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28 de agosto de 2011

Todos los hermanos se llaman Pablo

La estación del ferrocarril nos traía a todos un viejo recuerdo. Aquel edificio casi abandonado, por el que no pasaba una locomotora desde que éramos muy pequeños, nos había salvado la vida.
Parece mentira que hayan transcurridos tantos años desde entonces. Como si la vida se marchitara en la palma de la mano, sin que nos diéramos cuenta. Un soplo del viento, una canción que llega al final y deja de sonar. Y en ese silencio que nos queda, entre tema y tema, nos permitimos de vez en cuando mirar atrás.
Los ojos de la mente viajan a ese reducto de ladrillos rojos y andén derruído por el tiempo, de vigas despintadas y alero de chapa a punto de venirse abajo. Sobre los rieles, un vagón olvidado, dormido entre los yuyos que crecen profanos, altos y descuidados.
La postal es burda, casi una broma al pasado. Y sin embargo, es nuestra. Allí nos guarecemos en la noche. Allí nadie nos molesta. Sómos jóvenes, vivaces y sedientos. Tenemos para nosotros cinco, un cajón y medio de cervezas. El otro medio se lo tuvimos que dejar a Pablo, el hermano de Ezequiel, a cambio de la compra. A nosotros no nos venden, somos menores. Pablo es nuestra salvación en cada oportunidad. Y si no fuera por la tranquilidad de la estación, nos quedaríamos con él, que era el hermano de todos, porque nos conocía desde que íbamos al jardín de infantes.
Pero en la estación somos nosotros. Una guitarra, uno que toca, cuatro que cantan. No hay vasos, no hacen falta. Las manos ofrecen la botella destapada con generosidad. Todos tomamos, reímos, cantamos. No nos importa nada más. ¿Qué cosas podrían importarnos a esa edad, salvo la amistad y las mujeres?
La brisa sopla bastante y hace frío, pero bajo el alero del andén apenas si lo sentimos. Es nuestro mundo y en nuestro mundo, nadie tiene frío. No le permitimos existir, lo combatimos con el calor humano, con la alegría innata, con el desconocimiento del futuro.
A lo lejos, en la calle más próxima, bajo las tenues luminarias municipales, los coches marchan sin sentido alguno, como imágenes arrancadas a la ciudad para que nos brinden un paisaje y nada más. Y los transeúntes, que giran sus cabezas hacia la estación, quizá alertados por la música o las risas, o la sensación de felicidad, también son para nosotros figuras difusas de una noche de honesta alegría.
Así podían sucederse los siglos, con nosotros cantando en la vieja estación, mientras empinábamos las botellas en dirección a la boca, una y otra vez, sin cansancio. Así podrían haber seguido, por la eternidad.
Pero fue esa noche que descubrimos que todo tiene un final, que nada es para siempre. Entre punteos y bemoles, escuchamos las sirenas y luego las explosiones. Varias detonaciones. Y luego gritos, gritos y un resplandor.
Nos pusimos de pie y nos asomamos lo más que pudimos a la calle. La gente corría, casi sin dirección, mientras enormes llamas se desprendían contra el cielo, dos calles más allá de la estación.
Lo miramos a Ezequiel, que estaba ya unos metros más adelante nuestro.
- Negro, es cerca de tu casa.
Corrimos detrás de él. No solo era cerca, ese presentimiento nos alcanzó en los corazones. Lo supimos antes de llegar a la esquina y ver la casa del Negro en llamas y la madre con un ataque de histeria en la vereda, sostenida por dos oficiales de policía. Ezequiel se tomaba la cabeza.
Todos nosotros lo hacíamos. ¿Qué pasó? preguntábamos. Los vecinos no nos decían nada y se metían en sus casas. Lo vimos al Negro abrazar a su madre y a la distancia, lo oímos gritar, de una forma que nos desgarró el alma.
Un bombero lo detuvo cuando quiso arrojarse a la casa en llamas. El recuerdo termina ahí, quizá por decisión propia. El dejo de tristeza es enorme, el de impotencia aún mayor. Veo en mi mente la estación y agradezco esos días, pero principalmente, el cobijo de esa noche. La última que pasamos allí, la que nos marcó a todos. La noche en la que murió Pablo, en una mortaja de fuego. Algunos dicen que ya estaba muerto antes, que los que fueron a hacerlo cagar porque les debía mucha guita en drogas, lo habían matado a quemarropa. Otros aseguran que herido y todo, sacó a la madre al pasillo, para que pudiera escapar y que ahí se le derrumbó parte del techo encima.
La estación nos salvó a todos, pero al mismo tiempo nos robó un hermano a cada uno. Dijeron muchas cosas después de esa noche, pero nosotros sabíamos otras y gracias a esas, es que sobrevive en nuestras memorias. El, la estación y aquellos tiempos de amistad y gloria, de música y mujeres, de cervezas y noches interminables. Tiempos que se han ido para no volver, salvo en forma de imágenes cada más difusas, de recuerdos que hacen lagrimear.
Entre canción y canción pareciera que no hay nada y sin embargo, existe un mundo.

21 comentarios:

Juan Ojeda dijo...

Por favor, cuanto me ha gustado este texto, maravilloso. Pareciera que todos tuvimos un planeta donde no entraba el frío,

donde se pierde la inocencia se abre una grieta profunda que burla todos los tiempos; nunca falta esa noche que nos vuelve, entre lagrimas, a pasear por la fisura.

Gracias, Gracias, bellísimo

Netomancia dijo...

Juan, gracias a vos por el comentario y por hacerme saber lo profundo que te ha llegado este cuento. Debo confesar que cuando lo escribí, hace unas semanas, no me pareció gran cosa. Vaya descubrimiento hace unos días, cuando al corregirlo, me topé con una historia que me hizo emocionar. Y ahora mismo, al releerlo, me gusta más. Ojalá a todos le suceda lo mismo. Un abrazo.

Natán dijo...

Es muy lindo Neto :)

Diana Profilio dijo...

¡Excelente historia! Lograste adentrarnos en esa estación, los amigos, sus vidas, sus despreocupaciones y alegrías; cuando ese profundo e imprevisto golpe, sin dudas, marca un ícono que perdurará en el recuerdo y en los sentimientos de cada uno.¡Estremecedor! Felicitaciones!!!!

Netomancia dijo...

Don Natán, muchas gracias! Por el comentario y el RT! Un abrazo!

Doña Diana, muchas gracias! Es lindo saber eso, que el texto haya logrado meter al lector dentro de ese lugar, tan único y maravilloso para el personaje en la ficción. Saludos!!!

el oso dijo...

Es como que cada uno trae algo (o algos) a la cabeza cuando lo lee.
Es que algo habrá ido sucediendo con cada uno de nosotros.
Buenísimo, abrazos

El hombre de Alabama dijo...

Muy impresionante.

mariarosa dijo...

Excelente relato. La vida y la muerte en toda su crudeza.
La vida se marchita en la palma de la mano a veces en un segundo, en el tiempo que dura un disparo en llegar al blanco.
Felicitaciones Neto.

Buena semana.

mariarosa

SIL dijo...

Hay lugares y situaciones concretas que nos salvan, y hasta en recuerdos, nos siguen salvando.
Hasta que por fin la vida misma se vuelve toda ´recuerdos´.

Un beso grande

SIL

Camilo dijo...

Una triste manera de dar el paso de juventud despreocupada, para convertirse un adulto en un mundo hostil.
http://idasueltas.blogspot.com/

Camilo dijo...

Olvidé decir que acabo de añadir este blog a una "selecta" lista de blogs recomendados en mi blog, cuyo enlace está en mi último comentario.

Netomancia dijo...

Don Oso, esos algos hacen la diferencia. Y es lindo que un texto pueda despertarlos. Muchas gracias! Un abrazo!

Hombre de Alabama, muchas gracias por su comentario! Saludos!

Doña Mariarosa, muchas gracias. La vida es un suspiro en la existencia del mundo, rescatar lo bueno es lo que nos hace posible disfrutarla antes que se termine. Saludos!

Doña Sil, son lugares y momentos mágicos, que por suerte existen, al menos como recuerdos. Cuando solo somos eso, es que nos estancamos en algún punto! Muchas gracias! Saludos!

Don Camilo, así es como se suele crecer, con crudeza. Muchas gracias por incluirlo en esa lista!!! Un abrazo!

Con tinta violeta dijo...

Es la vida misma con los recuerdos que arrojan luces y sombras. Los chicos y sus transgresiones, la crudeza de una ajuste de cuentas...es todo tan "normal" que por eso mismo sabe de forma especial y encuentra eco en el corazón y la memoria de cada uno.
Me gustó Neto.
Besos!!!

Netomancia dijo...

Doña Tinta, es un buen punto ese, que de jóvenes todo nos resulta más natural. Es cuando crecemos que le buscamos explicaciones a todo. Muchas gracias! Saludos!

Panchuss dijo...

muy bien narrado. hay partes en que la prosa parece convertirse en poesia.
lamentablemente lo lindo no dura para siempre.

saludos

Mixha Zizek dijo...

Neto es de otro aliento a otros que te he leído, pero está en mis favoritos ahora, me gusto la sintonía y la trama del texto, esplendido texto y un buen final. besos

Netomancia dijo...

Don Panchuss, muchas gracias. En algún pasaje hay cierta intención de hacerlo, tiene razón. Como también la tiene con respecto a lo que dice, sobre que lo lindo no dura para siempre.
Saludos!

Doña Mixha, me alegro entonces que le haya parecido de esta forma! Si, no tiene la morbosidad ni obscuridad de otros, más bien un tinte nostálgico. Muchas gracias! Saludos!

Sebastián Elesgaray dijo...

Gracias. Hermoso relato. Yo sabía que no me equivocaba cuando empecé a seguir tu blog Neto.
Abrazo.

Romina dijo...

Maravilloso!
tan maravilloso como triste.
Si me pasarà!
Si nos pasarà?!
escuchar una canciòn no muy lejana para, de pronto, volver al pasado en un màgico vuelo y revivir "ese recuerdo".

La vida misma don Neto.

Muchas gracias por tan bella entrada.

Beso♥

Netomancia dijo...

Don Admirador de King (sos Flagg en el Ka-Tet, verdad??), muchas gracias! Lo que no había visto era su blog, hoy le prometo mi lectura! Saludos!

Doña Ró (acentuada), muchas gracias. Si, la música es como un medio de transporte que nos lleva por el tiempo. No siempre nos deja frente a situaciones felices. Ojalá así fuera. Sin embargo, nos dejará delante de situaciones que nos cambiaron en algo. Gracias por leer. Saludos!!!

Sebastián Elesgaray dijo...

Jajaja, si soy Flagg1347 en el Ka-Tet :P
¡Gracias por leerme!