Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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16 de febrero de 2010

La casa en las afueras

El traje, la corbata, el sombrero y la vieja maleta marrón. Todo encajaba frente al espejo. Faltaba un detalle, aún sobre la mesa. La pipa de su abuelo.
La guardó en uno de los bolsillos. Ni siquiera fumaba y mucho menos, sabía prepararla. Pero sentía que sin la pipa no podía ir a ninguna parte, como si se tratase de un amuleto o la forma de decirle eternamente gracias a un ser que ya no estaba.
Apagó la luz de la habitación, cerró la puerta con llave y bajó por las escaleras. Ochenta y dos escalones desde su piso hasta la planta baja. Llevaba once años contándolos. Ni uno más, ni uno menos.
El día se le antojaba frío, pero sabía que eran los primeros días de otoño, por lo tanto, estaba exagerando, como siempre que la brisa era un poco más fuerte que lo normal. Detuvo un taxi y aguardó que estacionara, alejado del cordón para evitar que el vehículo le salpicara los zapatos de cuero negro con el agua estancada en la calle.
Dio una dirección como quién da la hora, prestando atención a la exactitud de los números. Puso el maletín sobre sus piernas con los brazos rodeándolo. Miraba sin mirar por la ventanilla, absorto en sus pensamientos, en las cavilaciones que lo habían mantenido despierto toda la noche.
No tuvo noción del tiempo dentro del coche, solo volvió a la realidad cuando el conductor por segunda vez le anunció que habían llegado. Buscó cambio en su pantalón y pagó el viaje. Descendió con cuidado, tratando de no pisar en falso, haciendo algo de malabarismo con el maletín que lo incomodaba para cerrar la puerta.
Escuchó el motor del taxi alejándose, mientras le daba la espalda a la calle, observando el lugar frente al que había bajado. Quedó solo en la vereda, sin más compañía que el trino de unos pocos pájaros, escondidos en la copa de un viejo jacarandá.
Delante, un imponente caserón de ventanas con los vidrios rotos y aberturas desvencijadas por el tiempo, lo recibía en el más absoluto y lúgubre silencio. A cada lado, un baldío se extendía hacia cada extremo de la manzana y parecía alcanzar incluso el lado opuesto de la misma. No había otras manzanas alrededor o bien, se habían esfumado por arte de magia. A esa altura, cualquier cosa podía estar sucediendo.
Repasó mentalmente sus últimas horas. Tarde a la noche había recibido el llamado telefónico. Una voz grave, pausada, desconocida en su registro mental, le informaba que había raptado a su hija. Y que a cambio de ella, querían medio millón de dólares.
Cuando se atrevió a hablar, se opuso tajantemente. Primero, porque no tenía ese dinero. Y segundo, elevando la voz, porque no tenía una hija, ni siquiera un hijo.
La voz del otro lado vaciló, pero no se dejó intimidar por la contrariedad del asunto y fue muy clara al manifestar que hija de alguien era y que pesaría entonces en su consciencia la muerte de la pequeña.
En ese punto coincidió y manifestó estar de acuerdo, pero volvió a repetir que no tenía el dinero. Cuánto tiene, le preguntó la voz. Hizo cálculos mentales y se dio cuenta que no era mucho, más que lo que guardaba debajo del colchón, quizá unos diez mil o quince mil dólares, en billetes de dos y diez dólares. Es lo único, disculpe, dijo casi avergonzado.
Para la voz estaba bien, más teniendo en cuenta que en definitiva no era su padre. Le dio la dirección y pidió discreción y nada de policías o la chica moría. Por la mañana, a primera hora. Sin policías, reiteró.
El maletín parecía pesarle una tonelada, pero era producto del miedo y pánico que sentía ante la situación. Avanzó hasta la puerta y golpeó dos veces. La madera emitió su sonido y la casa devolvió el saludo con el silencio de varios segundos. Volvió a repetir el llamado, preguntándose si acaso había tomado nota mal de la dirección.
Al no tener respuesta alguna, se retiró unos pasos, con el fin de observar con más amplitud y detectar algún movimiento en las ventanas. Ni siquiera en aquellas donde el vidrio estaba ausente la brisa lograba mover las raídas y amarillentas cortinas.
Tras cinco minutos golpeando, rodeó la casa. La misma no tenía cercos y el paso hacia la parte trasera era sencillo. Al llegar al fondo divisó un solitario árbol en el centro del patio y detrás de este, sentado con la espalda apoyada al mismo, un joven de camiseta blanca sin mangas y pantalón oscuro.
Perdone, le dijo, he venido a pagar un rescate. Pensaba que si se había equivocado de casa, eso iba a sonar muy raro, pero no sabía que otra cosa decir. El joven levantó la vista y lo invitó a sentarse con un movimiento de manos.
Con naturalidad se acomodó el saco de tal forma que no quedara atrapado bajo su trasero y se ensuciara con el rocío del pasto, aunque no había oportunidad de salvación para sus pantalones. La mirada del joven lo perturbaba. Parecía estar lejos de allí.
Aguardó impaciente que le hablara. Así estuvieron unos diez minutos. Finalmente el joven le preguntó si el dinero estaba en el maletín. El respondió que si con la cabeza. El de camiseta blanca asintió con el mismo semblante que hubiese utilizado para afirmar que la brisa estaba algo fresca.
Las palabras volvieron a ausentarse, por quizás treinta minutos o más. El joven miró al sujeto de sombrero y le dijo entonces que se fuera, que olvidara el asunto. Para el hombre, que había llegado allí con el corazón en la boca, esas palabras eran las últimas que se esperaba escuchar. Preguntó por la niña y el joven, que ahora se había puesto en la boca un pedazo alargado de corteza del árbol, le contestó, con el mismo tono apagado que venía utilizando, que no existía.
Pero entonces, preguntó sacándose el sombrero al mismo tiempo que se paraba y tanteaba la pipa en el bolsillo del saco, qué es todo esto. El muchacho, alzando la vista, fue tan claro como aterrador: Esto es una pesadilla.
Despertó asustado, con el corazón palpitando alocadamente y bañado en sudor. Sentía que le faltaba el aire. Tragó saliva. No era suficiente. Buscó en la mesa de luz el interruptor de la lámpara y la encendió. Por suerte tenía allí un vaso de agua. La bebió de un solo trago. Se miró los brazos, totalmente mojados. Tocó las sábanas y las sintió húmedas. Intentó serenarse, pero apenas pudo. Había sido horrible.
Miró hacia la silla y le llegó algo de tranquilidad. El traje, la corbata y el sombrero reposaban con normal tranquilidad, en tanto el maletín con el dinero que guardaba debajo del colchón estaba apoyado contra uno de sus pies. El reloj de pared marcaba las cuatro de la madrugada. Aún faltaban algunas horas para ir a la dirección informada, de una casa en las afueras. Decidió cerrar los ojos nuevamente, confiando en que esta vez el sueño fuese un poco más placentero.

15 comentarios:

Harold Diaz dijo...

Señor Neto, es magnifico el relato!!

Saludos!

SIL dijo...

No sabía para qué lado rumbeaba ésto, por favor !!

Este relato es una verdadera pesadilla (imputable al talento del autor...)

:O

Buenísimo, Netuzz.

Abrazo más que grande.

:)

SIL

Anónimo dijo...

cuando los sueños te juegan esas malas pasadas no hay con que joraca darles!
que bueno Netito, me tuviste hasta el útlimo renglón con toda la expectativa puesta en el relato!!!
será turrito che!
jejeje

Martín Gardella dijo...

Vaya sueño! Que buen cuento! Me gustó Neto, buen trabajo!

Anónimo dijo...

Un trabajo excelente en el que uno se siente pillado desde el principio y no respira hasta alcanza el final. Extraordinario Neto.

Con tinta violeta dijo...

Genial Neto, he llegado al final corriendo con los ojos porque no podía contenerme para conocer el desenlace. Has metido al pobre señor en un circulo de sueño-realidad y vuelta al sueño.
No dejas de sorprenderme...
como dirían nuestros amigos de allá (SIl, Oso etc) sós un genio, ché.
Besos y admiración a raudales.
Doña Tinta.

Maga h dijo...

Buenísimo!
Varias veces desconcertante. eso es bueno, así como lector, uno entra en la aventura sin saber a ciencia cierta que va a pasar.

Abrazo Don Neto!

el oso dijo...

En estos cuentos uno no sabe dónde va a encontrar la ciénaga, por eso pisa despacio... Al dope, porque termina cayendo.
Buenísimo, Neto, abrazo.

Anónimo dijo...

Tremenda genialidad!!!! Este cuento es para aplaudirlo.
El cierre es fantástico.

Un fuerte abrazo.

mariarosa dijo...

¡Que pesadilla!
Neto, maestro, felicitaciones una excelente obra.

Mariarosa

Panchuss dijo...

un reflejo en el espejo, una pesadilla que se convierte en deya vuh, me agarraste de la barba y me metiste en el texto.

me gusto.
te felicito por el 1° premio cuentos para cuervos.
panchuss

Netomancia dijo...

Harold, se agradece lo dicho! Saludos!

Doña Sil, lo feo de una pesadilla es que uno nunca sabe donde está parado. Lo lindo del relato es que uno nunca sabe donde está parado. Ja. Tiene razón, es una pesadilla! Saludos!

Don Dieguito, el turrito reportándose para agradecerle sus palabras jaja. Los hago así para que la gente los lea completo jajaja. Un abrazo!

Martín, un sueño, un presagio, una pesadilla. Pinta a algo tiene ja. Un abrazo!

Don Luis, muchísimas gracias! Me alegro que le haya gustado. Saludos!

Doña Tinta, por suerte no hace como algunos en las revistas de crucigramas, que miran las respuestas antes! Ja. Y no le haga caso a esa gente que nombra, tiende a delirar. Saludos!

Doña Magah, varias veces gracias! Y en medio del desconcierto, la saludo!

Don Oso, ja, muy bueno. Pero igual, ir despacio al menos nos hace mirar mejor el asunto. Po rahí alguna arista se alcanza a ver a tiempo. Un abrazo!

Don Salvador, muchas gracias! Y por lo del cierre, por suerte no es como el de mi mochila que me deja siempre pagando. Saludos!

Mariarosa, muchísimas gracias por la apreciación del relato! Saludos!

Panchuss, le aseguro que la barba la traté con cuidado. Muchas gracias! Un abrazo.

Patricia González Palacios dijo...

Menos mal que era una pesadilla, saluditos paty

Don Belce dijo...

Que manía la suya Neto de atrapar al lector y luego abandonarlo a su suerte en medio de lo desconocido.
¿Hacia dónde queda la salida? porque yo aún continúo en el relato.

Netomancia dijo...

Patricia, un gusto verla por aquí, admiro sus ilustraciones! Sospecho que no solo era una pesadilla... Saludos!

Don Alvarez, acá no hay salida, es un laberinto eterno, del que solo se sale diciendo las palabras mágicas. Hasta que no las diga, lola. Saludos!!!