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10 de abril de 2013

Dinero o consecuencia

Pascual se había acostado a dormir la siesta cuando su mujer se asomó en la habitación y lo despertó sin sutileza alguna.
- Te llegó esta carta - le dijo, arrojando el sobre en la cama.
- ¿Quién la trajo? - preguntó, pero ella ya se había marchado al lavadero, a seguir limpiando.
El sobre tenía escrito su nombre y nada más. Se podía palpar un peso considerable en su interior. No dudó más y lo abrió. Dejó caer sobre las sábanas el contenido: una hoja escrita a máquina y otro sobre pequeño, pero ancho, debido a lo que llevaba dentro.
Tomó la hoja y la leyó. A medida que lo hacía, sus manos comenzaron a temblar con más fuerza. Finalmente la dobló, buscó el sobre grande, y volvió a guardar todo. Cuando su mujer le preguntó más tarde que le habían mandado, dijo que eran folletos y que ya los había tirado.
Luego de cenar salió de su casa. Quiso pasar por la iglesia, pero estaba cerrada. Titubeó unos instantes y siguió su camino. Llegó hasta lo de Quintana, el periodista y golpeó despacio la puerta.
Escuchó venir los pasos y luego girar el picaporte. Para entonces había sacado su vieja .38 del bolsillo y cuando Quintana abrió la puerta, éste se encontró con el cañón del arma apuntando entre sus ojos. Fue lo último que vio. El disparo fracturó la noche y terminó con el periodista. Pascual corrió como si se lo llevara el diablo, cruzando descampados para cortar camino.
Lo único que hizo al arrojarse a su cama, una hora después, fue meter la mano debajo de la almohada y acariciar el sobre más chico, el que había venido dentro del grande. Las pesadillas que lo abordaron luego, habían tenido su precio.
A la mañana siguiente, a cinco calles de Pascual, un sobre se deslizó debajo de la puerta de Miguelito López. Vivía solo y no tenía familiares que se acordaran de su existencia. Creyó que aquello sería una factura o algo para pagar y no lo tocó hasta después de la siesta. En realidad, lo pateó sin querer y fue entonces, cuando al darse vuelta el papel, vio escrito con prolija caligrafía su nombre y apellido.
Lo abrió apresuradamente, esperanzado con alguna buena noticia. Cayó un sobre más pequeño y una hoja escrita a máquina. Tomó primero el sobre que había caído y lo abrió. No podía dar crédito a sus ojos. Al menos quince mil pesos.
Entusiasmado, leyó la carta:
"Ese dinero es suyo, siempre y cuando cumpla con nuestro pedido. En caso de no hacerlo, debe devolver el dinero. Lo hará dejándolo a medianoche en el interior de la vieja fuente de la plaza. Si se quedara con el dinero y no cumpliese con lo que le pedimos, usted correrá la suerte del sentenciado. Espero que sepa comprender. La misión elegida para usted es: asesinar al sacerdote Pedro, de la parroquia de su barrio. No acuda a la policía, de lo contrario también acabaremos con su vida".
Arrojó el papel lejos. ¿Qué clase de broma era esa? Buscó en los billetes alguna señal que indicara que fueran falsos, pero no lo eran. Corrió a la ventana y no vio a nadie. La persona que dejó la correspondencia, no se había quedado merodeando.
Comenzó a sentirse descompuesto. No sabía que hacer. Bajó las persianas de su casa. ¿Lo estarían vigilando? La cabeza lo mataba del dolor. No pudo cenar. Permanecio con el televisor encendido, aunque no le prestó atención. Los minutos fueron pasando, las horas, se hizo medianoche. ¿Debía devolver el dinero? No pensaba gastarlo, pero aún así, la idea de salir de su casa e ir hasta la plaza, lo intimidaba. ¿Y si aquello era una trampa? Se hizo de madrugada. No había llevado el sobre. Tampoco había cumplido con lo pedido. Cerca de las cuatro sintió ruidos en el techo. Se refugió en el placard de su pieza. Temblaba en el interior. Fue un error. Dos disparos desde el otro lado, fueron suficientes para quitarle la vida.
Andrada estaba consternado. El asesinato del sacerdote un día, el del solitario López al otro. No eran preocupaciones habituales para el comisario de un pueblo de cuatro mil almas. Su ayudante también parecía golpeado por lo que estaba pasando.
- Quédese tranquilo Pascual, que no se nos irá de las manos - le dijo el Comisario Andrada, viendo que tenía los ojos desorbitados y la piel pálida.
Pascual sostenía un sobre blanco, en cuyo revés tenía escrito a mano el nombre de la víctima. Se había sentado en la cama, afligido.
- Vamos, no es hora de descansar Pascual - le reprochó Andrada - Tenemos que buscar pistas. ¿Ese sobre le dice algo?
El ayudante dejó el papel en la cama y negó con la cabeza. Luego se encargaría de hacerlo desaparecer. Por lo pronto, debía mantener la calma, no podía delatarse. También estaba fresco el otro crimen, el que... no quería pensar en eso. Se mantuvo cerca de Andrada, asintiendo a todas sus reflexiones, como para parecer interesado en el asunto, pero la verdad era que donde menos quería estar, era en su propio cuerpo.
Pascual regresó a casa bastante tarde. Su mujer le gritó desde la habitación que tenía la comida en la heladera. Pero apenas si probó bocado. No quiso ir a la cama. Prefirió el sillón y el televisor, donde no daban nada que le interesara. Se quedó dormido. A las dos de la madrugada lo despertó un sonido en la puerta.
Se asomó y allí estaba Andrada. Con un gesto, el comisario le pidió que abriera la puerta. Traía cara de desolación.
- ¿Descubrió algo, comisario? - preguntó temeroso Pascual, que sintió en la piel la brisa fresca de la noche.
Andrada se mordió los labios y negó con la cabeza.
- Nada Pascual. En realidad, vengo por otra cosa.
Y dichas esas palabras, sacó un cuchillo y le cortó la garganta.
Pascual se llevó las manos a la herida, pero no podía hacer nada, ni siquiera gritar. Mientras el velo de la muerte lo cubría para siempre, alcanzó a divisar en el bolsillo trasero del comisario, que se alejaba por la vereda, un sobre doblado en dos, escrito a mano de uno de los lados. Y entonces, la muerte, le pareció justa.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

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El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una buena historia, la completaría bien alguien que se enfrente a los que manda los mensajes, los descubra y los venza.

mariarosa dijo...

Una cadena de favores asesinos. Muy bien logrado Neto.

Mariarosa

SIL dijo...

Como un tejido perverso, una tela de araña mortal.


Abrazo, Netito.


SIL