Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

9 de enero de 2011

3186

A pesar de sus jóvenes diez años, sabía que aquello era algo triste. El solo observar los rostros ajenos le partía el corazón. Las personas se agrupaban a medida que iban llegando, la mayoría con lágrimas en los ojos, en parte por la despedida y en parte por miedo.
El lugar era inmenso, pero así y todo, en cada rincón, los sentimientos eran los mismos. Donde posaba sus ojos, la angustia estaba presente. El equipaje justo, compuesto por dos o tres bolsos como máximo, acompañaba a cada pequeña isla de personas.
Se aferró con fuerza a la mano de su padre, que en ese momento le dirigió una mirada tierna y alentadora. El también sonrió, pero una sombría duda atenazaba su espíritu. Sobre todo, cuando miraba hacia los terraplenes elevados, allí donde reposaban las gigantescas naves.
Los cuatro números de la suya se leían con claridad: 3186. En aquella enorme máquina, se iría con su familia y miles de familias más. Hacía más de un día que aguardaban para abordar. Les habían avisado que habría demora. Hasta ahora habían partido solo mil naves.
A pocos metros, esperaba una familia compuesta por un matrimonio, dos niños adolescentes y una niña que suponía, tendría su misma edad. A lo largo de las horas de espera, habían cruzado la mirada más de una vez, pero como todo niño, se hacía el distraído cuando ella lo miraba.
La pequeña era muy bonita, con ojos que a la distancia él podía asegurar, eran verdes como una esmeralda. Cuando dormía, apoyada sobre las piernas de su madre, parecía un angel. La miró un par de horas la noche anterior, hasta que el sueño lo venció también.
Su estómago crujía, pero faltaba aún para comer. No protestaba, nadie lo hacía. Se había criado con las leyes de racionalización de los alimentos. La niña, sin embargo, estaba probando un bocado de una galletita. Masticaba con dulzura, muy lentamente, como degustando cada sabor en cámara lenta. El solía hacer lo mismo, de esa forma la comida parecía durar más en su boca y aunque falsa, le daba una sensación de haberse llenado.
Buscó la mano de papá, pero esta vez no la encontró. Se había ido hasta los ventanales, seguramente a consultar las novedades de los planes de vuelo. Lo vio volver, haciendo un gesto de incertidumbre hacia donde estaba mamá. Pero a pesar de todo, no había ningún reclamo. No había motivos. La paciencia era compañera del mundo, desde hacía mucho tiempo.
Mamá tenía frío. Le temblaban las piernas y los brazos. El se acercó a darle calor. Papá lo suplantó un rato más tarde y entonces aprovechó para cerrar los ojos y pensar en las cosas que ya no volvería a ver.
Como el cielo, al que nunca conoció celeste, pero que igual admiraba, sobre todo en las noches, que era su momento preferido, echado sobre la hierba del patio de su casa, contando entre los gases las estrellas que se alcanzaban a ver. Su padre le contó que en el pasado se veían tan nítidas, que parecía que uno podía tocarlas con solo estirar la mano.
También extrañaría su casa, el camino a la escuela, que si bien hacía más de un año no lo recorría, por lo peligroso que era, aún tenía presente. No había visto a ninguno de sus amigos en la zona de embarque. Algunos incluso podrían estar ya viajando. Deseaba volver a verlos.
Abrió los ojos para volver a mirarla a ella. ¿Podía ser que le palpitara con más fuerza el corazón? Hasta le daban ganas de ponerse de pie e ir a saludarla, solamente para saber su nombre. La niña escuchaba atentamente al padre, que le hablaba haciendo ademanes con las manos, señalando hacia arriba, quizá explicándole lo que pasaría de un momento a otro.
Deseaba que dentro de la nave pudieran estar cerca, si bien ya sabía que por más que eso pasara, no tendrían contacto. No al menos hasta llegar a destino. No podía quitar la vista de ella. Su presencia se anteponía a cualquier otro pensamiento.
Incluso, lo que le había parecido extraño y a la vez reconfortante, cuando llegaron al lugar, de no ver a nadie con las máscaras puestas, ya había quedado en un segundo plano. Todo lo ocupaba la niña. Ella ante todo, incluso de las lágrimas que veía derramar en cada rincón donde posara su mirada.
Tantas preguntas le había hecho a su padre en los últimos tiempos, sobre cómo sería en el otro lugar, si podrían ver la luna, si acaso sería posible jugar afuera, y miles de cosas más, y sin embargo no le había formulado la más importante, la que lo carcomía en ese instante: ¿cómo podía saber si estaba enamorado?
La noche escondió la claridad. Algunos llantos se hicieron más agudos. Otros se convirtieron en sollozos, como de niños. Miró a sus padres, que estoicamente resistían al encanto de las lágrimas y supo que detrás de esos rostros que le transmitían tranquilidad, estaban aterrados. Quizá también él lo estaría, si no fuera por ella.
Los paneles de información continuaban apagados. No creía que se encendieran en algún momento. Desde que llegaron que estaban a oscuras. Lo que uno quisiera saber, debía recabarlo cerca de los ventanales, como había hecho su padre.
Muchos interrogantes lo asaltaban en ese momento y ninguno tenía que ver con lo que estaba sucediendo, el motivo por el cual había tanta gente alrededor, como debía de haberla en los demás sitios de embarque.
Sus preguntas y dudas tenían una única destinataria, ahora radiante y feliz, jugando con su mamá. La nave 3186 a su derecha era ahora una mole olvidada, algo sin importancia. Lo inminente, lo inevitable, aquello que los condenaba a esa espera en el andén espacial, era insignificante. Incluso, aquello que añoraría, como su casa, el cielo, sus amigos, parecían una idiotez comparados con lo que estaba sintiendo.
Entre tanta incertidumbre, con las más de ocho mil naves despegando con los pocos sobrevivientes del planeta en las que llamaban las horas finales de la Tierra, el miedo racional de todos sobre el tiempo que estarían viajando, el destino, las posibilidades de subsistir, tan una sola cosa lo preocupaba y era saber su nombre.
Esas pocas letras que le darían un sentido a su vida, un brillo a su esperanza, un anhelo para una vez dentro de la nave, permitir que lo durmieran y lo encerraran en una cámara de cryogenia, para despertar no importa cuando, diez, veinte, cien, mil años después, pero despertar y pronunciar una vez más ese nombre, seguramente tan dulce como su rostro, y entonces si, ir en su búsqueda, llegar a ella, encontrarla, hacerle saber a esa niña bonita, a esa belleza, que cambiaría todo por un beso, absolutamente todo, incluso el mundo donde vivía o la eternidad misma, en los rincones más alejados del universo.

9 comentarios:

SIL dijo...

Es futurista, realista, apocalíptico, romántico, trágico y precioso este relato.

La esperanza de un sentimiento puro, dándole luz a la realidad más funesta.
Es un patrón que se ha repetido en los conflictos bélicos, en el pasado y en la actualidad.
El brillo de un amor incipiente eclipsándolo todo.

Tiene argumento, tiene mensaje, es completito.

Abrazo grande, Netito.

Carla Kowalski dijo...

Waw Neto. Muy original. Me gustaron mucho los detalles del texto.

mariarosa dijo...

Muy bueno Neto.
Digna historia de Bradbury. Me gusto como vas armando la historia,lentamente vas dando al lector el sufrimiento del chico, los padres y esa ilusión que nace desde una niña desconocida.
Ultimamente tus historias, son poemas.

Un beso.

mariarosa

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias. La imagen que dio comienzo a este relato, fue la nave a un costado. Lo otro, el amor por sobre la destrucción, fue un regalo del destino literario. Saludos!

Carla, muchas gracias, me alegro que lo hayas disfrutado!

Doña Maríarosa, mil gracias, todo un piropo eso de que mis últimos relatos son como poemas, gracias!!! Saludos!

Amigo Panchuss, si bien no dejó mensaje aquí, me lo hizo saber por mail. Gracias, su observación no solo ha sido tenida en cuenta, sino que motivó un cambio en una parte. La crítica siempre es bienvenida, porque gente con talento como usted no critica para mal, sino para enriquecer. Muchas gracias!!!!

SIL dijo...

Nene le agregaste un párrafo?
El final de cambiar un beso por todo.

Mi reino por un beso.

No estoy tan segura.
Pero le inyecta más esperanza al cierre y creo que es lo único que no estaba.
Pifié¿=?

Netomancia dijo...

Totalmente doña Sil jaja, solo modifiqué una oración, la que hablaba de la destrucción, para dejar a imaginación del lector lo que ocurría.

Saludos!

Con tinta violeta dijo...

Uf, me había saltado este relato en la lista de lectura...¡vaya lo que me hubiera perdido!¡hice bien en repasar!
La historia me encantó porque a pesar de estar ambientada en otros tiempos, lo que se cuenta es tan humano, tan real, tierno y...algo con lo que por propia experiencia todos hemos vivido, lo que nos conecta de inmediato con el personaje.
Abrazos, Neto!!!

Netomancia dijo...

Gracias Doña Tinta!

el oso dijo...

Un panorama de lo más triste, entibiado por la posibilidad de que las cosas sean diferentes. Mi hiciste acordar a la película "El tambor de hojalata" de muchísimos años atrás. No por la fábula sino por la atmósfera de dolor.
Abrazo