Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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18 de marzo de 2010

Nunca termina

El "loco corneta" le decía algunos, porque de vez en cuando se paraba en una esquina, ponía las manos en forma de tubo delante de la boca y emitía un ruido grave y largo, como si fuese un altavoz.
Nadie se sorprendía de estas actitudes, lo tomaban con gracia. Hacía más de veintilargos años que hacía lo mismo. Los más jóvenes se reían, los niños le hacían burla y los grandes pasaban de largo mirando para otra parte.
Tras hacer el sonido, solía permanecer una o dos horas en el mismo lugar, como esperando la llegada de alguien que nunca aparecía. "Ahí está el loco corneta, esperando" decían los jubilados sentados en la plaza, las amas de casa en la cola de la verdulería, los alumnos de la primaria cuyo patio daba a la calle, los empleados del banco observando por las ventanas...
El flaco Morel le preguntó a Paula si sabía porqué hacía eso. Paula levantó la vista, miró hacia la esquina y le restó importancia con un gesto: "No se, desde que soy chiquita que lo veo haciendo lo mismo".
Claro, Morel se había mudado al pueblo hacía solo un mes. Por suerte los chicos de su edad en el colegio lo habían aceptado muy bien. Le gustaba Paula, no podía disimularlo, aunque se contenía, más sabiendo que estaba de novia con Carlos, el primer compañero de aula que se acercó para sumarlo al grupo.
Se había hecho una costumbre que al salir del colegio fueran a sentarse alrededor de la fuente de agua de la plaza en lugar de ir a sus respectivas viviendas. La edad no conllevaba prisa. Y los retos de los padres eran pasajeros. Al fin de cuentas, una hora más, una hora menos, para ello era lo mismo. Cuando el tiempo no tiene ataduras, la vida se desarrolla sobre una hamaca, libre y jovial.
La contestación de Paula no lo dejaba muy conforme. Está bien, era un loco. O bien, una persona con cierto retraso mental. Pero sus dudas apuntaban a la razón, iban más allá de lo que veía, quería conocer la raíz de esa locura.
- Gaucho, eh, Gaucho, ¿vos tenés idea qué le pasa a ése?
El Gaucho, que así le decían porque el papá tenía una parrilla sobre la ruta y atendía vestido de paisano, observó hacia donde le señalaba el nuevo.
- ¿El loco corneta? No sé, mi viejo dice que se volvió loco en la guerra, no sé, qué sé yo.
- ¿En Malvinas? ¿Ese tipo volvió así de Malvinas?
- No sé flaco, creo que si, no sé, así dijo mi viejo. No me va la onda del tipo, así que no sé.
Morel se quedó escuchando los murmullos de las demás conversaciones alrededor de la fuente, sopesando las palabras del Gaucho, tan vacías, tan indiferentes. Las voces que escuchaba estaban enfundadas en trivialidades, tan distantes de sus preocupaciones, tan ajenas a la realidad. Somos jóvenes, se decía, pero no le alcanzaba para reconfortarse.
Desde pequeño había notado que sus pensamientos diferían bastante de los demás chicos de su edad, se detenía en ideas que quizá eran muy complicadas de entender pero les buscaba la vuelta, preguntaba y muchas veces le pasó de dejar sin explicación a los mayores.
- ¿Y si uno se le acerca, es peligroso? - le preguntó Morel esta vez a Paula.
- ¿A qué? ¿Quién? Perdoná, no sé a...
- Al tipo ese, el loco corneta.
- Ah no, no se. Ni idea, nunca me acerqué. Probá, dale, si querés el aviso a Carlos para que te acompañe - Paula había alargado la mano hasta su rodilla mientras hacía la invitación de avisarle a Carlos y el contacto le había detenido el corazón. Si, no tenía dudas. Sentía algo por Paula.
- No, dejá, no lo molestés. Voy solo - dijo mientras se ponía de pie y casi con timidez agregó - ¿Querés venir conmigo?
Paula sonrió ante la propuesta, como si fuese un juego y sin importarle donde estaba Carlos, se incorporó y tras ponerse a la par de Morel, salieron ambos en dirección a la esquina, donde el loco corneta, tras haber emitido el sonido minutos antes, aguardaba tranquilamente, sin sacar la vista de la calle principal.
Morel no podía entender cómo por su cabeza los pensamientos saltaban de "cómo preguntarle al tipo qué estaba haciendo" a "quisiera tomar de la mano a Paula pero no me animo". Estaba nervioso, no tanto por querer hablarle al extraño, sino por sentirse acompañado por esa chica tan preciosa.
En la esquina se acercaron al loco corneta. Recién entonces se dio cuenta que no sabía el nombre, no podía llamarlo loco y supuso que no sabría que le decían corneta. Instintivamente dijo:
- Señor.
Primero el hombre no se sintió aludido. Siguió observando más allá de la calle, pero sin ver nada en particular. Sin embargo al segundo "señor" giró su rostro hacia Morel.
El chico no pudo evitar dar un respingo, pero se controló para no asustar al extraño.
- ¿Señor, le puedo preguntar algo?
- Juan... me llamo Juan - dijo con timidez el hombre, a quién ya las canas invadían sus patillas. Y alargando su brazo, en un gesto que Morel tampoco esperaba, le tendió la mano para saludarlo.
El apretón fue firme, enérgico. Juan mostró una sonrisa en el rostro.
No sabía como empezar. ¿Y si se le enojaba?
- Le quiero preguntar algo, pero prométame que no se va a enojar.
- Voy a intentarlo - dijo con gracia el loco Juan.
El tono de la voz calmó un poco a Morel.
- Quisiera saber por qué hace ese ruido poniéndose las manos... bueno, usted ya sabe.
- Es obvio. Los estoy llamando. Qué otra cosa puedo estar haciendo - contestó encogiéndose de hombros, como si le preguntaran algo evidente.
- ¿A quién llama? - preguntó el chico, paseando la mirada alrededor, como haciéndole ver que no veía a nadie que hubiese concurrido al llamado.
- Llamo a los que se quedaron atrás. Les indico el camino. Los que logramos escapar antes de los bombardeos sabemos hacia donde correr, pero ahora el humo envuelve todo y la artillería te obliga a avanzar agachado, casi sin ver el camino. El sonido es todo lo que nos queda.
- Pero Juan, estamos en el pueblo. La guerra terminó. Mirá alrededor, ahí está la avenida, los canteros en el centro, la iglesia, la plaza, la gente sentada en el bar de la esquina del otro lado de la calle... Malvinas quedó atrás Juan.
El hombre sonrió, como quién le sonríe a un niño cuando lo escucha decir algo tan lejano a su alcance de comprensión que solo una sonrisa basta para subrayar el momento.
- ¿Estás tan seguro muchacho? ¿Puede terminar alguna vez el grito desgarrado de un compañero que se arrastra sin sus piernas mutiladas por una mina terrestre? ¿Puede acabar el llanto de una noche después de enumerar todo lo que soñábamos hacer en el futuro? ¿Tiene fin acaso la imagen de la novia que te observa desde esa foto llena de barro que se conserva entre las ropas en medio de la batalla? ¿Queda atrás quizá el último estertor de un soldado muriendo entre tus brazos?
Las palabras fueron como dagas en el corazón para Morel. Aguantó una lágrima y tragó con dificultad.
- ¿Entendés muchacho? Nunca termina. Esta locura no empieza para acabarse. ¿Volví al pueblo? ¿O aún estoy allá? ¿Cuál es la diferencia? Allá huía de la muerte, aquí soy un preso de la indiferencia o un blanco de las burlas. Y siempre, pero siempre, hay alguien que ha quedado atrás. No podemos pegar la vuelta y seguir nuestro camino. No. Aquellos que estuvimos allá, sabemos que es así. Los llamo para que vuelvan a mi lado, para poder emprender la vida juntos. Hasta entonces, esperaré.
Les dedicó otra sonrisa pero ahora con mirada triste. Luego volvió a su contemplación, más allá de la calle, esperando el milagro.
Morel y Paula se miraron. Ella no había podido contener las lágrimas. El la atrajo hasta su cuerpo y suavizó su llanto con un leve pero amable abrazo. "Vamos" le dijo mientras le tomaba su mano. Su cabeza era un hervidero. Le parecía que su mente había explotado en mil partes y transformado en un rompecabezas. Respiró hondo, dejó escapar el aire por la boca. De pronto sentía que la vida lo había pasado por encima, como lo hubiese hecho un tren. Por el momento solo sabía que la locura no residía en los locos, sino en los que no se atrevían a mirar un poco más profundamente.
Y quizá hacían bien. La vista no siempre era agradable.

15 comentarios:

Felipe R. Avila dijo...

Fuerte. Una suerte de "Hombre mirando al sudeste" pero con residuo de guerra.
El loco está reloco, a pesar de tu afirmacion final.Los que no se atreven a mirar no estan locos, sólo tienen algunos MIEDO y muchos
INDIFERENCIA que es la mas jodida oposición al amor.
Excelente como siempre, me quedo
con una frase genial que decis como al pasar:
"Cuando el tiempo no tiene ataduras, la vida se desarrolla sobre una hamaca, libre y jovial"

Felipe R. Avila dijo...

Y añadiría que para poder mirar y VER con profundidad
la sórdida desventura humana, a veces hace falta tener como atributos solamente sensibilidad.
Morel parece tenerla junto a la gran curiosidad.
¿No te parece que esta historia da para una novela, que esto podría ser el comienzo, con alguna modificación muy leve?
Podrias ampliar las ideas de abandono al ex combatiente, de capacidad para ver y entender de la gente y sobre todo: ese amor incipiente y juvenil...
Es una idea, che...¿qué te voy a cobrar?

SIL dijo...

En mi pueblo hay dos sobrevivientes de esa guerra, y en sus ojos (sólo si querés)
podés ver las marcas.

Otra perla de narrativa Netito...

Si valen en este comentario las palabras de Gieco, me atrevo:

¨Estoy aquí sentado
debajo del pequeño sol
el que nos vio águila
y también gorrión.
Qué hacer con el silencio
cuando la cabeza estalla ?
Cómo parar la impotencia
de no poder hacer nada?
Por qué querer matar a tus hijos ?
Es para que duela años la sangre.
Ayer por no querer a la patria
Y ahora por quererla demasiado.
Leyes viejas,
más genocidas
Mal presagio
para la vida.
Con la luz llena de sombras
y con el sol
En sufrimiento...
Volví a mi casa de rodillas
y aquí
Mis amigos muertos.
En un país enfermo,
todas las cartas sobre la mesa
Jugamos juegos perversos
entre fútbol y guerra.
Sangre de gloria,
odio contra amor
Dioses y bestias,
locura y dolor
Abriré las puertas
de este vacío
Porque el destino
me lanzó hacia arriba.
Leyes viejas, más genocidas
Mal presagio para la vida...//


Gracias y abrazo más que grande, Netuzz.

SIL

Netomancia dijo...

Don Felipe, la locura es una visión muy particular de la realidad descripta de formas tan dispares que a veces resulta complicada encasillarla. Coincido con lo del miedo, no hay dudas de eso. En cuanto a novela, a veces me pongo a pensar que más de uno de estos argumentos sirve, da, pero no arranco. Tengo algunas ideas para ese formato, pero soy como los autos viejos que hay que darle manija jaja. Un abrazo!

Doña Sil, si, los ex combatientes si no sufren por sus recuerdos, lo hacen porque tienen problemas para conseguir empleos y otras viscisitudes. Por aquí son varios y he conocido a varios, aunque la mayor parte de las veces los temas de charla son otros. No conocía el tema hasta que lo escuché, mi memoria no es para las letras, pero cuando le ponen la música de fondo y la voz de Gieco ahí caigo jaja. Gracias! Saludos!

La Tomata dijo...

Conozco a un muchacho asi, vive cerca de mi casa, hace poco murio. Me hiso acordar mucho a el este cuento...
Sin mas Neto, EXELENTE!!! EXELENTE!!!!!

Saludos!!!

La sonrisa de Hiperion dijo...

Tarde de viernes y por aquí ando bebiéndome tus cosillas poco a poco. Genial como siempre.

Saludos y una abrazo enorme.

El Griego dijo...

Permiso, y gracias.

Acuerdo en tu forma de entender la locura. Desde hace mucho tiempo me interesa la locura, o todo lo que se mete dentro de ese gran frasco que se llama así. Desde el punto de vista sociologico (Foucault) o psicologico (muchos, para qué nombrar) son interminables los libros que han husmeado con más o menos eficacia en el asunto. "La locura es poder ver más alla". Qué quiere que le diga: el hecho de que de esas obscuras formas de razón, porque yo creo que razonan, si, de alguna manera que nosotros no logramos entender, surjan palabras de clarividente, es algo que llena de asombro.

Pasaré mas seguido por aquí.

Salut!

Anónimo dijo...

He llegado un poco retrasado pero aquí estoy, solo para decirte como otras muchas veces que escribes y describes de un modo poco común. Un saludo

Con tinta violeta dijo...

Brutal en la cruda reflexión sobre el sufrimiento que queda en los combatientes: los Estados los envían a defender...Dios sabe qué, pero cuando se vuelven locos, los dejamos como objeto de burlas y bromas...
Una bella reflexión sobre la locura, no obstante...hasta se siente ternura por el personaje.
Especial, como siempre, Neto.
Besos.
Paloma

Netomancia dijo...

Tomata, si te hizo acordar es que seguramente alguna vez te detuviste a pensar en esa persona y en aquello que lo aquejaba por dentro, no? Saludos!

Don Hiperión, me alegro que los disfrute. Saludos!

Don Griego, bienvenido! Y gracias por el comentario. La locura es todo un tema, hasta ahora no he leído jamás alguien que la cuente desde el otro lado, que es el que verdaderamente interesa, porque de este lado (siempre y cuando supongamos que nosotros somos los cuerdos) la conocemos y en muchas formas. Le agradezco las palabras y por supuesto, se lo espera en un futuro por el blog. Saludos!

Don Luis, no hay tiempos que cumplir, usted venga cuando pueda. Muchas gracias, se aprecian sus palabras. Un abrazo.

Doña Tinta, el sufrimiento que lleva a la locura y la locura como ancla en el tiempo, sin dudas los dos temas de este relato. Gracias por estar, como siempre. Saludos!

mariarosa dijo...

Que fuerte y que real.
Duele.

¿Cuantos locos corneta tenemos cerca y no nos damos cuenta que nos necesitan?

Un beso.

mariarosa

Netomancia dijo...

Mariarosa, usted lo ha dicho. Están pero no queremos verlos. Saludos!

el oso dijo...

Uhh, Neto, no me voy a ir en adjetivos, pero sí en garroneo.

¿Me lo prestás para leérselos a un grupo de chicos en la escuela?

Abrazos

Netomancia dijo...

Don Oso, por supuesto, que gran alegría! Un abrazo!

El loco corneta dijo...

Oyeee jajaja que loco nde bárbaro