Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

6 de febrero de 2010

Berganssoli y Ahumada

Berganssoli y Ahumada, así se llamaban los dos enanos que asaltaron el banco del pueblo unos treinta o treinta y cinco años atrás. Los clientes y los tres empleados pensaron que era una broma y no tuvieron mejor idea que largarse a reír. Los enanos portaban un revólver cada uno y no usaban munición de salva. Eso lo pudieron comprobar los peritos policiales, en tanto sacaban como podían los pedazos de seso que habían quedado desperdigados en las paredes.
La federal los estuvo buscando un buen tiempo, para luego darse por vencido. Era una época brava, no había tiempo para malandras cuando el país era un hervidero. Había otros asuntos que se les encomendaban por entonces a los policías. Y Berganssoli y Ahumada pasaron entonces a un segundo o tercer plano que mal no les venía.
No se habían alzado con mucho dinero, al fin de cuentas se trataba de un pueblito, mucho no iban a sacar y eso lo sabían de antemano. Para ellos escapar fue fácil. Había cinco circos en un radio de sesenta kilómetros. Eran las vacaciones de verano y por lo tanto las carpas estaban armadas para funcionar todo el período estival.
Se metieron a trabajar en uno de esos circos hasta tanto el golpe fuera olvidado. Y así fue. Al poco tiempo ya nadie se acordaba de lo que había pasado, salvo en el pueblo, claro está, donde las familias de las once personas acribilladas lloraban aún las penas de una justicia que sabían, no llegaría.
Era invierno cuando desenterraron el botín. Lo habían puesto a resguardo en las afueras del pueblo vecino, muy cerca de una estancia, justo al pie de unos eucaliptos que describian majestuosamente el camino hacia un caserón antiguo, donde en otros tiempos supo vivir una familia adinerada, muy popular en la zona.
Retiraron el dinero y se alejaron en silencio, sin gastar un solo centavo en las cercanías, para no despertar sospechas. Algunos dice que se fueron para el sur, otros que se cruzaron al Uruguay. Lo cierto es que durante décadas la historia del robo solo le importó a la gente del pueblo y a nadie más.
Así creció Emilio, entre la ignorancia del pasado y la rabia constante del presente. Huérfano tras la masacre, su padre en aquel fatídico día tras la caja de cobranzas, su madre de paso llevándole el almuerzo, fue comprendiendo con los años la triste idea de que jamás sentiría el afecto de aquellos que le habían dado vida. Y más que comprender, fue asimilar esa realidad lo que día a día le fue carcomiendo el espíritu, la voluntad, la esperanza. Al revés de todo, de la lógica, saber le resultó una pesadilla. Darse cuenta de lo que había sucedido con sus padres fue recibir los impactos de bala nuevamente, como si esa ejecución continuara produciéndose en el tiempo y las balas incrustándose continuamente en su alma.
Así transcurrió a medida que los años pasaban y llegaban los primeros amoríos, la escuela se volvía una carga, el trabajo una obligación y el único deseo era esperar el fin de semana para olvidarse de todo, sumergirse en un bar, un boliche o donde fuese que hubiese alcohol y dejarse llevar por la bebida, las mujeres, los momentos, sin importar las consecuencias.
Pero a todos nos llega el momento de sobriedad. Ese en el que nos marcamos un camino e intentamos atravesarlo hasta el otro lado. El instante de sentar cabeza. El de la verdad. Ya no era un chico. A veces creía que jamás lo había sido. No al menos como cualquier otro chico que conociera, que tenían a sus padres para lo que necesitaran o casi todo.
La historia de los enanos que tantas veces había escuchado con dolor se volvía cada vez más una obsesión. Las pesadillas de antaño habían remitido. Soñaba ahora con la venganza, con escuchar el rugir de un revólver, pero con el cañón dirigido hacia los delincuentes. Si era posible, apuntándoles a la sien.
La vida lo había mudado a otro lugar y allí nadie sabía de lo que hablaba. La sola mención de aquella época era motivo para excusarse, para objetar cientos de otras fechorías, ninguna relacionada a aquella masacre. Por esa razón una mañana se encontró conduciendo su Yamaha 250 por caminos de tierra que creía nunca más volvería a transitar. El paisaje monótono de los campos, que iba quedando atrás a medida que avanzaba, le anunciaba que el arribo era inminente. Estaba viajando al pasado, al ayer detenido en ese pueblo que años antes había abandonado.
Pero abandonado no era el término. Huido lo era. Las mismas calles, las avejentadas veredas y las fachadas de siempre. El pueblo. Aquel que le dolía ver, porque en cada rincón tenía grabada la palabra muerte. Creía reconocer los rostros de aquellos que habían vuelto las miradas hacia el motor que llegaba por la calle principal, pero podía estar confundiéndose. ¿Es que no pasaba el tiempo en estas arterias adormecidas del planeta?
Varias arrugas más, menos cabello en algunos casos, pero las caras que lo habían visto partir allí estaban, detenidas en el tiempo, en un pueblo que no había escapado jamás de aquella balacera. Y todas, absolutamente todas, lo acribillaban con la vista y a pesar del casco, de la campera ajustada hasta el cuello, no necesitaban esperar a que se bajara de la moto para saber quién era el que avanzaba frente a la plaza.
En ese tácito reconocimiento, sobraban las palabras. Nadie derramaría una lágrima, porque sería falsa. Ni uno extrañaba a todos, ni todos extrañaban a ese que había vuelto. Y si había emprendido el camino de regreso, era por un solo motivo. El ayer.
Porque el pueblo había aprendido que todo giraba en torno a lo que no podía revertirse, porque era mucho más fácil así. Más vale afrontar lo pasado, que enfrentar el porvenir. Y cuando el chico ya no tan chico se quitó el casco y cruzó la calle hacia la comisaría eran conscientes que la jaula había quedado abierta y la fiera contenida no tendría más que remedio que saltar hacia fuera, con las garras afiladas y suplicantes de sangre.
Y claro, preguntó por aquellos. Por quiénes habían detenido el tiempo.  Berganssoli y Ahumada, así se llamaban los dos enanos. Así les fueron presentados. Si vivían, hoy tendrían entre cincuenta y sesenta años. Más no le podían ofrecer. Salvo las viejas historias, aquellas que decían que habían matado a todos porque se rieron de su condición, que luego habían dejado el dinero bajo los eucaliptos de la estancia de los Conrado Martínez en el pueblo vecino, que habían burlado a los policías escondiéndose de circo en circo, que se habían ido al sur, o a Uruguay...
Pero eran historias que solo perduraban en el pueblo, que se nutrían de los comentarios en el bar, de los asados en el club, de los juegos de truco por la noche junto al vaso de vino tinto, o las partidas de canasta de las mujeres a la hora de la siesta mientras los maridos dormían... no eran más que eso, historias con las cuales un pueblo podía seguir mirando hacia delante, por más que la sensación fuese otra, la de haber muerto aquel mismo día, junto a las inocentes once víctimas.
El chico no tan chico escuchó, intentando remediar los años de voluntaria sordera, de consciente rechazo, de silencioso sufrir. Berganssoli y Ahumada. Ya era un comienzo. Se marchó con solo dos nombres pero llevaba los ojos abiertos. Y en aquella mirada no había resquicio para mucho más, solo para esa palabra que anhelaba saborear y que solo podría lograr haciendo justicia. Se fue pero esta vez sin huir, porque creía que no huía aquel que sabía el camino que emprendía. Y el suyo era muy claro.
El viento golpeaba el casco a gran velocidad, pero no retumbaba en su cabeza, donde las voces del pueblo aún se elevaban por encima de cualquier otro sonido. Voces que preguntaban qué harás, dónde irás, cómo los encontrarás. No había muchas palabras para responder esos interrogantes. Pero les prometió algo. 
Y esa promesa fue suficiente.
En el pueblo nadie querría morirse sin antes ver esa promesa cumplida. Nadie en aquellas manzanas olvidadas de la república desearía mayor premio que el prometido. Las cabezas de Berganssoli y Ahumada colgando de los árboles de la plaza, para atestiguar que tarde o temprano todo se paga.
Y solo así el tiempo comenzaría a correr hacia delante otra vez en ese pedazo de tierra desprotegido por los hechos, olvidado por la memoria.

13 comentarios:

SIL dijo...

El odio, el dolor y el deseo de venganza tienen la increíble facultad de detener el tiempo...

Es tan profuso el relato que sólo me quedaré con esa conclusión para comentarlo.

Genial, Netito.
Un gran abrazo.


SIL

Don Belce dijo...

Excelente, yo quería leer que los encontraba y se cobraba venganza, aunque visto desde otro punto los enanos vengaron aquel día años de discriminación y burlas. Estoy de parte de los enanos! Aunque hubiese bastado con unos tiros a cristales y paredes para hacer entender que no era broma, enanos de porquería!
Gracias Neto por el gesto de poner el gadget, un amigo ud (espero que no venga un mangazo) ji ji

Viviana dijo...

¡Volviste a afilar el cuchillo!
Muy buen relato. Yo también siento que el tiempo se paraliza frente a las injusticias. Sin justicia, no se puede seguir adelante. Muy buena reflexión nos has dejado.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Aciertas en cada relato no solo con el modo y la manera literaria, sino con esas metáforas acerca de la verdad, la justicia...
Un relato acertado y hermoso en su conclusión. Un abrazo

Con tinta violeta dijo...

Acertada reflexión, y un relato como todos los tuyos...te quedas pegado a la silla hasta el final.
Por cierto, "Calor agonizante" me pareció excelente. Lo comenté allí.
Con los enanos por un momento me asaltó la duda de si el muchacho materializaría su venganza frente a nuestros ojos...pero en el fondo sabía que no...Neto solo daría pistas para que nuestra mente volara hacia adelante...
Un beso.
Paloma.

Con tinta violeta dijo...

Por cierto Neto, un aviso...cuando llego a la página aparecen los simbolos de Editar (el destornillador y la llave)... en daca uno de los apartados del blog y eso no aparecía antes...¿es normal? Vale que si los pulsas te pide la cuenta y la contraseña...
A mi en mi página el otro día también me pasaban cosas extrañas...igual escribo un cuento...¿se te escaparon algunos fantasmas por la web Neto? ya no sé que pensar...ja,ja.
abrazos

Felipe R. Avila dijo...

Querido amigo, ¿seria un buen amigo mintiéndote?
Aunque me vas a odiar por no decírtelo en privado, pero me sale asi, y acá.
"Berganssoli y Ahumada, así se llamaban los dos enanos. Así les fueron presentados"
¿por quién?¿Acaso los ladrones asesinos dijeron "nos llamamos asi"?
Después ponés que "luego habían dejado el dinero bajo los eucaliptos de la estancia de los Conrado"
¿y eso como se sabe en el pueblo?
Lo sabemos nosotros porque usted nos lo cuenta, pero nadie mas...¿o me equivoco?
No me odies Neto.
Ni pienses en mandarme los enanos,eh...los estaré esperando.
Y el final fue lo que menos me gustó (¿que me pasa, me levanté con el pie izquierdo?),aunque reconozco que me atrapó tu relato como siempre.Calidad te sobra para narrar.

Bueno, ¿Nos vemos?

Netomancia dijo...

Doña Sil, también tiene la habilidad de detener el tiempo un relojero astuto, pero ese es otro tema ja. Gracias por el comentario! Saludos!

Don Alvarez, usted es un enanista entonces jaja. Eran enanos pesados, por eso la maldad. ¿Mangazo? Naaaa, cuándo? Jaja. Juro que no fue con esa intención jajajaja. Un abrazo!

Viviana, la injusticia retiene a uno, es verdad. Como dice también Sil, aquí el tiempo se despierta una vez que se intenta hacer justicia. Saludos!

Don Luis, muchas gracias, a veces se intenta escribir sin metáfora, pero ellas están siempre allí. Saludos!

Doña Tinta, como verá, no hay tanta sangre últimamente. Tendré que hacerme traer de Transilvania un nuevo cargamento jajaja. Y gracias por lo de "Calor agonizante", he visto el comentario, muchas gracias!
Ah y no me eche la culpa ahora si las páginas cobran vida, no soy el culpable, no no no (jaja).

Don Felipe, el del pie izquierdo! Y no, claro que no iban a estar dándose a conocer, pero uno supone que si después de treinta años la policía no investigó el hecho y llegó a seguir pistas que le fueron mostrando el lugar donde escondieron el dinero temporalmente, dónde estuvieron escondiéndose mientras los buscaban y sobre todo, cómo se llamaban, estaríamos hablando de una policía de mala calidad y ud sabe que en nuestro país es de primera jaja. Está bien Felipe, la crítica no es para tomarla a mal, al contrario. Siempre es bienvenida! Un abrazo y mil gracias!

el oso dijo...

Berganssoli y Ahumada serán enanos, pero no les deben alcanzar las patas para rajar del chico no tan chico...

"Porque el pueblo había aprendido que todo giraba en torno a lo que no podía revertirse, porque era mucho más fácil así." Sabian palabras, don Neto.
No hace falta que el cuchillo desparrame tripas, si puede tajear el alma.

Abrazos

mariarosa dijo...

Excelente narración, una historia diferente y muy buena. Me quedé con ganas de saber el final. ¿No merecería una segunda parte?

mariarosa

Lisandro dijo...

neto, la continuacion please!!!!!! buenisimo!! la sed de venganza siq ue es dulce para los dioses y sactofactoria y materia pendiente para los humanos!!! me ha encantado amigo!!! un fuerte abrazo!

Netomancia dijo...

Don Oso, lo que no tenían de altura lo tenían de vivos jaja. Gracias por remarcar ese pasaje, es la parte que más me gusta del relato (que me gusta cómo quedó). Un abrazo!!!

Maríarosa, gracias por el comentario. Y si, podría hacerse una segunda parte, darle un nuevo sentido a la venganza del pobre protagonista. Déjeme ver y le cuento ;)

Lichi, cómo andás! Bueno, también clamando por una segunda parte. Parece que voy a tener que encararla nomás. Gracias! Un abrazo.

Anónimo dijo...

que buen relato Neto, estos personajes tienen un aire a aquellos seres marginales de Roberto Arlt, además el texto tiene una carga de violencia humana muy bien retratada y lograda.
Impecable!
Que bueno que es leerte che!