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16 de octubre de 2013

Zapatos, zapatos, zapatos...

Zapatos, zapatos, zapatos. Necesito zapatos. No es que no tenga, al contrario, tengo muchos pero ninguno me sirve. Es difícil de explicar. Porque tampoco son para usar. Sé que le parece confuso, pero no lo es. O si. Pero déjeme que le explique. Todo comenzó hace un mes cuando de la nada apareció Robertito. ¿Qué quién es Robertito? Si le cuento su historia, me quedo sin tiempo para contarle la cuestión esta de los zapatos.
Hacía calor. Recuerdo porque en la verdulería las empleadas que atendían se quejaban con las mujeres que hacían las compra. Había ido para hacerle un mandado a mi vecina, que se había caído y fracturado un pie. Estaba eligiendo zanahorias y tratando de no escuchar las quejas, cuando sentí una mano que se apoyaba sobre mi hombro. No era una mano fuerte, ni un gesto de provocación. Era un apretón afectivo, como hacía rato no recibía. Levanté la mirada sabiendo que encontraría un rostro conocido, pero créame que jamás esperé toparme con Robertito.
Nos fundimos en un abrazo y tras cruzar dos o tres palabras, dejé de lado las zanahorias y calabazas que me había encargado la vecina, y le propuse cruzar a la vereda de enfrente, al bar del Gallego. Entramos haciendo bullicio, como en los viejos tiempos. Claro que la barra de antaño ya no estaba. El Gallego levantó la vista de la última página del Diario Popular y miró hacia la puerta con desgano. Volvió a bajarla de inmediato, para seguir meditando sobre la mujer de la contratapa.
Nos ubicamos en la mesita de siempre, la que daba contra la calle, a la altura de la segunda ventana.
- ¿Un cafecito o una birrita? - le pregunté entusiasmado.
- No, pará, nada, dejá. Mirá, estoy apurado, de paso nomás. Te vi y supe que eras la persona indicada.
- ¿No vas a tomar nada entonces? ¿La persona indicada para qué?
- No, dale, escuchame. Prestá atención. Tengo un negoción entre manos.
- Che, pero contame por donde anduviste, que es de tu vida. Aparecés de la nada y ni siquiera me aceptás algo para tomar.
- Zapatos, Julián. Zapatos.
- Pará, que no te sigo. Que mierda tienen que ver los zapatos con lo que te estoy diciendo.
- Hay un conteiner de zapatos en el puerto. Anotá este número, es el número del remito para que los retires: Triple cero... anotá Julián, que es importante. Triple cero, dos, guión, cuatro, cinco ceros, nueve, ocho, tres, siete, ocho.
- Pero pará, que hago con este número...
- Andá a la aduana, llená el papelerío y alquilate un flete o algo, tráetelos para acá. Me tenés que hacer esta gauchada.
- ¿Y después te aviso? ¿Vos te vas a alguna parte ahora?
- Si, mirá, es largo de contar. Encargate de eso. Zapatos. Acordate Julián, zapatos.
Robertito se puso de pie, me volvió a apretar el hombro y se fue. Quedé solo con la mesa vacía ante mis ojos, buscando con la mirada un indicio de la mañana a través de la ventana, que lentamente remitía vencida por la llegada del mediodía. El Gallego me tiró el diario sobre la mesa.
- Tomá, mirate los resultados de la quiniela. Que después viene el Zurdo y se lo lleva a escondidas el boludo.
Tomé el diario y le di un vistazo. Para cuando salí, la verdulería había cerrado. Agarré dos zanahorias en dudoso estado que había dentro de un cajón con verdura para tirar y me volví a casa. Le dije a mi vecina que calabaza no había y zanahoria era lo único que le quedaba, que hasta la tarde no llegaba mercadería fresca. Se quejó del dueño de la verdulería y se metió dentro de su casa, ayudada con las muletas.
A la mañana siguiente me fui a la aduana. Me tuvieron esperando una hora. Les di el número de remito, buscaron vaya a saber qué en la computadora y luego me alcanzaron varias planillas.
- ¿Ya tiene el transporte? - la mujer que me atendía vio mi negación con la cabeza y prosiguió hiriendo los oídos con su voz de pito - Si no lo tiene, aclare que tiene que retirar el contenido en los próximos días. Recuerde que tiene dos semanas, luego comenzamos a cobrarle estadía.
Asentí, al tiempo que internamente me cuestionaba las razones por las que había aceptado con tanta facilidad darle una mano a Robertito, a quién hasta la mañana anterior, no veía desde hacía años.
Comprendí al llegar a casa que no tenía manera de contactarlo para avisarle que había ido a la aduana. Caminé por el barrio, sabiendo que era inútil llegarme hasta la que había sido su antigua casa. Se había mudado mucho tiempo atrás y la casa la habían derribado para poner departamentos de dos pisos.
Pero le confié a esa caminata una especie de fe mística, un intento de lograr que en mi mente, abriéndose paso a machetazos, se hiciera presente alguna idea sobre cómo seguir adelante. Terminé como siempre, en el bar del Gallego.
- ¿No lo viste a Robertito hoy?
El Gallego levantó sus gruesas cejas, sobre las cuales bien podría sostener una botella de Gancia, y me miró como quién mira a un estúpido.
- Hace diez años que no lo veo. Todavía me debe las últimas cinco cervezas que se tomó. Ya voy a volver a pagarte, me dijo. Minga que volvió.
- Gallego, si ayer entró conmigo.
- Decime Julián, ¿vos le estás dando al chupi otra vez? Ayer te quedaste como un pelotudo en la mesa hasta el mediodía. Solo.
- Me quedé hasta el mediodía solo, pero cuando entré, llegué con Robertito. ¿Tenés alzhéimer? Boludo, entramos a los gritos.
Ahí nomás el Gallego me sacó el vaso que había colocado en la barra, con la intención de invitarme un trago, como era su costumbre cuando estaba de buen humor y ganas de charlar.
- Ni en pedo te doy de tomar, no sé con que desayunaste hoy.
Me fui contrariado del bar. Me crucé más tarde con dos amigos, Pepe y Saldívar y les comenté de la visita fugaz de Robertito. Se sorprendieron a más no poder. Ninguno sabía que era de la vida del viejo compañero de salidas y rondas de alcohol. Les conté también del episodio con el Gallego y se rieron de lo lindo.
- Está gagá, a veces si no le pegás el grito, ni cuenta se da que estás esperando en la mesa.
Recién a la semana pude conseguir un flete. Para mi sorpresa, la carga era gigantesca. Tuvo que hacer siete viajes para llevar todo lo que había en el conteiner hasta mi casa. Eran bolsones repletos de zapatos, de la clase que uno pueda imaginarse. Ocupé todo el garaje.
Esa noche me senté delante del amontonamiento de bolsas y mate en mano, reflexioné sobre el asunto. No saqué ninguna conclusión. Finalmente, ya el agua fría, desistí de seguir cebando y me puse en acción. Me dirigí hacia el bolsón más cercano y lo abrí.
Los zapatos eran usados. Algunos tenían las etiquetas internas en otros idiomas. Parecían ser parte de una compra alocada hecha por un coleccionista a lo largo de todo el mundo. Pero no podía entender el motivo, ya que ni siquiera encontraba similitud alguna entre los zapatos. Todos eran calzado de hombre, pero la variedad era infinita, si es que esa condición puede aplicarse al rubro.
En el umbral de mi falta de entendimiento, vibró el celular. Siempre lo tengo en vibración, porque me molesta el sonido de los timbres que tiene el aparato. Lo había dejado sobre la mesa de la cocina. Lo sostuve apenas un par de segundos delante de los ojos para ver el número que llamaba. Era "número desconocido" y en riesgo de caer en las garras de un telemarketer, contesté.
- Julián, habla Robertito.
La voz de mi amigo me tomó por sorpresa. ¿Cómo es que tenía mi número, si ni tiempo me había dado la semana anterior en dárselo?
- Robertito, que sorpresa. Estaba pensando en vos, justamente. Tengo en casa todos los bolsones.
- ¡Bien, muy bien Julián! Ya te dije, zapatos, zapatos.
- Si, zapatos. Muchos zapatos.
Reímos los dos, como en los viejos tiempos.
- Escuchame Julián, prestá atención, que es importante.
- Te escucho.
- Tenés que buscar en esos zapatos la forma de sacarme de dónde estoy. Por ahí no me crees, pero la cuestión es que estoy atrapado en otro mundo. Sé que es jodido para creerlo, pero es así. Me están ayudando unos hoggies a comunicarme con ese lado, pero no es fácil. Cuento con pocos minutos por vez y a través de distintas vías. La otra vez fue una aparición muy débil y ahora este llamado. Pero no sé si voy a poder comunicarme otra vez.
Para entonces, estaba sentado en el suelo del garaje, a lo indio, con las piernas cruzadas. Era la posición que de chico empleaba cuando me quedaba solo en casa y tenía miedo. Por alguna razón, pensaba que así estaría más protegido.
- ¿Qué tengo que buscar? - fue lo único que dije, como si el resto de lo que me había dicho, hubiese sido una abstracción, algo menor.
- Un trevor me jugó una broma y escondió en un zapato de hombre un dispositivo con forma de papel, con el que puedo regresar a nuestra dimensión. El problema es que puede ser cualquier zapato del planeta, porque los trevors no tienen miramientos cuando se divierten. Hace cinco años que estoy rastreando, gracias a mis amigos hoggies. Ese cargamento es el último que pude juntar. Necesito que busques en cada zapato.
- ¿Y si no está ahí?
- Seguí buscando Julián, seguí buscando. Donde veas un zapato, revisá. Si para dentro de dos meses no encuentro nada, la puerta se cerrará definitivamente. Y la verdad, quiero volver. Aquí es muy seco.
- ¿Muy seco qué, Robertito?
La pregunta fue en vano. Ya no volví a escuchar su voz. La comunicación se había cortado.
Terminé de inspeccionar cada zapato de ese cargamento hace cinco días. Fue una tarea que, pensé en un momento, sería interminable. Pero en realidad, fue un esfuerzo semejante al de sacar un balde de agua del océano. ¿Sabe usted cuántos pares de zapatos existen en el planeta? Estuve sacando cuentas y sinceramente, no creo que quiera saberlo. ¿Comprende ahora por qué le pedí que me dejara entrar en medio de la madrugada a este negocio que usted tiene de zapatos usados? Bueno, si, es cierto, no le pedí, sino que le exigí a punta de pistola. Pero ya ve, soy inofensivo. Todo lo que hago, lo hago por Robertito. Y no pienso robarle ni un solo cordón, tan solo quiero revisar y si encuentro lo que necesito, le compro el par. Así que si me permite, empiezo a buscar. Usted no se mueva de ahí. Mire que está cargado.
Zapatos, zapatos, zapatos...


3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Uy parece un encargo dificil de cumplir. Y además es vital cumplirlo.

SIL dijo...

En-lo-que-ce-dor.


Lindo chistecito el de los alienígenas.
Al menos lo hubieran escondido en corpiños, qué sé yo, algo más divertido...



Abrazo.



SIL

Maga h dijo...

Genial idea!
Atrapante manera de contar!