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7 de agosto de 2012

El hombre circo

Sus padres sabían que iba a ser artista de circo desde que le vieron hacer las primeras morisquetas mientras les cambiaban los pañales. Al año ya sabía dar un doble salto mortal desde la cuna hasta el suelo. A los tres, hacía malabares con clavas y pelotas como si fuera un experto.
A los cuatro años se despidió de ellos, para unirse al Gran Circo Mágico de Arturo, que justo pasaba por la ciudad. Facundo, así era su nombre, se convirtió en la estrella más joven y prometedora de la compañía.
Arturo, el dueño del circo, le puso como nombre artístico "Le Gigant Baby". Le sentó bien los primeros años, luego, al ir creciendo, parecía un chiste. De todas maneras, lo seguían conociendo de esa forma.
El aprendizaje parecía no tener fin para Facundo. A los diez años era trapecista, malabarista, contorsionista, domador y hasta payaso. Su protagonismo crecía al mismo tiempo que el Gran Circo Mágico se hacía famoso, principalmente por su atractivo. Para cuando cumplió los catorce, el circo había sido rebautizado, y junto al "Arturo" figuraba en todos los carteles "y Le Gigant Baby".
Diez años habían transcurrido desde aquel adiós a sus padres. Las coincidencias, si es que existen, lo llevaron una década después, de regreso a su ciudad. En la primera función creyó ver a su mamá y a su papá en primera fila. No estaba seguro, jamás los había vuelto a ver, no sabía como podíar ser sus rostros con más años encima. Ni siquiera habían intercambio de cartas ni nada por el estilo. Se había ensimismado con el mundo del circo y ninguna otra cosa parecía tener sentido para él.
Pero esos rostros que aún perduraban grabados en su memoria, aunque cada vez más desdibujados, aparecieron fantasmales ante sus ojos, cuando desde lo alto se lanzaba a una minúscula pileta inflable, vestido pies a cabeza como payaso.
Salió del agua sonriendo, y al mismo tiempo preocupado, mirando hacia donde creyó haberlos visto. Barrió con su mirada la hilera de butacas, comprobando que no conocía a nadie. En cada una de sus salidas a la pista, miraba para ese lado. La luz era tenue y apenas si dejaba identificar algunos rostros. Supo que no estaba luciéndose ante el público, que de todas maneras lo aplaudía a rabiar. ¿Sabría alguno de los presentes que él era de esa ciudad? Lo dudaba.
La función terminó entre vitores y palmas batiendo. Todos los artistas saludaron y se retiraron a sus carpas. Facundo volvió más tarde a la pista, aún con el traje de trapecista puesto. El lugar estaba a oscuras y en silencio. Se sentó en el mismo sitio donde creyó haber visto a sus padres. Se sentía enfermo, mal, angustiado. Se sentía en deuda, culpable.
Corrió en la noche, apelando a la memoria. Poco sabía de las calles de esa ciudad, como en realidad, poco sabía del mundo fuera del circo. Corrió hacia donde le indicaba el instinto, la memoria primigenia. Divisó contornos familiares y una casita blanca, al fondo de una calle. Las luces estaban encendidas y la puerta abierta.
Se estremeció al cruzar el umbral y ver a sus padres, alrededor de una cuna, aplaudiendo con ganas al bebé que entre risas, daba volteretas sobre su propio cuerpo.
- ¡Papá! ¡Mamá! - llamó.
Arturo lo sacudió con cuidado, asustado.
- Facundo ¿estás bien? Escuché llorar un bebé y vine para acá, pero estabas solo, dormido en esta butaca, con lágrimas en los ojos.
El joven le dijo que si y se puso de pie. Un bebé. El aún era un bebé. Un bebé gigante, que no recordaba el momento de haber crecido. Podría salir corriendo como en su sueño, buscar la casita blanca. Pero ya no pertenecía a ese recuerdo, como sus padres habían entendido en aquel entonces, que él no les pertenecía a ellos, sino al circo.
Y en un acto de justicia, se fue a su carpa a dormir.

3 comentarios:

SIL dijo...

Surrealista y con moraleja.
No hay show que pueda compensar ser arrancado de nuestro nido antes de tiempo.

Se puede trasladar al fútbol, y a tantos otros deportes, con esta manía de llevar nenitos a tocar el cielo del éxito, a costa de sacrificar su infancia, con un desarraigo cruel.

Abrazo,Netito.

SIL

mariarosa dijo...

Una historia de padres y de hijos que ha veces cuesta aceptar. Tiene mucho de real, una analogía con cierta realidad.

mariarosa

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Relatar dramas no es tarea sencilla (por lo menos para mí).
Por vos lográs que suframos el desarraigo del protagonista en el preciso momento en que este lo percibe.
Muy bueno, Netomancia.
¡Saludos!