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8 de agosto de 2014

La infracción

No le pareció extraño que le llegara una infracción de tránsito por correo, nada de eso, estaba acostumbrado. Lo raro, para empezar, era el lugar donde había ocurrido.
No tenía presente aquella ciudad desde al menos una década, cuando se marchó y decidió, con mucha voluntad, no volverla a recordar. Eran demasiados malos momentos ocultos tras una enorme puerta, de la que había creído, había perdido la llave para siempre.
Pero entonces, llegó la multa.
¿Podía acaso el destino tejer una telaraña tal que una sucesión de errores administrativos diera lugar para que le llegara una infracción errónea? Claro, era posible. Más teniendo en cuenta cierta ineptitud a la hora de trabajar. Esto lo podía afirmar, dado que compartía ocho horas diarias en una oficina pública.
Sin embargo allí no había un error en el número de patente ni tampoco una foto borrosa de la que se hubiera sacado de manera equivocado el dato. Coincidía el número, coincidía el coche. Salvo la ciudad, la fecha, la infracción, todo lo demás parecía encajar en el mundo.
No podía ocultar que cierto malestar dominaba sus entrañas al sostener el papel que había llegado dentro de un sobre común, algo arrugado en una de sus puntas, adornado con un par de sellos municipales y otro del servicio de correo.
Esa ciudad, en primer lugar.
Se solo recordar sus calles, las personas que conoció, aquella mujer...
Largó una bocanada de aire. La oleada de imágenes provenientes de esa cueva perdida en su mente, lo desbordaba, lo doblegaba, le dolía.
La fecha, otro imposible.
Faltaban aún cinco meses, tres días y siete horas para que sucediera. Pero no era lo inverosímil de aquello lo que lo asustaba, sino, si realmente sería así, cuáles serían las causas que lo llevarían a desandar el pasado. ¿Qué oscuros motivos podrían conducirlo hasta aquel paraje que hasta una hora antes, había creído olvidar? El mismo sobre el que había jurado, nunca más volvería a visitar.
Y finalmente, la infracción.
No era por exceso de velocidad, no era por saltarse un semáforo en rojo. Ni siquiera por estar mal estacionado.
No, iba más allá.
Era por detenerse a un costado de la ruta y cavar un pozo. Uno muy profundo por lo que se veía en la fotografía. Ese cadáver al lado del montículo de tierra, sentenciaba su condena.
Por eso y mucho más, no podía ni podría dejar de temblar.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una multa por un delito no cometido.
Que interesante.