, una rubia esbelta, de bronceado perfecto, llevando en sus manos una toalla blanca. Los anteojos de sol ocultaban dos perlas verdes que dejaban sin aliento a todo el que ella observara fijamente.
Su semblante, sin embargo, no era de felicidad.
Con violencia arrojó la toalla sobre el rostro de Ludovico, que despertó asustado, tambaleándose de la reposera y cayendo finalmente sobre el áspero piso.
- ¡Qué pasa! - alcanzó a gritar con cierto pánico en su voz, mientras trataba de ponerse de pie, tomando la mala decisión de asirse de la botella para lograrlo.
Volvió a caer, esta vez de bruces contra el suelo. A la joven no se le escapó la risa ni nada parecido. Hubiese deseado que la sangre le saliera a borbotones de la nariz. Pero hasta esa suerte tenía.
Gimió de dolor, logrando esta vez pararse.
- ¿Qué carajo te pasa? - preguntó con bronca a la chica.
- ¿Qué carajo me pasa? Estamos todos trabajando para que amases tu fortuna y vos acá, muy tranquilo, tomando sol, bebiendo... ¡Me estás hartando, eso pasa!
Si Estela no hubiese sido su hermana menor, Ludovico la habría abofeteado. Pero a pesar de las ganas que tenía, no podía hacerlo. De toda su familia, era la única integrante que aún le hablaba. Era claro el por qué. Gracias a su dinero, ella podía pagarse las camas solares, las lipos, las cirugías y ocultar así que tenía casi cuarenta años de edad y no veinte, como aparentaba. Por lo tanto, consideraba que cualquier intento de advertencia sobre su proceder, era una falta de consideración de parte de ella.
Ludovico se llevó una mano a la cabeza. La resaca estaba haciendo su efecto, además del sol, que estaba pegando fuerte.
- A ver si entiendo... ¿además de tenerlo todo, quieres que trabaje?
- ¡Quiero que seas tan responsable como cada una de las veinte personas que estamos abajo, trabajando y haciendo dinero a tu nombre!
- Un momentito, Estela. Aquí el que armó todo, el que ideó el plan, el que arroja las consignas, soy yo. Si no fuera por mi cabeza, cada uno de ustedes seguiría aún ganando dos pesos la hora en algún trabajo de morondanga.
- Si, pero los que contestamos cada pedido estúpido de gente desesperada, sin un gramo en la cabeza, somos nosotros.
- ¡Por favor, Estela! Les dejé cientos de respuestas para que elijan y contesten. Ya tienen todo el trabajo hecho.
- Contrata más gente entonces, porque no damos a basto.
- Claro que pueden. no ponen todo el esfuerzo.
- ¿Qué nosotros... ?
- Si, son haraganes. Los he estado observando. Podrían contestar cien consultas más por hora, sin embargo, se toman el tiempo para conversar entre ustedes. Ahora mismo, estás acá, mientras podrías estar abajo, haciendo tu trabajo.
Estela dio un paso adelante y le propinó un cachetazo. El sonido fue como el de una rama al partirse. El rostro de Ludovico giró hacia la derecha y retornó como si hubiese tenido un mecanismo de resorte. No le dio tiempo a reacción, pegó media vuelta y su cuerpo trabajado en el gimnasio se fue alejando en busca de la escalera en espiral.
Ludovico se llevó una mano a la cara, que seguramente se pondría colorada de un instante a otro y buscó nuevamente su asiento. Pateó de mala ganas la botella vacía y empujó el vaso de la mesa, para hacerlo caer. El estallido desparramó vidrios hacia todas direcciones.
El mal humor había tomado posesión de su estado. No podía comprender tanta ingratitud. Después de todo, el Manosanta era él. El que tenía el don de curar a distancia, era él. Los demás se estaban tomando atribuciones que no le correspondían. La empresa no podía seguir así.
Esa misma noche haría un "trabajito" para lavarles la cabeza a Estela y todos los demás. Apelaría a la magia negra si era necesario. Y no lo procesaría online, sino en su propia oficina y luego lo haría llegar personalmente a cada persona del piso de abajo. Era la hora que aprendieran a respetar a la gallina de los huevos de oro.
Sabía que a toda hora había empleados. No tenía sentido esperar hasta más tarde. Quizá no estuviera su hermana, pero igual habría gente. Se decidió a hacerlo en ese momento. Bajó por la misma escalera que lo hiciera Estela un rato antes y caminó por el pasillo hasta el ascensor. Buscó el botón del piso de trabajo y lo apretó con furia.
Las puertas se abrieron a un piso poblado de computadoras, separadas entre si por boxes de trabajo delimitados por ventanales de vidrio que no superaban el metro de altura. Los empleados lo observaron pasar raudamente, sin detenerse a saludar, como era su costumbre. Llevaba apenas unas bermudas verdes, que llamaban aún más la atención.
Se metió en su oficina, cerrando de un portazo.
El lugar estaba plagado de atrapasueños, adornos provenientes de diversas culturas, frascos con especias provenientes de puntos remotos del planeta y encima de su escritorio, un caldero enorme, que en todo momento burbujeaba.
Ludovico buscó con impaciencia los frascos que necesitaba, los apoyó sobre su escritorio y finalmente, tras abrir un cajón, extrajo un libro de pócimas de tapas negras, enorme, de casi veinte centímetros de alto. El volumen parecía desarmarse por los años, las hojas estaban amarillentas y en algunas partes, la tinta parecía caer en pequeñas gotas. El libro, a simple vista, daba la sensación de estar vivo.
Pasó las páginas con velocidad, deteniéndose casi por la mitad. Sonrió, transformando su rostro en una máscara de terror. Tomó los frascos y esparció la cantidad justa del contenido de cada uno dentro del caldero.
Lo que allí dentro hervía comenzó a emanar gases de colores, incluso, parecía que saltaban chispas al aire, resplandecientes. Un sonido agudo y extraño silbaba desde la poción. Incluso una brisa de aire fresco comenzó a recorrer la habitación.
Afuera, los empleados dejaron de atender sus computadoras.
Un murmullo de voces ausentes fue elevándose en cada rincón. A través del vidrio esmerilado de la puerta de la oficina de Ludovico alcanzaban a observar movimientos inexplicables de la luz, de sombras que se movían a ritmo inverosímil.
Estela, que aún no se había ido, alertada por los demás, se acercó a la puerta.
- ¿Qué haces ahí adentro, Ludovico? Estás inquietando a todos.
De repente la puerta se abrió de par en par, soplando un viento huracanado que arrastró todo en su camino. Seguido, una nube oscura, casi impenetrable, comenzó a cubrir la oficina. Durante treinta segundos, solo se escuchaban toses y el sonido de muebles atropellados, que caían con violencia sobre el piso de porcelanato.
Cuando la nube se disipó, los empleados yacían en el suelo. Ludovico salió de su oficina, triunfal.
Hizo sonar sus palmas repetidamente, como si estuviera llamando a la puerta. Las personas, incluida Estela,  abrieron los ojos paulatinamente.
Se veían en el piso, despertando de un sueño en el que no recordaban haber caído, la oficina hecha un caos, con sillas derrumbadas, escritorios y computadoras fuera de lugar, y no podían comprender.
- Vamos haraganes, a ponerse de pie - dijo de repente el manosanta, paseándose por el lugar - Se acabó la siesta. Sigan trabajando que debemos responder todas las consultas, como cada día. Vamos, no me gusta la pereza.
Le tendió la mano a Estela, que se estaba poniendo de pie.
- ¿Estás bien, hermanita? - preguntó.
- Si... - ella dudó incluso de dónde estaba - Pero... no recuerdo que sucedió, de repente...
- No te preocupes querida, el trabajo lleva a estas cosas, te vendría bien ir a descansar.
- Gracias Ludovico, siempre tan amable mi hermanito.
Se puso en punta de pies y le besó la mejilla. Luego, se marchó por el pasillo, en busca del ascensor. Ludovico se volvió a meter en la oficina, para poner un poco de orden.
- Nada como un buen reseteo de cerebros para que todo siga igual - dijo en voz baja, mientras buscaba un trapo limpio para limpiar su caldero favorito.
Algún que otro empleado escuchó risas del otro lado de la puerta con vidrio esmerilado y en su interior celebró tener un jefe tan feliz.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaja eso les paso por quejimbrosos

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Uy, debe haber entonces bastantes manosantas de esos. Y sus especiales conocimientos los mantiene ocultos.