Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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25 de enero de 2010

El mejor sabor

Humberto creía que pocas profesiones daban tanto placer como la suya: degustador. Su exquisito paladar era motivo suficiente para que los mejores restaurantes europeos requirieran su presencia cada vez que un nuevo plato debía ser presentado.
Francia, España, Inglaterra, Alemanía, Italia, Suiza, Bélgica eran más que nombres en un continente, eran los lugares por los que se movía a diario, de un restaurant a otro, en algunos casos por llamados urgentes debido a invitados de la realeza o figuras internacionles. Le enviaban jets privados, coches y hasta helicópteros si hacía falta.
Tener el teléfono de Humberto, era para los restaurant de lujo poseer un tesoro inestimable. Y el veredicto de Humberto, que había crecido olfateando los pucheros, guisos y pastas de su vieja, cuando no, mojando el pancito para probar la textura y delicadeza del "juguito" o la salsa , en su casita de barrio de aquella pequeña ciudad del sur santafesino, era el dictamen de mayor autoridad en todo el planeta.
Gracias a ese trabajo, no solo conoció el mundo, sino todos los sabores que se podrían imaginar y aún muchos más. Por este motivo, ante cada degustación, la memoria de su paladar jugaba con los recuerdos, con aquellos sabores que conoció en la cocina humilde de su vieja y los exigía al máximo, buscando en el plato la combinación exacta que provocara en el espíritu del hombre el placer y la paz que una comida debía dar.
Los chefs más respetados parecían agonizar espectantes ante el hombre de baja estatura, de barba y bigotes oscuros, cabello casi ausente y bufanda celeste y blanca, que se sentaba en una mesa apartada del local, probando los nuevos platos con los cuales podrían alcanzar la gloria o bien, el fracaso rotundo. Ahí la importancia de Humberto, porque degustando él antes que un crítico o los propios comensales, estaba aún la posibilidad de corregir lo que estaba mal.
Porque el hombre no solo decía si el plato era bueno o no, enumeraba cada uno de sus aspectos. Y los cocineros tomaban nota, porque el hombrecito sabía lo que decía y nunca un plato, luego de sus apreciaciones, era el mismo al que ellos habían elaborado.
Razón suficiente para que el trabajo de Humberto se cotizara bien. Sin embargo, para Humberto el laburo era una excusa. No para viajar, ni para comer gratis, como muchos podrían pensar. Era argentino, claro, pero no de ese tipo. El buscaba otra cosa. Algo más profundo. Humberto buscaba a su vieja.
Si. En cada plato, en cada salsa, en las milanesas con papas, en los flanes con dulce de leche, en cada manjar que le ofrecían, la buscaba a ella. Y lo que hacía luego de probarlo, no era más que decirles todo lo que faltaba de ella en ese plato. Y así, al final, todo terminaba sabiendo a comida de mamá, aunque por más esfuerzo que hiciesen, nunca tendría comparación.
De todas formas, Humberto no se daba por vencido. Su búsqueda era interminable e incluso imposible. Porque vieja había una sola y los sabores de sus comidas se habían ido con ella, el mismo día que toda la familia le dijo adiós, postrada en la cama de la habitación grande, cuando él apenas pisaba los catorce.
"Ay vieja", se decía Humberto a solas, como hablando con su madre en aquella pequeña pero cálida vivienda de su pueblito natal, "si te dijera que en el mundo nadie cocina como vos, no me creerías, pero es así, no hay un plato igual al tuyo ni un bocado que me deje el mismo sabor a felicidad que los tuyos".
Y tras estrechar las manos del agradecido chef  y del feliz propietario del restaurant, se acomodaba la camisa y el pantalón, se ajustaba un poco la bufanda y tras pasarse (por costumbre) la mano por el cabello ausente, salía por la puerta principal del restaurant para caminar un rato por las calles de la ciudad de turno, pensando bajo las estrellas lo que hubiese dado por tenerla un tiempo más e incluso, permitirse esa caminata junto a ella.

13 comentarios:

Felipe R. Avila dijo...

Hermoso relato, querido amigo. ¿quién no evoca aquellas comidas de la niñez?
Nadie prepara por ejemplo el matambre casero como mi abuela.
He llegado a filmarla,allá por 1992-tres años anmtes de su muerte-
y ni así con explicaciones y todo he podido emular siquiera su delicada preparación casera.
¿qué extraños condimentos, qué palabras esbozaban esas cocineras junto a las ollas, qué ingredientes secretos cocinaban las madres de antes, las abuelas queridas, esas tias añosas y para siempre perdidas?
¿qué marmitas mágicas -acaso- permitían el placer del sabor, el color y el aroma mixturados con la felicidad?¿Eh?
Dígamelo por favor, o llame a Humberto, aunque sea..
Felicitaciones,che.
Felipe

Anónimo dijo...

Hoy Neto me diste una puñalada certera en el bobo che! Tengo la emoción contenida en el pecho y el estómago como el dulce Humberto, que homenaje a las cocineras de nuestras almas, a las únicas que saben satisfacer nuestra sed de afecto...
Sin palabras Netito, me quedo sin palabras!
Abrazos!

Unknown dijo...

Que dulces me supieron tus palabras, cómo si las saboreara una a una en un plato... que nostalgia del ser querido y que forma de recuperar un ápice de lo que fue!!

Besos!!!

Anónimo dijo...

Tengo la suerte de tener a mi madre en tan buen estado que aún cocina para nosotros. Es un placer deleitar la gallina en pepitoria o los calamares en su tinta que mi madre guisa y nos ofrece. Yo ando intentando como Humberto, emular esa maestria de la vieja y me paso horas y horas en la cocina. Me encanta ese trabajo de imitación y a veces obtengo buen éxito.
Gracias por el relato, me hizo apreciar un poquito más la suerte de mantener aún a mi lado a mi madre.

SIL dijo...

Vieja hay una sola, y abuelas, sólo dos...

Te adoro, Netito.
Sos un escritor sublime.

Viviana dijo...

Vos no sabés lo que son las empanadas de mi vieja. La gente viaja de todos lados para degustarlas.
Qué frase tan nuestra..."vieja hay una sola".
Me gustó mucho el cuento. Se lo voy a leer a mi señora madre.
Un abrazo

Con tinta violeta dijo...

Bueno, NETO, otro relato sensible y emotivo para demostrarnos a tus lectores que no podemos encasillarte en ninguna temática.
Todos echamos de menos las comidas de nuestra madre, que en mi caso, como la de otros de tus seguidores falleció hace años, dejando ese entre otros vacío "culinario" que nadie ha venido a ocupar. Creo que todas las "viejitas" se sacaban de la manga algunas especias que no se compran: el amor, el deseo de hacer feliz y la paciencia.
Besos,
Doña tinta

Netomancia dijo...

Felipe querido, mi abuela también me hacía disfrutar con su matambre arrollado casero, era para chuparse los dedos! Hay sabores, como olores del pasado, que siempre van a despertar en nuestras mentes recuerdos imborrables. Sabés que justo hoy leí una noticia que decía que el MIT (el centro de nerds super pensadores yanki) había creado una impresora de sabores, si, así como lo lees, que puede combinar todo tipo de gustos, etc. Pero igual, ni con eso van a poder con Humberto ja! Un abrazo!

Dieguito, como sin palabras! Más vale usalas para agradecer a quienes te han regalado placeres como los que Humberto recibía de su madre. Un abrazo amigazo!

Atis, muchas gracias por tus palabras. Fueron bien paladeadas. Saludos.

Don Luis, es bueno saber apreciar esas cualidades y mucho más, animarse a emularla. En mi caso no puedo decir que mi madre cocine de esa forma, como siempre, es ficción lo que se cierne en torno a mis relatos, pero sin dudas que tiene otras cualidades que la hacen "inmensa". Algún día háganos saber cuál es el plato que mejor le sale. Saludos!

Doña Sil, así es. Ya después la parentela se desbanda según las ganas de ramificarse que tenga la familia. Gracias! Saludos!!

Viviana, no, no se. Esto significa que una docena o dos se aceptan con gusto vía encomienda para poder verificar sus palabras. No es que no le crea, no, por favor, pero tremenda afirmación merece una constatación, no? jaja. Muchas gracias! Saludos!

Doña Tinta, sabe que en algún momento imaginé que el pobre Humberto terminaría agonizando por degustar algún plato de un rey o presidente que estaba envenenado o algo de eso, pero finalmente me decidí por permitirle no solo vivir, sino regalar un momento de ternura y reflexión para todos. Saludos y gracias por pasar, como siempre!

Desde el Alba dijo...

que relato mas bonito!
estoy impresionada!
saludos!
te espero!

Felipe R. Avila dijo...

Neto, mi amigo querido:
¿no sería la misma abuela, la suya la mia, una especie de Abuela universal?
Esa Abuela-Madre que se encargaba de -por ejmeplo- hacer esos arroces con pollo que nadie puede emular, donde el pancito se coloreaba de salsa de tomate a gusto.
O esos platos simples, como las milanesas, que de sus manos eran únicos.
O el pastel de papa...Hmmmmmmm
¿No le gustaria una sección del blog con recetas,eh?
Mire que yo le tiro un par con la plantita maravillosa, la Albahaca...
Piénselo, me dice y empezamos.
Felipe
(en versión gordo)

Mannelig dijo...

Es cierto que muchas veces, en nuestra búsqueda del futuro, no hacemos sino intentar trasladarnos a las sensaciones del pasado.

Y ya que estamos en ello, voy a tener el estofado de cordero con champiñones de mi abuela, metido en la memoria hasta mi último aliento...

Taller Literario Kapasulino dijo...

Como siempre Neto, sorprendente y maravilloso relato.
Te leo siempre!

Netomancia dijo...

Desde el Alba, gracias por el comentario, estaré visitando tu blog. Saludos.

Don Felipe gastronómico, ya tenemos su tarea para cuando a visitar la ciudad: cocinar. Sin dudas no tendrá problemas en deleitarnos con tanto conocimiento culinario. Jaja. Un abrazo!

Don Mannelig, pero que gran frase ha dejado. Sin dudas que es así, nos valemos del pasado para mirar hacia el futuro. Un abrazo.

Carla, muchas gracias! Espero que estés bien, saludos!