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17 de enero de 2014

No todos los días es Navidad

Anabella Jacinta Pilar Rodríguez del Cerro González era una de las mujeres más conocidas y respetadas de la ciudad. Hija de Evaristo Tomás Williams Rodríguez del Cerro González, dueño de miles de hectáreas en la zona, se había ganado el respeto de la población por sus propias acciones y no tanto por el parentesco directo con el hombre más poderoso de la región.
Se la conocía como el referente más encumbrado dentro de la elite local y era sabido que tenía contactos importantes a lo largo del mundo, que incluía gobernantes, magnates, personalidades famosas y hasta deportistas. También era sabido, que Anabella Jacinta Pilar era soltera. Decían las malas lenguas que consideraba insuficiente lo que cualquier hombre pudiera entregarle.
Criada desde la cuna con los más caros caprichos, había hecho de su figura un monumento al egocentrismo. Era tal la necesidad de alimentar su imagen, que hasta había creado una fundación con su nombre, pero que no ayudaba a nadie en especial, ni tenía misión por delante. Quiénes la conocían de cerca aseveraban que le producía gozo leer en grandes sus nombres y apellidos o escuchar que alguien los pronunciaba con la palabra "fundación" por delante.
También integraba la cúpula carismática de la catedral. Pocos sabían como es que había llegado hasta allí, pero cualquiera lo podía imaginar: ella quería figurar en todas partes. Si hasta tenía un puesto en el municipio, que jamás ejercía, relacionado al protocolo y sus formas.
Fue en el grupo del que formaba parte en la iglesia donde le impusieron la consigna. En la reunión previa a la Navidad, a la que por supuesto, no había concurrido, dado que jamás asistía a reunión o encuentro alguno de las organizaciones, comisiones o lo que fuera que integraba, el resto de la comitiva decidió que cada miembro debería invitar a una persona sin hogar a pasar la noche de Navidad bajo su techo y compartir la mesa.
Y como para rubricar la idea, al día siguiente fue una de las noticias publicadas en la tapa del diario local. Cuando la novedad llegó a Anabella Jacinta Pilar Rodríguez del Cerro González, puso el grito en el cielo.
- ¡Nadie me va a obligar a compartir mi mesa con un cualquiera!
Sus secretarios y asesores, que eran varios, pero a los que difícilmente les hacía caso, trataron de disuadirla durante largas horas, con el fin de hacerla recapacitar. El hecho que rechazara tal consigna, representaría un duro golpe para su imagen, dado que desde siempre se había forjado la figura de persona caritativa, haciendo grandes donaciones a instituciones de ayuda para carenciados o sin techo, por más que solo se tratara de una manera más de querer encumbrar aún más su nombre dentro de la sociedad en la que vivía.
Esa misma noche pidió una reunión con la comisión carismática. Los atendió en su despacho y a pesar de las amenazas de reducir los aportes que hacía al grupo, ninguno de los integrantes accedió a suspender la consigna: la ciudad se enfurecería si así lo hicieran.
- ¡Muy bien! ¡Entonces tendré que viajar justamente ese día y no estaré en la ciudad! - bramó ella.
- Está bien - dijo alguien de la comisión - Entonces, con más razón, no tendrá problema alguno en que alguien de la calle pase la noche en su casa. Su servidumbre podrá atenderlo de la mejor manera.
Enfurecida, dio por terminada la reunión.
Odiaba la idea de ver su nombre en letras gigantes en el diario, haciendo mención de su repudio a la consigna del grupo carismático católico. Pensó seriamente en comprar el periódico local, pero luego lo descartó. Ya lo había intentado un par de veces con anterioridad y no había tenido éxito. Le daba bronca no poder obtener lo que quería. Las derrotas no eran cuestiones fáciles de zanjar para los Rodríguez del Cerro González.
Finalmente decidió tomar el toro por las astas. Si debía jugar el juego de otros, sería con sus reglas. Ella misma tomó el teléfono (algo que ocurría muy poco, dado que tenía secretarios para eso) y llamó a la iglesia. Aceptó su rol, pero con una condición: ella eligiría a la persona que cobijaría una noche bajo su techo.
El día de Nochebuena la congregación carismática se reunió en la catedral para comenzar la noble tarea. Luego del mediodía, abrieron las puertas para que las personas en situación de calle acudieran a dejar sus datos y los sitios donde podían pasar a buscarlos más tarde. Había decenas de hombres, mujeres y niños esperando, cada uno con el anhelo de olvidar por un día las penurias a las que se veían confinados por las idas y vueltas del destino.
El plan de Anabella Jacinta Pilar era de muy poca nobleza. Había mandado a disfrazar a una de sus secretarias, que ahora hacía cola junto a las demás personas, esperando su turno para dejar los datos. La eligiría a la joven disfrazada, haría ver que se la llevaba y luego, como si nada hubiera pasado, la secretaria se iría para su casa, y ella podría disfrutar de la Navidad en soledad, como era su costumbre. Un plan perfecto.
En este punto, en un cuento navideño, tendríamos que contar que algo se estropeó en los planes de la egocéntrica protagonista y que todo lo que había ideado, se truncó, debiendo llevar a su hogar a una persona carenciada y que esa experiencia, finalmente, cambió las formas de ver las cosas de la mujer.
Pero he de confesar que los Rodríguez del Cerro González tienen mucha influencia y Anabella logró salirse con la suya. Todos vieron como subió a su limousine a la joven, sin saber que era una empleada suya disfrazada. Se sintieron felices y creyeron la parodia de la poderosa mujer.
Anabella ni siquiera se dignó de llevar a su secretaria a la casa. La dejó en una esquina y la chica, que ya se había quitado las harapientas ropas, tuvo que seguir el viaje en taxi. La hija única de Evaristo Tomás Williams Rodríguez del Cerro González pasó Navidad sola. Aunque eso es solo un decir. En la mansión, conviven con ella, al menos veinte empleados, de los cuales ninguno pudo tener la noche libre.
Se fue a dormir tranquila, sabiendo que al menos hasta el año siguiente, no tendría que lidiar con otra idea absurda como la que casi tuvo que soportar. Por suerte, se dijo Anabella Jacinta Pilar Rodríguez del Cerro Gonzále, no todos los días es Navidad.

3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Por lo menos podría haberla invitado a la secretaria.

el oso dijo...

Conozco gente de esa ralea.
Muy bien pintado, Neto!!
Abrazo

SIL dijo...

Sola, como perro malo...




Abrazo, Netito.