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22 de septiembre de 2009

El colectivo de las diez y diez

La noche se había puesto fresca, así de golpe. El viento le despeinaba los bucles, mientras caminaba casi corriendo, mirando de vez en cuando en reloj pulsera, sabiendo que si no se apuraba perdía el colectivo de las diez y diez.
Sabía que la culpa era de ella misma, la tía Esther fue, es y será siempre igual, así que no podía enojarse con la única persona que, además, la soporta por horas llorando por Miguel, la facu, el encargado del bar dónde trabaja los fines de semana, los fideos que se le pasaron al mediodía... no era culpa de Esther. Punto.
No iba a llegar, estaba segura. Si tan solo se hubiese negado al tercer café, no estaría corriendo, con el cabello al viento, como una verdadera loca, con el riesgo de pisar mal, caerse y terminar con una bota de yeso. Porque si había alguien que le pudiese pasar, era ella.
Pero no le pudo decir que no a Esther. Prácticamente se lo sirvió de prepo. Pero era tan dulce y le recordaba tanto a mamá. Después de todo, eran mellizas. Claro que un café de la tía no termina con el último sorbo, implica un largo rato de escucharla hablar. Y sin edulcorante.
Escuchaba el tic toc tic toc que hacían sus zapatos en la vereda, repiqueteando con los pasos cortos que apenas alcanzaba a dar, porque estaba con una pollerita ajustada y no podía apresurarse más. El reloj era cruel, no dejaba de avanzar. Hace su trabajo, intentaba convencerse, pero no por ello lo odiaba menos. Las diez y nueve y le quedaba una cuadra y media.
¿Llegaría en un minuto? Iba al trote, o lo más cercano que podía. Respiraba agitada y el corazón bombeaba rapidito y mucho más de lo habitual. Los bucles no dejaban de bailotear al aire. La cartera le rebotaba contra la cadera. Intentaba prestarle atención, por miedo que se le abriera y perdiera algo en el camino.
A media cuadra de la parada sintió compañía a su espalda. Alguien que también avanzaba rápidamente. Un frío le recorrió por la columna. ¿Y si querían asaltarla? Apuró aún más el paso y aguzó el oído. Si, no había dudas. Alguien avanzaba detrás. No quería voltear, no lo quería por nada del mundo. Casi no podía tragar, un nudo le estaba ganando el estómago. Tenía la esquina y la parada a la vista. Solo unos pasos más... con desolación vio pasar el colectivo de las diez y diez.
Estuvo a punto de frenarse, pero recordó las pisadas que la seguían. Prácticamente corrió los últimos metros. Llegó a la parada. Por la calle, a su derecha, podía observar con claridad la parte anterior del colectivo. El sucio ventanal trasero parecía reírse, como si se hubiese tratado de una travesura dejarla allí.
Miró de reojo hacia atrás y no vio a nadie. La parada estaba vacía. En la vereda del otro lado de la calle, había una persona echada en el piso, recostada contra la pared. Podía ser un mendigo. Volvió a sentir pasos que se acercaban, por donde ella había venido.
Un hombre apareció desde la esquina, pero las sombras de la noche ocultaban sus formas. Se quedó a unos pocos metros, apoyado contra la pared. ¿Sería el que corría detrás de ella? ¿Habría perdido también el colectivo? ¿Estaba a esa altura paranoica? No lo sabía, apenas si podía recobrar un poco de aire. Se puso una mano en el pecho: subía y bajaba, con ritmo infernal. Calma, se propuso mentalmente.
Disimuladamente se acomodó el cabello. Los rulos ya no eran tales. Parecían haber sido acosados por un huracán. Escuchó que el hombre apoyado en la pared se movía. Se arrimó entonces un poco más al cordón de la vereda.
Miró el reloj. Apenas había pasado un minuto desde que perdiera el colectivo. Hizo memoria, creía que tenía otro a las y veinte, pero no estaba segura. Podía ser a las y veinte o a las y media. Escuchó toser. Miró hacia la vereda de enfrente. No había sido el mendigo, que ya no estaba echado contra la pared, sino de pié, observándola. Sintió el frío recorrerle todo el cuerpo. Se ajustó la campera, pero sabía que no era el clima fresco lo que la molestaba.
Buscó con la vista de quién procedía la tos. Hacia su izquierda, detrás de un árbol, divisó una silueta. Escuchó de nuevo toser y supo que provenía de allí. Como confirmando sus sospechas, la figura se adelantó y pudo ver a alguien fumando detrás del árbol. ¿Otro que esperaba el colectivo?
Empezaba a tener miedo. En realidad, a confirmar que estaba asustada. Las manecillas del reloj parecían estancadas, si bien el segundero daba su caminata habitual con la prisa que lo caracterizaba. Otros pasos a su espalda. Se sobresaltó. Giró la cabeza y vio a una pareja. Acababan de llegar a la parada, estaban distantes unos metros, pero la observaban con recelo. El chico tenía un tatuaje horrible en la cara, como de una calavera. La chica tenía piercings en todo el rostro. Las miradas eran apáticas pero intimidantes.
Aprovechó que había girado a mirar, para buscar con la vista al hombre que estaba contra la pared, pero la penumbra le devolvió un vacío en ese lugar. Podía observar el afiche pegado en la pared, pero no había rastros del hombre. Respiró hondo, con dificultad. Sentía que le faltaba el aire. Enfocó su mirada hacia otra parte. Del otro lado, el mendigo estaba con un pie en la calle, como aguardando una señal para cruzar hacia donde estaba ella.
Tembló, no sabía porqué, pero sentía pánico. De reojo supo que el hombre detrás del árbol ya no estaba allí. Lo buscó frenéticamente con la vista, pero sin éxito. El mendigo había comenzado a cruzar la calle.
Se fijó en la hora, apenas cinco minutos desde que había perdido su colectivo. Observó la calle, por dónde tenía que venir su transporte y no creyó lo que veía. Llegaba un colectivo. No era el suyo, pero no le importaba en lo más mínimo.
Miró hacia atrás, la pareja seguía allí e incluso más próxima a ella. Volvió a sobresaltarse. El hombre de la penumbra estaba otra vez allí, ocultando el afiche que acababa de ver. A dos metros de este, una segunda silueta de pié fumaba expulsando el humo hacia la noche, que conjuraba en el ascenso las formas más siniestras.
Frente a ella, el mendigo estaba a punto de llegar a mitad de la calle. No lo dudó. Estiró su brazo e hizo señas al colectivo para que se detuviera. El motor acercándose le parecía el sonido más hermoso del universo. Saboreó con ganas el chillido del freno. El gran armatoste pareció crujir cuando se detuvo. Era rojo intenso, furioso. Las luces de la calle parecían no brillar en su textura metálica, como si la noche absorbiera la iluminación antes que chocara contra su superficie.
Entró casi de un salto, sin la menor intención de mirar hacia atrás. Temió por un momento que una mano la sujetara del hombro y la arrojara con violencia hacia el suelo o peor aún, la arrastrara hacia la noche. Se imaginó mil formas de morir en ese segundo que tardó en subir. Creyó que alguno de esos seres que la rodeaban en la parada se lanzaría tras ella o que incluso, intentaran abrir la puerta una vez que se hubiese cerrado. Temblaba toda, aún le costaba respirar. La piel erizara y el frío carcomiéndole cada minúscula parte de su cuerpo, daban un cuadro poco certero del pánico que se había apoderado de su mente.
Sacó el cambio de su cartera con manos temblorosas y extendió un billete. Tenía los ojos cerrados, intentando con todas sus fuerzas volver a centrar su eje. Se dio cuenta que sentía nauseas y que estaba mareada. Pero iba a tener que luchar contra ese malestar. Ya estaba a salvo, había subido al colectivo rojo. El salvador colectivo rojo.
Solo cuando abrió los ojos para recibir el vuelto, contempló con estupor la verdosa mano que le soltaba sobre su palma extendida una moneda de veinticinco y otra de diez centavos. "Su vuelto señorita" escuchó decir de una voz que lejos estaba de ser humana, mientras sus ojos se posaban absortos y poseídos sobre los pasajeros de ese coche. Rostros pálidos y desencajados, algunos con viscosidades derramándose de poros inmundos, otros con gusanos recorriéndoles las extremidades. Colgados del techo, cientos de vampiros chillaban al unísono y al fondo del pasillo un grupo de seres de dos cabezas revolvían un viejo y enorme caldero, del cual provenían los gritos más aterradores que se pudiesen imaginar. Y próxima a ella, señalándole con un dedo muy largo el asiento vacío a su lado, una mujer de verrugas horrendas y ojos violáceos la invitaba a sentarse, mientras le alcanzaba con la mano libre otra taza de café.

21 comentarios:

Anónimo dijo...

ahhhhh Neto pero que horror, para que se rajó de la casa de la tía Esther!!! si al final era mejor tomarse su útlimo café ahí antes que en el colectivo del terror!!! (aunque quizás su suerte sería la misma), pero al menos hubiera estado más tranquila a la hora de emprender el viaje a la oscuridad eterna!!!
Que buenas imágenes hay en este relato, esa escena de la mano verdosa entregando el vuelto y ella girando casi en cámara lenta para observar el festín macabro que encerraba ese colectivo del infierno es digno de un buen film de terror made in Parrilla!!!
Excelente!!!
Salute!

SIL dijo...

Queeeeeeeerido.


La mataron !!!!
y el cole era el que recolectaba zombies y los llevaba con destino al mundo de los muertos ???

La que le ofreció el café era el espectro de su madre melliza de la tía Esther.?????

Nene !!! Socorro!!!
Fue así ???

Horrible.
Lo que puede costarte, llegar tarde a veces, che !!!
Besos Hermanito !!
con más incógnitas que certezas...

Lisandro dijo...

Huy.... pobre mina... que susto, como bien dice d80.... se hubiese quedad con la tia y se ahorraba el asunto tenebroso, para mí, la materon en la calle, cuando apenas salio de la casa de su tia.... un abrazo!!

HUMO dijo...

Cuando te digo que es un placer leerte, no miento aunque me hagas sufrir tremendamente!

cariños!

=) HUMO

Anónimo dijo...

ja, muy bueno!
La tensión creciente y el final inseperado!

algo bizarro, como la camioneta llena de "mostros" que para cuando hacen dedo los Bañeros más locos del mundo...

Saludo, Neto, estaba seguro que algún día nuestros destinos se iban a cruzar

Te invito a pasar por mi barrio, tal vez encuentres algo que te suene conocido

Evangelina Prieto dijo...

Guau Neto, para leer debajo de una manta con una linterna...
Espeluznantemente bueno.
Cuando publicas un libro???
Un abrazote
E.

Un Poco Rara dijo...

Qué buen relato! Y sí, como dijeron por ahí, es para una peli.

Evangelina Prieto dijo...

No me había dado cuenta de la noticia de más abajo, ya te publicaron un cuento... Es sólo el comienzo de algo grande amigo, si me das un papel, lo firmo wejeje.
Felicitaciones y abrazotes apretujados

Martín Gardella dijo...

Neto, el relato es impecable. Atrapante de punta a punta. Aunque esta versión tiene más suspenso (y terror) me hizo acordar en algo a mi Tren de la Alegría.
http://livingsintiempo.blogspot.com/search?q=tren+de+la+alegr%C3%ADa
Felicitaciones! Un abrazo

Anónimo dijo...

Como dice Martín, escribes de modo impecable y logras que la respiración se paralice de tal modo que resulta imposible acompasarla.
Fantástico.

mariarosa dijo...

¡¡Muy bueno!!
Me quede sin uñas, me encantó.

Mariarosa

Netomancia dijo...

Dieguito, así es la gente, te acepta un café de más pero en el fondo te putea porque no lo largás más. El que si sabe como manejar la situación es Felipe, que si te invita un café, es bien chiquito, cosa de terminarlo rápido y salir rajando (jajaja broma Felipe! ya voy a escanear el dibujo que me hiciste).
En esa escena Diego me imaginaba al escribirla el julepe que uno se agarraría si girara en el cole y se encontrara con semejante fauna. Un abrazo!

Doña hermana Sil, por favor, qué es todo ese escándalo! Acaso vio al colectivero?? Jaja. Las incógnitas en estos relatos, son para que uno rellene a su antojo. El cuento no termina con el punto final del autor, en realidad, ahí recién empieza. Saludos!

Lisandro, susto y vaya a saber uno que destino. O cómo bien decís vos, si acaso su destino ya fue escrito camino a la parada. Cualquiera sea el caso, ojo con tomar el cole rojo.

Doña Humo, muchas pero muchas gracias. No sufra, disfrute (mientras sufre).

Galán, vaya sorpresa verlo por este barrio. Acá las calles son oscuras y peligrosas. Es decir, no pagamos el alumbrado público y los de obras sanitarias no pasan hace meses, así que hay unos baches.
Pasé por su barrio, me los encontré al Beto y la Macu a otra series de personajes que desconozco sus historias, pero que supongo ya llegaré a comprender con la lectura. Y por supuesto, la plaza de Villa Constitución, en una toma sacada desde la esquina noreste (Oso si anda por el éter, corríjame, don Diego ud también es de los memoriosos) o como mejor conocemos, la esquina del Club Social, es decir, una vista que puede llevar a la confusión para el villense tradicional, acostumbrado a pasar casi siempre por la parte "frontal" que da a la avenida principal. Gracias por pasar y leer!

Evangelina, muchas gracias. Ahora, debajo de una manta... y si de pronto sentimos que una mano de dedos arrugados y largos comienza a tirar de una de nuestras piernas??? Y muchas gracias por las felicitaciones, ojalá sea un primer paso, como decís. Un abrazote!

Bays, gracias! Pero para la peli podríamos extendernos y ver donde nos lleva el colectivo, no? Saludos!

Martín, muchas gracias como siempre por los elogios. Leí tu cuento, te dejé un comentario. Es hermoso, hacía tiempo que no leía algo tan emocionante. Publicalo de nuevo, ahora tenés más lectores. Les va a encantar a todos. Es sublime ese relato. Haceme caso. Un abrazo!

Don Luis, muchísimas gracias! Voy a tener que frenar en el momento adecuando con la tensión, a este ritmo y por lo que dicen, más de uno va a pasar de largo con lo de la respiración! Un abrazo Luis!

María Rosa, por favor, en lugar de uñas traiga pochoclo! Y de paso, invite. Gracias!

Anónimo dijo...

excelente!!

me encantan esos remates al final que haces tan a tu estilo, son geniales.

particularmente me mueven mucho las horas con numeros asi 10:10, 11:11, 4:44, 3:33, 12:12, tu sabes cuando veo el reloj en ese minuto excato no puedo evitar que me de escalosfrio.

te envio un abrazote!
cuidate mucho

Felipe R. Avila dijo...

¿ve lo que yo digo,Neto?Nunca hay que subirse a colectivos llenos de zombies que te sirven café con azúcar, era preferible que la chica se quedara en la parada donde seguro la violarían el mendigo del afiche en la pared, el fumador compulsivo(que ya se sabe en las cosas que andan esos,sino recuerde los X-Files) o para un menage-a-trois con la chica y el de la calavera en la cara.
¿vio?
Ah, cuando usted pone:"Claro que un café de la tía no termina con el último sorbo, implica un largo rato de escucharla hablar. Y sin edulcorante",
veo ahora a qué se refiere...
¿Qué le ponía la tia al café, que la mina alucinaba de esa forma,ehhhhhhhhhhh??????
Saludos!

Mannelig dijo...

Jo, jo, jo, ¡qué maestría en la creación de ambientes, en el tema, en el ritmo, en las palabras, en todo! Quiero un autógrafo...

Me esperaba un final "realista", y mira por dónde, también ahí saltó la sorpresa...

Anónimo dijo...

Buenísimo! Una más de tantas ideas sobre como será el viaje al "otro lado". Ésta, con manos verdosas y calderos escalofriantes.
Excelente, Neto, y nos deja con la incógnita de cuándo la chica muere.
Muy bueno.

Un abrazo,
F.

Netomancia dijo...

Sonia, muchas gracias. Si, a mi no me asustan, pero conozco a gente que si, por eso busqué un horario acorde. Abrazote!

Felipe, que buen recuerdo me trajiste al nombrar al fumador de los X-Files, que serie por dió. Bueno, la tía le ponía en lugar de edulconrante un fuerte aromatizante a oporto con un toque de anís importado de la India y una pizca (solo una pizca) de arena de Acapulco. Aparentemente eso da unos revoltijones de estómago que provoca alucinaciones. Por las dudas, no probarlo. Un abrazo!

Gracias Mannelig! Jaja, un autógrafo, no es para tanto. En el último post estamos regalando calcomanías a futuro. ¿Se conforma igual? Saludos!

Jedi, gracias por seguir leyendo en el blog! Gracias por el comentario, un abrazo!

Taller Literario Kapasulino dijo...

Ay Neto! Que tension me hiciste sentir!!!!!!! Casi me haces morir!
El final excelente!

Anónimo dijo...

His forehead was creased with a deep vertical slash . . . an I-want line..
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Anónimo dijo...

that more irritating news than yours could not have been conceived.
singulair

Anónimo dijo...

Bald Hills, though he had spoken of it to his father. He had not
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