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5 de marzo de 2013

El diario de Susana

En su diario personal la pequeña Susana llevaba registro de sus pensamientos, lo que le pasaba en la escuela y también en su casa. En esas hojas adornadas con dibujos infantiles iba plasmando su vida, a su manera, con lapiceras de colores y letra grande y prolija.
Desde las travesuras con sus amiguitas a las desventuras con sus hermanos, el amor a su madre y el odio a las maestras que le daban tareas. Allí plasmaba sus sueños de princesa, los deseos para Navidad pero también los tragos amargos, los chicos que la molestaban, los que no quería, a los que temía.
El día que Felipe, su hermano más chico, se lo robó para esconderlo creyó que el mundo se venía abajo. Primero lloró encerrada en su cuarto, luego, al regresar su madre del trabajo, imploró para que intercediera y cuando nada prosperaba, decidió hacer justicia por mano propia.
Fue hasta la habitación que compartían Felipe y Martín, el más grande y se escondió debajo de la cama. Ellos estaban en la casa del vecinito. Esperó bastante tiempo, pero finalmente escuchó la puerta del frente abrirse y luego los pasos apurados y torpes de sus dos hermanos. Entraron al cuarto empujándose, como era costumbre de ellos tratarse.
No se impacientó, al contrario, fue ganando confianza en tanto aguardaba el momento ideal. Martín se fue a hacer la tarea a la cocina y Felipe se quedó jugando en la computadora, de espaldas a la cama. Susana sacó el brazo de abajo de la cama y lo estiró hasta el cable de la computadora, que pasaba muy cerca de su posición. Con un tirón lo arrancó del enchufe y volvió a esconder su brazo fuera de la vista.
Felipe desplazó la silla para atrás y pegó un grito.
- ¡Nooooooo! ¡Perdí todo lo que había avanzado en el juego!
Salió corriendo de la habitación. Susana lo escuchaba llamando a los gritos a su madre, preguntando si se había cortado la luz.
Volvió con ella, que intentaba calmarlo.
- Ves, sacaste el enchufe de la zapatilla, seguro le diste una patada sin darte cuenta.
El desconsolado Felipe se limpió el rostro y volvió a encender la máquina. Susana sabía que estaba triunfando, que para su hermanito comenzar de nuevo aquel video juego era una tragedia. Pero no se rendiría hasta hacerlo sufrir mucho más.
Había aprovechado el momento que se había ido del cuarto para volcar en la silla medio frasco de pegamento escolar que había sacado de la mochila de Martín, que estaba tirada en el piso. Esperó unos minutos (la paciencia era ahora su aliada principal) y arrojó una pelotita de ping pong al otro lado de la habitación.
Felipe miró hacia donde cayó la pelotita con desconcierto.
- ¿De dónde te caíste? - le preguntó con aire repleto de bronca porque lo distrajo del juego. De inmediato se quiso poner de pie, pero le sucedió algo imprevisto. Al levantarse, la silla se levantó con él y las patas, que se alzaron al aire, voltearon en su paso el mouse y el teclado.
- ¡Mamááááá! - chilló como un poseído, mientras trataba de quitarse la silla.
La madre entró corriendo, quizá temiendo que otra vez le hubiese dado una patada al enchufe de la computadora, pero se sorprendió al ver lo que ocurría.
- ¿Felipe, que le pasa a la silla?
- ¡No sé mamá, está pegada!
- Seguro te dejaste un chicle en el asiento.
Lo ayudó a desprenderse de la silla y al ver el pegamento, sospechó en voz alta de Martín.
- Vos seguí jugando querido, que yo voy a buscar a tu hermano. Agarrate otra silla, que esta la voy a tener que limpiar.
Susana aguantaba la risa como podía. Y ahora vendría lo mejor. Tironeó la sábana hasta que la hizo caer al suelo, sin que su hermano se diera cuenta. Buscó los pliegues de la tela y se la puso encima. Con ese atuendo, completamente bajo la sábana, salió de su guarida y con un grito tremendo, hizo notar su presencia:
- ¡Búúúúúúúú!
La carita de Felipe se transformó, pasando de la sorpresa al terror. Soltó un alarido potente, desgarrador y luego, una gran mancha oscura se dibujó en su pantalón corto. El orín comenzó a caer en forma de chorrito, deslizándose por las piernas y las zapatillas, para terminar desparramándose en el piso, donde se formó en apenas unos segundos, un pequeño charco.
Su madre esta vez no lo escuchó, había salido al patio a buscar a Martín. Estaba solo, indefenso, frente a un fantasma. Y ahora el fantasma avanzaba hacia donde estaba. Se sentía paralizado y no podía atinar ni siquiera a salir corriendo.
La figura de blanco caminaba en forma lenta y con los brazos estirados, como deseando tomar su cuello. En ese instante, el fantasma habló con una voz gutural, de ultratumba. Se le escapó otro chorro de orina.
- Felipe - dijo el fantasma - si no le devolvés el diario que le robaste a tu hermana, te meto adentro del inodoro y tiro la cadena. Pero antes, te voy a sacar la lengua y los ojos.
El cuerpo de Felipe comenzó a temblar y al mismo tiempo, sus piernas parecían arquearse. Su mano derecha, que no podía permanecer firme, señaló un cajón. Pero ya no pudo resistir más. Cayó desmayado, encima de su propia meada.
Susana aprovechó para quitarse la sábana, arrojarla sobre la cama y luego correr hacia el cajón. Allí estaba su diario. Lo tomó y se marchó sonriendo a su habitación. Estaba fascinada. No solo por lo que había logrado, sino por todo lo que se venía. Se moría por ver la cara de su hermanito explicando a su madre lo del fantasma.
Riendo con ganas, tras haber aguantado las carcajadas durante tanto tiempo, buscó una lapicera de color y se puso a escribir. ¡Tenía tanto para contar!

3 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío...este chiquilla directamente lo metió en la heladera!
Muy bueno!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Desconfien de Susana, aunque creo que ese recurso del fantasma no funciona.

SIL dijo...

Las mujeres somos peligrosas, ya de chiquitas...


Otro abrazo grande.




SIL