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9 de julio de 2013

Caramelos para un antojo

Revolvió en el bolsillo trasero, con la esperanza de encontrar una moneda. Revisó otra vez en la billetera, pero no tenía ni un solo billete. ¿Cómo podía ser eso? La cajera, un minuto antes muy simpática, lo observaba ahora con ojos impacientes sosteniendo el ticket en la mano.
- Lo siento - dijo finalmente, rindiéndose en la búsqueda - No he traído dinero, dejaré las cosas y volveré en otro momento.
Si al menos hubiese encontrado una moneda, podría haberse llevado los caramelos. Estaba ahora en la vereda, pensativo. ¿En qué momento había sacado el dinero de la billetera? Se tanteó los bolsillos internos de la campera. Nada. Volvió a meter las manos en los del pantalón. Lo mismo que antes.
La imagen de su mujer pidiéndole desde la cama que no olvidara traerle los caramelos le remordió la conciencia. Era un antojo propio de embarazo. Pero no iba a poder cumplir con el pedido. Miró nuevamente la billetera. Ni siquiera estaba la tarjeta de débito. ¿Cómo podía ser posible?
Caminó hacia su casa, con una vaga sensación de malestar en la cabeza. Se detuvo unos segundos delante de una local de electrodomésticos. En el amplio ventanal vio su reflejo. Pero no podía ser él. Andrajoso, con ropa hecha jirones y el cabello revuelto. ¿Cómo podía haber salido a la calle así?
Llegó a su casa. Un enorme cartel informaba la venta. ¿En venta? No podía salir del asombro. Quiso empujar la reja de la entrada, pero estaba cerrada. Buscó las llaves entre sus pertenencias, pero no las encontró.
- ¡Anabel! - llamó - ¡Anabel, abrime! ¡Qué me olvidé las llaves! ¡Anabel!
Insistió largos minutos, hasta que alguien apoyó una mano sobre su hombro. Era Nicanor, el vecino de enfrente. Se sintió aliviado.
- Nicanor, que alegría verlo. ¿Ha visto salir a Anabel? Fui por unos caramelos y debo haber perdido las llaves.
- Marcelo, vení a casa, que llamoal refugio para que te vengan a buscar. ¿Ni siquiera te acordás que estuviste esta mañana? No, qué te vas a acordar. Dale, seguime. Pobrecito. Vení querido.
- No, Nicanor. Tengo que explicarle a Anabel que no pude traerle los caramelos. Pero primero tengo que cambiarme, si me llega ver vestido así, me mata. Además...
- Marcelo, tranquilizate. Dejá de culparte. Todos lo hicimos.
- ¿Culparme de qué? ¿Lo dice por los caramelos? Es que perdí el dinero, no recuerdo dónde...
Nicanor le pasó un brazo por detrás de la espalda y lo invitó a sentarse.
- Voy a hablar por teléfono, quedate acá.
Marcelo asintió y aguardó en silencio, mirando por la ventana hacia el otro lado de la calle, donde estaba su casa. Veía los árboles más frondosos, el césped crecido y las paredes faltas de pintura. Más detenidamente reparó en los vidrios de las ventanas rotos y las tejas sueltas. Al mirarse las manos, vio las arrugas, el paso del tiempo, las manchas en la piel. También Nicanor, hablando en la salita contigua por teléfono parecía más canoso. ¿Qué había pasado?
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Vio los cristales en el suelo, el reguero de sangre en el interior de la casa, el cuerpo de Anabel tendido sobre la cama, los cajones revueltos, la ventana que daba al patio abierta de par en par. No podía ser cierto. ¡No podía!
Nicanor regresó a su lado, pero ya era tarde. Se puso de pie y corrió hacia la puerta. Cruzó la calle gritando el nombre del amor de su vida, poseído por la locura. Gritó hasta quedarse afónico. Luego, cegado por el dolor, caminó calle arriba. Nicanor lo perdió de vista. Tarde o temprano volvería.
Siempre lo hacía.
Siempre el dolor vuelve.

5 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Conociendo tu estilo, el pedido de los caramelos, por una razón absurda, tenía que ser un indicio de algo siniestro.

SIL dijo...

El lector está arrastrado por la desazón del protagonista, hasta el giro final.


Abrazo, Netito.



SIL

Martha Barnes dijo...

¡Es un triste relato y lo malo es que el dolor puede llevar a ese límite de locura.Como siempre me asombran tus escritos .....Un beso Martha

José A. García dijo...

Maldito sea el dolor...

Saludos!

J.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Dramático y, como siempre, redactado de manera magistral.
Excelente, Netomancia.
¡Saludos!