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19 de mayo de 2013

Varada como una ballena

Quedó varada en la terminal de ómnibus. Se imaginó como una ballena, encallada sobre la arena de una playa inmensa, sin que nadie la pudiera socorrer. Luego se imaginó a los rescatistas, arribando presurosos, pero sin la menor idea de como proceder. No es común rescatar a una ballena. Y no era común que a ella la rescatara alguien.
Pero esta vez no había sido una mala decisión suya. O al menos, eso creía en ese momento. Estaba allí sin poder volver a su vida, pero por culpa de una huelga de colectivos. Igual que ella, había cientos de personas. Esta vez no era un ajuste de cuentas del destino. No se trataba del mundo contra ella.
De todos modos, que el malestar fuera para muchos, no la consolaba. Bien podría haber gastado los últimos pesos en un pasaje en tren o en avión. Había mil maneras de viajar. Quizá no tantas, pero con seguridad el universo no terminaba en un colectivo.
Pero ya era tarde. Había gastado el dinero y no le devolvían ni siquiera una mueca de burla, diciéndole "estúpida, otra vez te pasó". El sector de plataformas estaba repleto. La gente aún confiaba en un milagro, y que de repente, los coches comenzaran a llegar. Ella no, sabía que los finales felices raramente se hacían realidad.
Hurgó en su mochila hasta dar con una manzana. Apenas si pudo darle dos mordidas. La sintió insulsa y la despreció de inmediato. La dejó caer al suelo. La vio rodar entre valijas y bolsos, hasta desaparecer entre un grupo de piernas.
Intentó poner la mente en blanco, pensar en algo que la distrajera, pero le resultaba una misión trágica. Cada vez que cerraba los ojos para encontrar el punto exacto de paz interior, las imágenes la asaltaban tomándola por sorpresa.
Lo que más la espantaba era la sangre. El recuerdo nítido. El olor amargo en la habitación y ese sonido repulsivo, hartante, de las moscas.
Moscas. Como las que revoloteaban a su alrededor, mientras, resignada, se abrazaba a la mochila sabiendo que todo estaba perdido. Quitó las piernas de encima del bolso y lo atrajo más hacia su cuerpo. Miró la hora en el reloj y calculó rápidamente que ya habría llegado a su casa si el paro de ómnibus no la hubiera tomado por sorpresa.
Volvió a espantar las moscas. Cada vez eran más. En dos o tres horas, quizá menos, aquello se volvería insostenible. Ya no solo por las moscas, sino también por el olor. Sacó el perfume de la mochila y distraídamente, lo roció sobre el bolso. Pronto, tampoco tendría efecto.
Hasta la venganza le sabía amarga, inútil. En breve, sería también su condena. Volvió a pensar en una ballena. Esta vez, alejada de la playa. Se alejaba cada vez más mar adentro, hasta desaparecer en el horizonte. Era una ballena con suerte. La de su imaginación. Ella, en cambio, seguía allí. Con el espanto en forma de grilletes, creciendo poco a poco, en su mente, en las moscas, en el maldito y nauseabundo olor.

2 comentarios:

mariarosa dijo...

Wawww ya me imagino que causa el olor... dejas a nuestra imaginación los peores pensamientos.


Buena semana.

mariarosa

SIL dijo...

Glup.


Buenísimo, el relato sugiere más de lo que expresa, doble mérito.



SIL