Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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19 de enero de 2009

Bajo la bóveda

Desde los ventanales gigantes podía apreciar con cierto terror la tormenta que se desataba en el exterior. Estaba debajo de una especie de bóveda, de un techo inalcanzable, con vitrales en forma de cruz que filtraban una luz mortecina.
El frío se sentía hasta los huesos. Escaleras en espiral ascendían hasta lugares impensados. La arquitectura era propia de un demente y la incomprensión de las formas se cernía en cada detalle.
Observó la puerta principal hacia el oeste del hall. Corrió con todas las fuerzas, pero un viento lo hacía retroceder. Juraría escuchar voces en el ulular del mismo. Olores fétidos se desprendían de los mármoles del piso a medida que algo parecido a sangre se escurría por las grietas de los zócalos. Tras lo que fue una eternidad, ganó la puerta. El picaporte estaba decorado con hojas de afeitar y no obstante, no temió asirlo.
La puerta se abrió chirriando. El viento lo tumbó. Y lo que vió, lo desoló. La nada. Detrás del viento, oscuridad, vacío, soledad.
Despertó sobresaltado y agitado, bañado por la transpiración. Cuando los ojos se acostumbraron, el alivió lo invadió. Estaba seguro otra vez, en su oscura y apretada celda de prisión.

2 comentarios:

el oso dijo...

Ja! Se tranquilizó al recordar que estaba preso.
Se me hace que es lo que sentimos muchas veces cuando (no nos) decidimos (a pasar) por la puerta incierta (o no)...

el oso dijo...

Haciendo caso omiso a sus etílicas conclusiones, no estaría mal un villeraturazo colectivo en algún momento.
Revisando los escritos del grupete hay algunos de la puta madre & company.