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1 de julio de 2009

Los viernes de Ana Clara

Los viernes son los días de Ana Clara. Ella es mi hija. Tiene apenas cinco añitos. Es el día que puedo pasar a buscarla, dictamen judicial de por medio. No me llevo bien con su mamá. Podría alegar en mi defensa muchas cosas y considero que puedo darle la razón en sus argumentos a la hora de no quererme cerca, sin embargo no encuentro razón alguna en que me distancien tanto de mi pequeña.
De todas formas, la disputa queda a un lado cuando la veo salir por la puerta y cruzar el pequeño jardín para llegar a mis brazos, donde se arroja en un abrazo y sin perder tiempo y en su dialecto cargado de ternura me escupe sus alegrías y pormenores, así de golpe, como si estuviese esperando por ello durante largo tiempo.
Pero noto algo raro en ella desde hace tres viernes. Los ojos idos, la alegría ausente, la mirada distante. Su parloteo interminable se ha convertido en una suma no superior a veinte palabras por semana. Si, no, bueno, estoy bien, hola, chau. Ya no hay historias de cumpleaños, sueños de princesas, pesadillas de medianoche, argumentos de dibujitos y diálogos con sus amigos invisibles. Todo el ímpetu de sus cinco años desapareció de un viernes a otro, como un puñal se entierra en un corazón ocultando la hoja.
Intenté por todos los medios saber que le pasaba, pero sus respuestas fueron ambiguas, desinteresadas. Su madre no me atendía el teléfono y cuando la iba a buscar o a dejar, no me recibía; ni siquiera, se dejaba ver.
Hoy la fui a buscar como de costumbre. Hice sonar la bocina cinco veces, como a ella le gusta. Es nuestro código de morsa, como le llamamos en chiste, más allá que ella no sepa de morse, de códigos y de excusas para no verle la cara a la persona que paradójamente uno odia sin dejar de amar.
La puerta no se abrió. Un frío me recorrió la espalda. Un mal presentimiento. Volví a tocar la bocina del coche. El cuadro me estremecía: La puerta inmóvil, las ventanas con las cortinas blancas ocultando el interior, las tejas rojas opacas en una tarde de sol. En el jardín las rosas se habían secado y sus pimpollos marchitos se movían ante la brisa como un ahorcado pende de su soga para satisfacción de sus ejecutores.
Salí del vehículo. Con las manos en el bolsillo caminé lento hasta la puerta. Un nudo en el estómago quería hacerme retorcer de dolor, pero no dejé intimidarme. Al menos por el momento. Toqué el timbre. Cinco veces. Cómo si se una cábala se tratara. Nadie respondió al llamado. Intenté espiar por las ventanas, pero la tela blanca era impenetrable.
Toqué nuevamente el timbre. Golpee. Ya no conté las veces. Tomé mi celular y busqué el número de Analía, la madre. La llamé más de una vez. El número al que quería comunicarme no pertenecía a un abonado en servicio. Hacía cuatro viernes que sabía que algo raro estaba pasando. Ahora parecía que era tarde, que el volcán que se presagiaba activo, había entrado al final en erupción.
La llamé por su nombre. A los gritos. Primero a Analía. Luego a Ana Clara. Los pulmones parecían que iban a explotar. En eso llegó el patrullero. Algún vecino había llamado. Cuando los vi sentí alivio, ellos podrían ayudarme. Sin embargo no dejaron que les explicara. Me tomaron de un hombro y me pidieron que los acompañara. No me salían las palabras, eran todos balbuceos, como a Ana Clara en sus berrinches. Me subieron al patrullero y arrancaron. Hice un esfuerzo para mirar la casa, por las dudas que al final la puerta se abriera en ese instante, pero eso no sucedió. Vi a varios vecinos fuera de sus hogares, observándome partir dentro del coche.
Me pedían que me calmara, que me tranquilizara, que no podían estar todos los santos últimos viernes de mes yéndome a buscar. Qué debía superar la tragedia, que no era mi culpa, que no era afirmaban, que ese loco que vivía con ellas hubiese hecho lo que hizo, que no era mi culpa, que difícilmente hubiese sabido lo que pasaba en esa casa.
El nudo en la garganta me traicionó y vomité con fuerzas, al mismo tiempo que mi mente lograba asirse por un momento a la realidad y el recuerdo que en ésta residía era tan horrible, tan angustiante, que me embargaba de un terror tangible como la muerte misma, que ni el llanto ni las venas sangrantes podían remediar.
Y en ese torbellino de locura, solo veía los ojos idos, la alegría ausente, la mirada distante de mi pequeña de los viernes que en mi demencia no dejaría nunca de ir a buscar.

22 comentarios:

el oso dijo...

A la miércoles, hay que treparlo a este cuento...
Excelente Neto, con todos los condimentos que ud sabe poner en los relatos y con algunos otros que se saca de debajo del poncho.
No hay magia ni sangre a la vista, pero hay horrores ocultos que bullen bajo la piel del texto.

SIL dijo...

NETO

Pensé que él las había matado (de vos, ya espero cualquier cosa...), y al final, se giró el timón...
HORRIBLE, DESESPERANTE y GENIAL.
BESOS y ya.

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Angustiante, muy angustiante.

Maga h dijo...

Buenísimo, me fué congelando la sangre paulatinamente e irremediablemente!...duro.

Un abrazo

Magah

nina dijo...

ay qué sensación terrible me dio saber el final, qué angustia, y qué genial el texto, me pareció maravilloso!
un abrazo señor :)
nina

Mannelig dijo...

¡Muy bueno! El final inesperado me trajo reminiscencias de la película Los otros, de Amenábar.

Taller Literario Kapasulino dijo...

Que triste, que triste, que triste...
Se me helo el corazón...

HUMO dijo...

Perdón de antemano por el exabrupto, que hijo de puta, lo que me has hecho sufrir!

Te admiro!

=) HUMO

Martín Gardella dijo...

Ufff... me mato este relato. Duro, angustiante, difícil de sobrellevar, pero excelentemente relatado. felicitaciones!

Netomancia dijo...

Don Oso, es cierto, acá no hay imágenes fuertes, sino horrores silenciosos. Chas gracias!

Doña Sil, tampoco le tenía fe al tipelo cuando arrancó la historia, pero vió, es una víctima más. Gracias!

Don Alejandro, es cierto, la angustia desborda en este texto.

Doña Magah, gracias. Espero que se haya acercado a una estufita :)

Niña, gracias! Me alegra que te haya gustado. Otro abrazo!

Mannelig, gracias. Peliculón Los Otros. De Amenábar me encanta también Tesis. Saludos!

Carla, la estoy dejando triste últimamente!

Doña Humo... jajaja. Es un insulto de los buenos, gracias!

Martín, muchas gracias. Si, la angustia nos asalta en la comprensión final. El efecto llegó a destino entonces!

Severi dijo...

me tenía agarrado de la butaca este relato! cuento oscuro para esta noche fría..me re-vaaaa
Felicitaciones, impecable redaccion! es placentero leerte. Un abrazo.

Anónimo dijo...

epa! como me cambió la mano al final, ja! (aunque no sé de que me rió) pero la sorpresa de este relato es angustiosamente asombrosa!
q semanita!

LOLI dijo...

No!!!porque no pudistes salvar a la pequeña ?pobre hombre!!
Quiero mas!!

nina dijo...

felicidades por la publicación neto!!! (vengo del blog del oso jaja)
un besote
nina

Iván dijo...

en el barrio diriamos que pisaste el acelerador al final.
Es muy buena como lo llevas, empezas tranquilo y descriptivo pero lentamente lo terminas relatando con mucho vertigo

Annie dijo...

Don Neto!!!!

Voy a tener que visitar al cardiólogo después de tanta visita a su blog... Jéee!!!

FELICITACIONES

BESOTES...

PD.: AHH, y no me acostumbro a su nueva imagen, termino de ver su foto en el blog de Don Oso. No lo reconozco sin la máscara!!!

Isabel Estercita Lew dijo...

Fuertísimo tu relato, el clima está muy bien piloteado, y por momentos sentí que era una historia real, la tuya. Me gustó y me angustió.
Te felicito

Ester

Don Belce dijo...

Cada vez golpeás más bajo, me dejaste un nudo en el estómago...
Ahora me voy a acostar con esta angustia en el pecho...
Que te re mil parió neto!
Saludos Maestro.

Netomancia dijo...

Don Severi, bueno, al menos no lo agarré parado. Gracias!

Dieguito! Es que me puse las pilas por tu cumple! Jaja. Un abrazo!

Loli, no sabía que le iba a pasar hasta el mismísimo final. Y tendrá más... pero en un par de días.

Nina, muchas gracias!!! Otro besote!

Gracias Iván, le metimos para porque llegaba el final y no terminaba, jaja. Fuera de broma, era la idea. Saludos!

Doña Annie, espero que no le diagnostique netositis aguda, es de re jodida. Ud no se acostumbra y yo que la tengo de hace más de treinta años!

Isabel, me gusta saber que se enganchan con la trama. Y no, no es mi historia. Menos mal, no?

Jaja, Alvarez, perdoooooooón! Gracias señor!

Lilya Nuratis dijo...

es excelente el cuento... pero terriblemente angustiante.... tan intenso...

seguire espiando atenta, me encanto este rincon..
besos!
Lil

el oso dijo...

Che, Neto, últimamente viene linda la cosecha de insultos...

Netomancia dijo...

Epa, dónde, cuánto, quién, por qué (cuál me falta??) ahh cuál??