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5 de junio de 2014

El hombre al que le gritaban los goles antes de tiempo

El hincha de fútbol es un ser obsesivo, caprichoso. Quiere saber y ver todo, estar al tanto de los resultados, de los goles, de las declaraciones previas y pos partido. El hincha de fútbol (y no tanto, el que es fanático  únicamente de su equipo) es un ser informado, crítico, pero ante todo, entusiasta.
Por esa razón, la angustia que vivía Pablo lo sumía en una depresión que iba creciendo semana a semana. Y tenía que ver, precisamente, con el fútbol. Se lo veía mal en el trabajo, cabizbajo al caminar por la calle, triste a la hora de compartir con la familia.
Su esposa le preguntó que sucedía, temiendo que existiese algo estuviera haciendo mal. Pablo, hasta entonces reacio a contar su problema, decidió confesar aquello que lo tenía preocupado y al mismo tiempo, al borde de la histeria.
- Querida, el problema que tengo es que me gritan los goles antes de tiempo.
La mujer estaba preparada para cualquier respuesta, por terrible que fuera, sin embargo la que escuchó la dejó muda.
- No entiendo - pudo musitar, viendo que su marido se tomaba la cabeza entre las manos, mientras largaba un largo suspiro.
- Es algo que quizás no comprendas. Pero cada vez que veo un partido de fútbol, escucho que alguien grita el gol antes que ocurra. Por ejemplo, anoche, estaba atacando un jugador de Tigre y el vecino empezó a los gritos: "gol carajo, vamos River carajo". Me dije que no podía ser cierto, porque el equipo estaba jugando mal, pero en eso, la pierde el delantero, la agarra el dos, pelotazo para que la corra el nueve, se cae el defensor y gol de River. Diez segundos después que el vecino lo gritara. ¿Podés creer? ¿Cómo puedo celebrar un gol si ya no tiene sorpresa, si ya sé que va a ocurrir?
- ¿Me hablás en serio? Te juro que pensé que te pasaba algo malo.
- ¿Y esto no te parece malo? - respondió poniéndose de pie - En media hora juega San Lorenzo y unos brasileños. Si no es este vecino, son los del departamento de enfrente, que son hinchas del "cuervo". Lo sé, porque la semana pasada me hicieron lo mismo. Supe que era penal antes que arrancara la jugada. Y antes de anoche, en el partido de Boca, me amargué con el gol que hicieron mientras yo veía como preparaban la barrera. ¿Y eso no te parece algo malo?
- Algo malo es tener un problema de salud, que te estén por echar del trabajo, que no te lleves bien con alguien... ¡pero no que te quiten la emoción en un partido de fútbol!
- No entendés Matilde, no entendés.
- ¿Por qué no les preguntás que servicio de televisión paga tienen y te ponés la misma?
- ¡Porque la mía se ve bien y sale más barata!
- Por favor, entonces hacete amigo de alguno y andá a ver el partido con ellos.
- Mirá si esa va a ser una respuesta...
Tal como lo había vaticinado, escuchó los goles del partido antes que en su televisor ocurrieran. Mientras se ahorraba varios insultos, porque eran en vano, sacó cuentas de lo que saldría contratar un servicio de televisión satelital, que con seguridad era el que tenían sus vecinos. Al menos de momento, no podía. Pero tenía que haber otra solución.
Fue en diálogo con un compañero de trabajo que escuchó una gran idea. Además de encerrarse en la habitación, algo que ya hacía pero sin buenos resultados, porque los edificios lindantes estaban muy cerca y el sonido viajaba con facilidad entre las construcciones, podía recurrir a auriculares para sus oídos.
La primera prueba fue un fracaso. A pesar de tenerlos puestos, el grito del único gol del partido de la selección, en un partido amistoso, le llegó claro a los oídos. El problema era que había dejado la ventana abierta. La cerró, pero ya era tarde.
Al fin de semana siguiente, se aseguró de cerrar todo, casi en forma hermética. Y por fin, en varias semanas, no tuvo que escuchar que nadie le adelantara un solo tanto. ¡Había encontrado la solución! ¡Era el fin de su problema! Explotaba de felicidad, casi que podía treparse hasta lo alto de la biblioteca como si fuera un jugador de fútbol gritando el gol aferrado al tejido metálico que separa el campo de juego con la tribuna de la hinchada.
Pero al sacarse los auriculares se topó con el sonido insistente y repetido de la puerta, golpeada del lado de afuera. Al abrirla encontró a Matilde, echando humo por cada poro de su piel. Lo estaba llamando desde hacía una hora. No podía entrar porque la puerta estaba con llave. Su madre había sufrido un accidente y tenía que ir con urgencia al hospital.
El resto de ese domingo fue un suplicio. Reclamos, quejas y la conclusión que nunca más podría mirar un partido con los auriculares puestos, las ventanas cerradas y la puerta bien cerrada para que nadie pudiera interrumpirlo.
Su amigo, luego de enterarse, fue bastante práctico. Le sugirió que fuera a verlo a un bar y dejara de hacerse mala sangre. Cuando lo planteó en su casa, Matilde lo único que le pidió fue que no apagara el celular, por si lo necesitaba para algo.
El miércoles había copa. No jugaba su equipo favorito, pero el espectáculo prometía suficiente como para darse ese lujo de pagar una cerveza y un tostado mientras en la pantalla los protagonistas definían su destino. Acudió feliz, porque podría disfrutar de las jugadas sin el miedo a que nadie le gritara el gol segundos antes que ocurriera. Y sería tal el bochinche dentro del recinto, que por más que alguien tuviera la posibilidad de contar una transmisión más veloz en otra parte, no lograría escuchar festejo alguno.
Se acomodó en su mesa, se sirvió un vaso de cerveza negra y mordió el primer tostado. La pelota ya se había echado a rodar. Un partidazo. De ida y vuelta. Pero a los diez minutos, sucedió lo nefasto. El árbitro estaba sacando una amarilla cuando la multitud en el bar estalló en un solo grito, el grito del gol.
Pablo miró a un lado y otro, los ojos bien abiertos, totalmente incrédulo. ¿Se había puesto todos de acuerdo? ¿Era una cruel broma de su mujer? Imposible. Ella no tenía nada que ver. A los quince segundos del grito, mientras todos se abrazaban y algún que otro puteaba, en la pantalla pudo ver como el medio campista, tras eludir a dos rivales, la metía de sobre pique por encima del arquero. Un golazo, si. ¿Pero cómo podía explicar lo que acababa de suceder?
Apuró la cerveza, envolvió los tostados que le sobraban en una servilleta y abandonó el bar. Caminó meditabundo, algo errante. Pasó por enfrente de un negocio de electrodomésticos donde los televisores Led se agolpaban de un lado a otro, casi en una catarata de última tecnología. Estaba sintonizado en cada uno de ellos el mismo partido que había estado mirando en el bar. La imagen mostraba como un defensor le cometía una burda infracción a un delantero en el área penal. El árbitro no tuvo más remedio que cobrar la pena máxima. En el mismo momento, dos jóvenes se abrazaban al grito de gol.
Pablo escapó casi corriendo del lugar. Aquello no podía estar ocurriendo. Ya no tenía que ver con el atraso de una señal de cable con respecto a la satelital. ¡Le estaba ocurriendo lo mismo fuera de su casa, interactuando con otras personas!
Llegó a su departamento agitado, respirando con dificultad. Su mujer se alertó. Temió un infarto o algo peor. Lo llevó hasta la cama y en vano trató que le explicara lo ocurrido. Se durmió rápidamente, pero soñó con que le gritaban los goles en la cara con tanta fuerza que se le salía la piel. Además, eran goles de partidos que ni siquiera habían comenzado, de campeonatos futuros.
- Tenés que ir al psicólogo Pablo, no estás nada bien.
Pero Pablo se aferró a su malestar para quedarse en casa y no ir a trabajar durante los dos días siguientes. El fin de semana ni siquiera encendió el televisor. Escuchó goles procedentes de partidos que no estaba viendo y de momento no le interesaban.
Matilde lo sorprendió el lunes, diciéndole que el turno con el psicólogo ya estaba pedido y que debía ir, si es que quería seguir viviendo en paz con ella. No lo dudó.
El psicólogo parecía tener paciencia. Lo escuchó largamente y realizó preguntas puntuales, pero nada comprometedoras como él imaginaba que sucedería, como por ejemplo traumas de la infancia, peleas con sus padres, inconvenientes en la cama con su mujer.
El hombre, que vestía camisa a cuadros y usaba anteojos de marco grueso, jugueteó con la lapicera un buen rato. Finalmente habló.
- Estimado Pablo, debo decirle que su caso es muy particular. Usted atrasa.
Pablo se quedó en silencio, esperando una nueva oración que completara el diagnóstico. Pero no llegó nada más del profesional.
- Disculpe. ¿Cómo que atraso?
- Si, atrasa. Nadie le grita los goles antes, sino que usted está atrasando de a poco. Se está poniendo viejo. Lo nota con el fútbol, porque es a lo que más le presta atención. Pero con seguridad, si pusiera el mismo empeño en otras actividades, iría notando particularidades similares.
- Pero... - jamás había escuchado cosa parecida - ¿es normal lo que me dice? ¿Es grave?
- El paso de los años es grave, pero todos lo asumimos. Atrasar es parte de uno, claro que no todos somos tan perceptivos como parece ser su caso.
- No sé que decir, esto... - hizo una pausa, desorientado - ¿Me va a traer muchos inconvenientes?
- Sin dudas. Por ejemplo, se sentará a la mesa a comer y su mujer ya estará retirando los platos, ella le pedirá que hagan el amor y para cuando se haya sacado los pantalones ya estará durmiendo, le pedirán que llame a su jefe en el trabajo y para cuando lo haga él estará de vacaciones... y en materia de fútbol, tras mirar el sorteo de un mundial, alguien le dirá quién ha sido el ganador de la Copa. No por vidente, sino porque ya ha pasado.
- Pero eso es imposible.
- No, la vida se consume. El tiempo transcurre. Y los goles se gritan. Siento que sea tan perceptivo.
- ¿Y ahora que hago?
- Haga como que disfruta lo mismo. Todos lo hacemos en algún punto.
- ¿Y los goles, cuando los grito?
- Cuando los otros lo hagan.
- ¿Y así los disfrutaré como antes?
- No, así será menos infeliz. Es lo que hay.
Pablo se retiró sin esperanza alguna, pero al menos, preparado para el futuro. Llegó a la parada de taxis pensando en cada palabra del psicólogo. Al ver un coche con el cartel de Libre en rojo, levantó su mano. Pero el coche ya había pasado, sin detenerse. Comprendió que su problema sería difícil de sobrellevar. Esa tarde caminó.



3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

La explicación del psicologo se parece a la que se me ocurrió. Pero creo que hay algo más. Como si fuera una confabulación contra él. O un fenomeno de defasaje temporal.

Con tinta violeta dijo...

Que estupenda idea...la gente se atrasa con la edad como la maquinaria de un reloj...A mí me sucede con otros temas: veo que el mundo corre mas que yo...¿sera la edad?
Mi consejo para cantar los goles a tiempo: "prender" la radio. En mi casa yo canto los goles (retransmitidos por radio) antes que los que están viendo la tele por cable...así que puedo no ver el partido y acudir a la pantalla cuando en la radio oigo el gol...Pero no soy aficionada al fútbol...ni argentina...que se le va a hacer: una no es perfecta, ja,ja!
Abrazos!!!

Paul Grill dijo...

Naaaaaaaaa mortal!!! Pablo atrasa!! jajajaja, como la vida misma no?