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15 de diciembre de 2013

Podría haber sido menos boludo

Podría haber sido menos boludo, pero me compré un auto. Ahí saltó todo. Se destapó la olla, como quién dice. En realidad venía de antes la mano. Pero con esa comprita, quedé pintado.
Todo comenzó en abril o mayo. Ya no recuerdo. Miento, si recuerdo. Fue para el día del trabajador. Era feriado, no había un alma en la calle y entonces el BMW frenó casi tocando el cordón de la vereda.
- ¿Sos Ferreyra? - preguntó un tipo de bigotes y anteojos oscuros, sentado del lado del acompañante. Había bajo el vidrio polarizado y era lo único que alcanzaba a verle - ¿El que juega de 9?
- Si - respondí de inmediato, enceguecido por ese coche sacado de una película, pensando en que quizá el tipo era un representante o algo y me había visto jugar.
- Te vi jugar - me dijo, como leyéndome el pensamiento. En ese instante se me dio vuelta el culo.
- ¿Contra Atlético? - pregunté esperanzado, porque en el clásico metí dos pepas y una asistencia.
- No, en un video que me mostraron. Es la primera vez que vengo a la ciudad, soy de Capital - me confesó.
La respuesta no me desmoronó, muy por el contrario. Si había visto un video, era que le había gustado mi forma de jugar. O eso pensé.
- Mirá, te la hago corta - me dijo, haciéndome una seña para que me acercara y cuando estuve a una lengua del vidrio, bajó la voz, pero siguió hablando - Quiero arreglar un partido. El que van a jugar dentro de dos domingos. Necesito que termine empatado. Con unos amigos hicimos una apuesta algo borrachos, elegimos un partido al azar del interior y pusimos muchísima plata en juego.
- Pará, en esa no me meto - y dando un paso hacia atrás quise dar a entender que era humilde, pero honrado.
- Cincuenta mil.
Dos palabras bastaron. Me acerqué para que me las repita, pero las había escuchado bien. Hice cálculos y si bien no soy bueno para eso, entendí que con eso tiraba para un buen rato sin necesidad de laburar, ayudándome solo con lo poco que me pagaban por partido en el club.
- ¿Empatados? - pregunté.
- Empatados - contestó.
Hice memoria, repasando el fixture. En dos domingos jugábamos contra el último, al que todos le metían cuatro o cinco.
- ¿No puede ser otro partido? - no quería compartir el dinero con los demás, ni mamado. Para que nos empatara el Sportivo teníamos que jugar mal y esperar un milagro.
- Ese. Ningún otro. Vimos videos, sabemos que es difícil. No te digo que estábamos borracho. Elegimos un partido al azar en una página web del interior.
- ¿Y justo ese?
- Justo ese. ¿Te interesa? Si empatan, hay cincuenta mil. Lo repartís entre todos, entre los que colaboren, como vos quieras. Vos sos nuestro nexo. Ahora, no empatan y nunca nos viste. No te preocupes por tomar la chapa patente que está cambiada. No comemos vidrio.
- Pero cómo sé que me van a dar la plata si empatamos. ¿Un adelanto, algo?
El bigotudo miró hacia el lado de conductor. Luego negó con la cabeza.
- Somos gente de palabra, vas a tener que confiar. Hagan lo posible y serán recompensados.
Prácticamente no dormí esa última semana. Estuve a punto de contarle a los muchachos, para que se prendieran. Pero si empezaba a repartir, quedaba poca guitarra para cada uno. Llámenme egoísta o como quieran, pero quería la plata para mí.
El domingo del partido llegué al vestuario con un dolor de cabeza que me partía la cabeza. El técnico me preguntó que me pasaba y le dije que con seguridad había comido algo que me cayó mal.
- No seas pelotudo Ferreyra, que no tenemos suplentes. Lo que jugamos con el Sportivo para ahorrarnos unos pesos la directiva le dijo a los suplentes que no vinieran.
- ¡Qué ratones que son! - argumenté, sabiendo que me venía al pelo, ya que por más mal que jugara, no me iba a sacar.
Pero me costó meterme en el partido. Es decir, en el partido que querían los porteños. Porque a los cinco minutos la mandé a guardar. Tanto nervio tenía, que la metí en un ángulo. En lugar de salir corriendo a gritarlo, me agarré la cabeza.
- ¿Qué hacés? Gritalo pajero - me fustigó Loyola, el capitán.
- Se me parte la cabeza, puto de mierda. Cómo me gustaría que te doliera a vos así - le dije con bronca. Se me rió a la pasada y me palmeó la espalda.
- Tranquilo Ferreyra, mientras la sigás metiendo, agarrate los huevos si querés.
A partir de ahí, traté de hacer todo para no convertir. Devolví los pases mal, definí a la tribuna, hice que la pelota se me iba por debajo de los botines, se la regalé varias veces a los contrarios.
Era mucho, es verdad. Creo que si había cincuenta personas viendo el partido - que no definía nada, estando a una fecha del final - me silbaban cuarenta y nueve. El restante no, porque se estaría riendo.
Mis compañeros me decían de todo. Y cuando, faltando cinco, teniendo la pelota en la mitad de cancha, me di vuelta, le grité al arquero "¡tuya!" y se la tiré con todas las fuerzas, haciéndosela pasar por encima de su cuerpo y metiéndola directo al arco, sin que picara en el área, me quisieron matar.
Hubo dos que me corrieron para trompearme. El árbitro los tuvo que separar y expulsar. Nos quedamos con ocho, porque a mi me cortaron de una piña arriba de la ceja izquierda y tuve que salir por el tema ese de la sangre.
Era tal el enojo del cuerpo técnico, que ni a atenderme vinieron. Temí por un momento que con tres menos, los del Sportivo nos pudieran ganar. Pero fue pura imaginación. Apenas si cruzaron la mitad de la cancha y fue cuando sonó el silbato, para saludar a los rivales.
No me hablaron por un mes, no jugué en lo que quedó del torneo y a regañadientes me llamaron para hacer la pretemporada siguiente.
Eso si, al día siguiente del partido llegó un auto a la puerta de casa, otro, no el BMW, se bajó el bigotudo con un sobre papel madera grande y me lo dio en mano.
- Los cincuenta. Sos groso Ferreyra.
Me hice el duro y saludé con un ademán pero ni bien el auto desapareció de mi vista corrí para dentro a contar la plata. Ni un peso menos ni uno más. Cincuenta mil, como había prometido. Salté de felicidad, aunque cuidándome de no hacer mucho ruido porque la vieja dormía en la piecita del fondo.
Y la guardé, no podía salir a derrocharla. Pero bueno, imagínense, desde mayo hasta ahora, pasó un tiempo. El tema es que le pifié en algo. Me la tiré de vago. Dejé de caer en las obritas de Suárez, que me daba changas de albañilería, empecé a estar al pedo y eso levanta sospechas. El club me tomó para la segunda parte del año, pero a los otros muchachos le tiraban unos pesos más que a mí. Y estaba bien, con el cagadón que me había mandado contra el Sportivo.
Pero la terminé de embarrar la semana pasada. Salí de entrenar y la concha de la lora, me habían afanado la bicicleta. ¿Comprarme otra? ¿Pedir una prestada? ¡Si tengo cincuenta mil guardados! Además con lo de la inflación que dice la tele, la radio, en cualquier momento no valían un carajo.
Así que fui y puse pesito por pesito, uno encima del otro, en la concesionaria del Pato, que es uno de los sponsors del club. No me dio para un cero, pero si para un 2011. ¡Cuando los pibes me vieron llegar al otro día! Se cayeron de culo.
Claro, al mismo tiempo, empezaron a sospechar aún más. Reflexionaron sobre esto, sobre aquello, unieron una cosa con otra y me golpearon la puerta, hace dos noches.
- ¿Cuánto te dieron, Ferreyra?
Y los guachos no me creyeron que solo cincuenta. Les mostré la factura que me dio el Pato y les dije que los dos mil cien que me habían sobrado los tenía preparado para el papelerío del auto.
- Dale, dale. Si con cincuenta te compraste el auto, con el resto estás viviendo. ¿Cuánto te dieron? ¿Dónde escondés la papa, Ferreyra?
Lo que seguí negando todo, me molieron a palos. Me dieron duro y parejo. Arriba, abajo, al costado. En todas partes. Soy un escracho humano, como dice la vieja. No me mataron porque llegó la policía. Alguno honesto me debe haber denunciado, en vez de irme a recagar a golpes.
En fin, no será un buen lugar este, pero estoy a salvo. ¿Y ustedes muchachos? ¿Qué los trajo a esta celda?

1 comentario:

SIL dijo...

Iiiiiiiiiiiiiiiiimposible de probar legalmente.

Lo van a soltar en un rato.

Que se relaje y raje, ya que rima.


Otro abrazo.