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6 de febrero de 2013

La raya del cero

La paga no era muy buena, pero era mejor a estar la semana sin trabajar. Mantenerse no era tarea fácil, más para una mujer con la firme convicción de ser independiente. Cuando su amiga le comentó que una familia estaba buscando alguien para cuidar una casa durante cinco días, no dudó y llamó por teléfono.
El trabajo era sencillo. Airear las habitaciones de día y estar unas horas de noche, como para hacer ver que había gente en la vivienda. No era necesario que pernoctara en el lugar y mucho menos, que tuviese que estar todo el día allí. Del otro lado de la balanza, el aspecto negativo, era el dinero que recibiría por eso.
Quedaba en el barrio de la ciudad donde las calles llevaban un número por nombre. Había garabateado la dirección mientras hablaba telefónicamente con la dueña, pero sin prestar atención. Ahora, no sabía si había escrito calle 20 o 28. El cero parecía doblarse al medio, pero bien podía ser la raya en diagonal que le gustaba trazarle encima para diferenciarlo de la O.
Por suerte había salido media hora antes. Si no era la calle 20, iría a la otra. Al menos el número de puerta existía. La casa era imponente, con enorme ventanales y un piso alto, con dos balcones a la vereda. Tocó el timbre y esperó. Un hombre de mediana edad abrió la puerta con sigilo, asomando solo parte de los ojos entre el marco y la puerta misma.
- Hola, soy la persona que habló por teléfono, vengo por el trabajo que ofrecían - dijo la joven.
El hombre la miró de abajo hasta arriba y luego, tras quitar el pasador, abrió más la puerta, dándole paso. Ella paseó la vista por la sala y se sorprendió por los lujos que adornaban cada rincón del lugar. Más allá, tras una puerta tres veces más grande que la que daba a la calle, podía ver un enorme piano de cola, y lo que parecía ser una biblioteca enorme, con cientos de volúmenes.
- La esperábamos más tarde - dijo con voz ronca la persona que ahora la acompañaba hacia el interior de la casa.
- Temía perderme, entonces salí antes - contestó entre risas nerviosas.
- Aguarde aquí.
Tras esas palabras, quedó sola. No estaba en la habitación del piano. En esta, había al menos cinco sillones. Estaban dispuestos en círculo y parecían encerrar en el medio, a una pequeña mesa redonda, que en la parte inferior atesoraba botellas de whisky importado.
No se escuchaba sonido alguno proveniente de los demás cuartos de la vivienda. No sabía si esperar sentada o permanecer de pie. Estaba en la disyuntiva si sentarse sin permiso, cuando regresó el hombre.
- Venga, ya está aquí, así que si no le importa, empezaremos ya mismo.
- Si, por supuesto. Si ustedes ya deben marcharse, con que me den las indicaciones básicas, después me arreglo. No es la primera vez que hago esto - aclaró.
- No tenemos en mente marcharnos, la idea es que podamos ver su trabajo.
- ¿No entiendo?
- Lo hablamos por teléfono señorita y usted pareció estar de acuerdo. Incluso accedimos a que sean veinte y no quince.
- ¿Veinte pesos? Acordamos cincuenta.
- Nunca hablamos de esa cifra.
- ¡Claro que si!
- Señorita, si ha cambiado de idea, no es nuestro problema. Usted ya nos firmó los papeles. Creemos que veinte mil es más que suficiente.
- ¿Papeles? ¡Veinte mil! ¿Dijo veinte mil?
- ¿Le sucede algo? Pareciera que ha perdido la memoria. Aquí estan los papeles que firmó en el estudio de nuestro abogado. Y dice claramente, veinte mil. Ya deben estar depositado en la cuenta que especificó.
- Creo que aquí hay una confusión.
- ¿Quiere leer lo que firmó?
- ¡Yo no firmé nada! Se suponía que venía hoy, ustedes se iban y el fin de semana cuando regresaban, me pagaban.
 - Me está haciendo enojar, el contrato es claro. Y no hay vuelta atrás. Así que hágame el favor de pasar a ese cuarto, que la cámara está esperando.
- ¿Qué cámara? - por primera vez, ella sospechó que la conversación iba más lejos que un simple malentendido.
El hombre se acercó velozmente y no le dio el tiempo de defenderse. La tomó del brazo y la llevó hasta una habitación mucho más pequeña, con poca luz, el piso de cemento, una silla de madera en el centro y una mesa a un costado. En lo alto pendía un foco de luz, apenas sosteniéndose con el cable que le daba la electricidad.
Sobre la mesa, con horror, puedo apreciar cuchillos y otros elementos que jamás había visto en su vida. Al fondo, sobre un trípode plateado, estaba apoyada una cámara de filmación. Dos hombres corpulentos aguardaban a su lado. Uno de ellos tenía una máscara puesta. El otro, esgrimía en su mano un látigo, de manera amenazante.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, la cámara comenzó a filmar. Antes de recibir el primer puñetazo, su mente le dijo en solo lamento: "era un ocho, era un ocho...".

5 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El clasico tema de la equivocación trágica, con una insinuación de terror. Bien escrito.

SIL dijo...

Un error fatal, como tantos que nos llevan nada menos que la vida.





Abrazo, Netito




SIL

mariarosa dijo...

¡¡Mama Mía dónde se había metido!!

Impresionante historia.

mariarosa

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Espectacular, Netomancia.
A lo habitual de lo muy bueno de tus letras, agrego la ideal ambientación de la locación donde transcurre la trama: parece, realemnte, que estamos allí.
El final me recordó, en parte, a la película "Hostel".
¡Me encantó!
Saludos...

Con tinta violeta dijo...

Terrorífico, Neto, Pienso poner cuidado con mi caligtrafía...no vaya a ser que me ocurra algo así, ja!
Besos!