Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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23 de abril de 2014

En un tiempo remoto

La historia que les voy a contar sucedió hace mucho tiempo, incluso antes de la colonización de los planetas de Oximorea, en épocas donde la humanidad aún adoraba dioses paganos, la muerte era un proceso irreversible y las comunicaciones se realizaban mediante interminables tendidos de cables que cruzaban continentes y océanos.
En ese entonces, encerrado en su planeta original, el prematuro ser humano apenas si había concebido una idea certera de lo que era, de lo que todos conocemos hoy en día. El cuerpo era todavía considerado imprescindible y como tal, era el principio y el final de una persona. Como escuchan, les hablo de una era remota y hasta difícil de imaginar.
En una tierra llamada Vixaconxtituxion residía un hombre en su cuerpo de carne y huesos, llamado Venancio. Como todo hombre de aquella época, creía en el antiguo sentimiento del amor, en el que nuestros antepasados creyeron durante siglos hasta la oxagexación de la mente.
Venancio, cuyos hábitos diarios incluían los olvidados ritos del sueño, la alimentación y el trabajo, viajaba a diario usando sus miembros inferiores para trasladarse hasta la morada de la persona destinataria de sus halagos amorosos: una mujer de nombre Epifanía.
Pero, como solía ocurrir con ese equívoco sentimiento a lo largo del tiempo si importar el lugar y los protagonistas, no era correspondido. Es decir, Epifanía no amaba a Venancio. Puede que les resulte difícil entender la idea, confieso que le cuesta a mi mente, porque para comprender la esencia de ese sentir deberíamos desprendernos de toda la energía y luz que nos rodea al punto de apagarnos y convertirnos en el ser carente de sentido que eran aquellos primitivos seres humanos.
El regalo era una forma de convencimiento. Venancio lo practicaba con inútil insistencia. Pero ningún esfuerzo suyo era suficiente. La tonta creencia de que en el corazón, el órgano vital para la primera forma humana, residía todo lo concerniente al amor hacía de la existencia de Venancio un sufrimiento a toda hora pues su estéril intento de alcanzar la atención de Epifanía convertía su vida en un triste reflejo de la desazón humana.
El relato cuenta que harta la mujer del asedio de su enamorado, le dijo un día que aceptaría su amor cuando el ser humano conquistara el último planeta de la galaxia. Venancio, optimista, vio en esas palabras no un imposible sino una esperanza.
Hoy, a pocas horas de esa última conquista, renace el viejo cuento que ha sobrevivido miles y miles de generaciones, casi como un susurro del tiempo que ha sabido superar las barreras del pensamiento, la distancia, los multiversos, los plexoversos, la energía sideral, incluso, a la memoria colectiva misma, que es la que nos contiene como parte del eje universal.
Y ese cuento prevalece más allá de la idea primigenia de la promesa eterna en pos del amor imposible, sino como punto de partida de lo que hoy somos. Porque fue la descendencia de aquel hombre la que, valiéndose del progreso humano corporeo mental primero y mental energético después, la que se propuso el viaje interminable hasta este planeta lejano, el último de cientos de miles, con el que concluye la era más fructífera del género humano.
Hoy Epifanía debería rendirse ante Venancio, según las reglas olvidadas de aquellos sentimientos extintos. Tendría que doblegarse ante su condición, resignarse frente a la tenacidad del hombre que lejos de escabullirse de tremenda responsabilidad no solo la asume sino que además la planifica, la ejecuta y aliada con la memoria colectiva, la concreta a lo largo del tiempo, ese compañero no visible ni lineal que la humanidad conoce desde la primera hora.
A nombre de Venancio intensifico mi luz y brillo por su logro. Lejos estamos de sus creencias paganas y carentes de raciocinio, pero de algo podemos estar seguros. Si no fuera por aquel impulso químico mal entendido, de esa falsa religión del amor, nada de lo que somos sería posible. Somos el fruto de lo que nuestros antiguos llamaban una calentura. Y como corolario de esto que quería contarles, mis estimados camaradas, solo me queda la siguiente analogía muy en términos de aquellos tiempos remotos en las tierras de Vixaconxtituxion: hoy a Epifanía no la salvaría nadie.
¡A la conquista compañeros!

6 comentarios:

Felipe R. Avila dijo...

Genial, de toda genialidad anterior, esta historia llena de sorna y humor del bueno. Pero también de una profundidad inusual. Releo ya varias veces este párrafo y pienso ¿cómo no se les ocurrió antes a nadie? Al menos en estos términos como lo expresaste vos, querido y sabio Ernesto. Sí, tal evz se les ha ocurrido pero nunca con tanta simpleza y perfección. Copio el fragmento:"El cuerpo era todavía imprescindible y como tal, era el principio y el final de una persona".Eso es. Porque nuestro cuerpo al que tanto cuidamos, es desde el vamos, lo que nos llevará a la muerte, al final. Si pudiéramos realmente cambiar este envase cada tanto, y seguir con mente abierta y lúcida, estaría resuelto el problema de la inmortalidad. Porque no hay evidencia de que la mente interior, tal vez lo que llamamos Alma, se desgaste nunca. Y si el cuerpo, ese embalaje grosero que con el devenir de los años, se ve cada vez mas deteriorable. Un abrazo, genio. Siempre tus relatos le dejan un lugarcito o hendija abierta al pensamiento.

el oso dijo...

Brillante, Neto, me sumo al comentario de Felipao por lo acertado y para evitar ola fatiga!
Abrazos

Netomancia dijo...

Gracias Felipe! Es una buena teoría, no?
Gracias Oso, no os fatiguéis.

Con tinta violeta dijo...

Encantador relato...imaginativo y muy futurista. El hecho de que alguien "evolucionado" (¿?) hable de que todo ha sido fruto de una calentura y de creencias ancestrales está increíble. Me uno a las felicitaciones de los amigos Felipe y Oso.
Abrazos!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es como esa frase que le atribuyen a Alejandro Dolina: Todo lo que hace el hombre es para conquistar a la mujer.

SIL dijo...

Desde la primera manzana, me acoplo al comentario del Demiurgo.

Me llevo ¨plexoversos¨ ;)



Gran texto, Netito. Gran texto.